Por Fernando Ureña Rib
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Siete ángeles están sentados en un salón acogedor, amplio e iluminado, donde se maneja y distribuye la correspondencia celestial. De vez en cuando salen fuera a fumar o a desperezarse. Cantan, cuentan historias milenarias (que ya nadie recuerda) y regresan dentro a bregar minuciosamente con la correspondencia.
Hay de todo en estos fajos: Oraciones, plegarias, promesas, ofrendas, sacrificios. Algunas van dirigidas a San José, a San Judas, a la Virgen María y así…Muy pocas a Dios mismo. Aunque también aparece correspondencia para dioses Yoruba, para Baco, o para divinidades paganas desconocidas que perdieron su poder o que recién empiezan a adquirir los privilegios y responsabilidades de la divinidad.
A veces da gusto leer esas peticiones. Otras da pena. Una mujer, por ejemplo, promete “el cielo y la tierra” si su hombre regresara.
Adieve: -¿La condenamos? -Pregunta el más joven de los ángeles.
Biyán: -¿Por qué? ¿Acaso es castigable el amor?
Adieve: -El amor no es malo. Sí lo es prometer algo que no se posee.
Zorán: -Depende. La promesa es la fuerza que sustenta la esperanza.
Adieve: -¿Entonces le concedemos su petición a esta mujer?”
Agur: -Habría que saber quién es el hombre y cuáles sus circunstancias. ¿Qué tal si él la maltratara y fuera un abusador?
Zorán: -Si Dios ha permitido que su hombre se vaya, no le conviene estar con él.
Trevev: -¿Qué hacemos? ¿Le imponemos alguna penitencia, un acto de constricción?
Biyán: – Propongo que primero otorguemos a ella lo que ofrece “el cielo y la tierra”. Entonces tendrá capacidad para negociar los términos y condiciones de un arreglo ventajoso, hecho a su medida.
Agur: – ¿Cómo diablos podemos otorgarle el cielo y la tierra?
Magur: -La convertimos en una estrella de cine, de la canción, no importa. Tendrá millones y dominará grandes extensiones del cielo y de la tierra.
Zorán: – El inconveniente reside en que para recuperar a su hombre, ella tendría que entregar y vender todo a fin de pagar lo prometido. Y puede ser que al final ya no esté tan interesada en ese hombre.
Trevev: -Si entrega la fortuna recién ganada, ¿cómo podría ella negociar un arreglo apropiado si ya no está en sus manos el poderío del cielo y de la tierra?
Magur: -Uff.. Los problemas del amor no tienen fin. Tenemos una eternidad para resolver este dilema.
Adieve: -Salgamos entoces de nuevo a fumar y desperezarnos.
Pudán: -Sí, pero antes, pongamos la petición de esa mujer en el triste anaquel de los amores imposibles. Ya le responderemos algún día
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