PH Ureña

Por Nestor E. Rodríguez

Desentrañar los azares de la vida y el pensamiento de Pedro Henríquez Ureña es como trazar los contornos de una novela del género negro. No faltan las intrigas, las anécdotas dramáticas y ese necesario secreto que mueve los hilos de la acción. Hace cuatro años, instigado por la mención peregrina de un Henríquez Ureña “político” en un escrito de Arcadio Díaz Quiñones, me embarqué en el proyecto de escarbar en el legado de Henríquez Ureña en busca de los signos de esa faceta ideológica. Tuve la suerte de dar con sus papeles personales, donados por su hija Sonia a El Colegio de México. Las tres cajas enviadas desde Argentina contenían importantes documentos, entre ellos dos libros inéditos.

El archivo personal de Henríquez Ureña también contenía los originales de numerosas cartas, en particular las dirigidas a su hermano Max, así como algunas que apuntaban claramente a su vínculo estrecho con las figuras más prominentes del pensamiento hispanoamericano, entre ellas: Pedro Albizu Campos, presidente del Partido Nacionalista Puertorriqueño, el costarricense Joaquín García Monge, director de la influyente revista Repertorio Americano; el cubano Enrique José Varona, y Juan Bosch y Pericles Franco Ornes, exiliados políticos del trujillismo a la sazón afincados en Cuba el primero y en Chile el segundo.

Las tres cartas de Bosch a Henríquez Ureña, fechadas en 1937, 1938  y 1942, dan cuenta de la cercanía de este último a la resistencia antitrujillista. Ahora bien, las pruebas más contundentes de un Henríquez Ureña abiertamente político se encuentran en las cartas de Franco Ornes, fechadas en 1942, 1945 y febrero de 1946, a pocos meses de la muerte de Henríquez Ureña en Buenos Aires. Los detalles que se mencionan en esas cartas y la familiaridad con que Franco Ornes trata a Henríquez Ureña permite conjeturar que entre ellos el intercambio epistolar debió haber sido intenso. Sin embargo, en el archivo personal de Henríquez Ureña sólo se conservan tres cartas que ya se conocían por los volúmenes editados por Juan Jacobo de Lara.

Las indagaciones en torno a ese importante intercambio entre Franco Ornes y Henríquez Ureña me llevó, merced a la ayuda de amables intermediarios, hasta la viuda de Franco Ornes, doña Gilda Pérez, de quien supe, en 2007, que todo el archivo de su marido relacionado con Henríquez Ureña lo había puesto en manos de la legación dominicana en Madrid para un evento en torno al centenario del nacimiento de Henríquez Ureña. Al poco tiempo de haber prestado este material, doña Gilda fue cesanteada de su puesto en la embajada dominicana y sus intentos por recuperar los documentos de Franco Ornes resultaron infructuosos.

Mi afán por localizar ese material en España tampoco dio el resultado esperado. Según fui informado por la Dra. Josefina Zaiter, alta funcionaria de la legación dominicana en el Madrid de los años ochenta, si en efecto esos papeles de Franco Ornes habían sido entregados por doña Gilda, los mismos debían estar todavía en la embajada. Sin embargo, los funcionarios de la legación me advirtieron que los papeles de Franco Ornes habrían sido remitidos al archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores en Santo Domingo.

Ante la pérdida de esa pista del resto del epistolario de Henríquez Ureña con Franco Ornes, me comuniqué directamente con Sonia Henríquez a su domicilio de Buenos Aires. La lúcida y dulce doña Sonia me informó que ya no le quedaba nada de los papeles de su padre, puesto que lo que había entregado a El Colegio de México era todo lo que conservaba. Doña Sonia se encargó también de recordarme lo que había escuchado de varios estudiosos dominicanos, que Pedro Henríquez Ureña acostumbraba a enviar a Emilio Rodríguez Demorizi todo lo que escribía, incluyendo sus cartas. Pero, si dantesca es la búsqueda del intercambio epistolar de Henríquez Ureña y Franco Ornes descrita hasta ahora, rastrear ese archivo por el lado de Rodríguez Demorizi es como asistir a la representación de una comedia de enredos. Hay que empezar por el hecho de que la biblioteca de Rodríguez Demorizi fue prácticamente saqueada tras su muerte.

Los libros que pudo conservar su hija terminaron en la biblioteca del Instituto Tecnológico de Santo Domingo. De las numerosas cartas que le enviaba Henríquez Ureña a su albacea lo único que se conserva es una relación apretada, hecha por el propio Rodríguez Demorizi, de la pléyade de pensadores que intercambiaron misivas con Henríquez Ureña, entre ellos figuras consideradas de avanzada en el pensamiento político de esos años, como lo son José Ingenieros, José Carlos Mariátegui, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Juan Marinello. ¿Cómo puede desaparecer un archivo tan valioso como prolijo? Ante la imposibilidad de contestar esta interrogante sólo resta conjeturar y seguir agregando anécdotas a la alucinante novela de Pedro Henríquez Ureña.

 

Nestor