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Iniciamos el año con decenas de propósitos, entre ellos rebajar toda la comida que hemos consumido en estos días de fiesta. por eso sé que el gimnasio estará atestado mañana de gente que apuesta a la zumba, al spining o a cualquier otra sudada para verse mejor.

Entre muchos otros, yo he hecho el propósito de abrir más los ojos, de ejercitar la misericordia mientras otros esperan a que se desocupe una de las máquinas del L.A.Fitness y quizás cederle el turno a la señora de 60 que espera por mi y hasta secar el sudor que dejé en  la máquina con mi toallita.

Quiero ser buena persona, en eso he quedado conmigo misma, y claro empezando por mi, porque nadie ama a otro si no aprende a amarse a si mismo, a respetar sus límites y a explotar sus dones. Y quiero ser buena persona no para tomarme fotos entregando canastas y juguetes en navidad, que sirvan como relaciones públicas para mi persona; no, no quiero fotos o publicidad, no quiero que nadie diga “que buena es ella”. Me conformo con sentir las manos de un niño de la calle llenas de las mias mientras le acompaño a vivir una vida mejor no por un instante, si no por toda una vida.

A lo que me refiero es al compromiso, a ese demonio al que le huimos, a ese estar presente para uno mismo y para los demás, que consume horas y trae preocupaciones, pero que nos hace ver que la vida por más que queramos no puede ser light si de verdad se vive, si de verdad nos empeñamos en ser mejores.

Todo conlleva un trabajo, tener una mejor figura, una familia encaminada (hasta donde uno puede), un estado bancario decente y sin muchas deudas, una vida que puedas acostar cada noche en la cama tranquilamente.

Escapar de nuestras realidades no es vivir, es perderse del trajín diario, pero también de la poesía que guardan los mágicos instantes que solo atrapamos cuando nos entregamos al compromiso, al estar presentes de verdad en cada cosa que emprendamos.

Ese niño de la calle al que me refiero es a mi propio hijo, al que parí sin que me lo pidiera, un joven entregado a mi por la vida, por Dios, por el azar o por el amor con que llegó a mi vientre; es mi prójimo más próximo al que aún debo guiar y al que descuidé por varios años cuando se ajustaban mis raices a esta nueva tierra donde vivo.

Veo sus ojos y es imposible no ver allí los versos que se aglomeran, su necesidad de mi abrazo, de mi estar para él cuando él lo necesita y es ineludible que a él también lo lleve al gimnasio conmigo y que le enseñe a ceder el turno y a limpiar el sudor con la toallita cuando termine de ejercitare, porque lo amo;  por que mi propósito oculto de este año es amar lo que amo.