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Por Bernardo Jurado 

Recuerdo que después de una jornada nada interesante de trabajo en Gautier, Ms, decidí ir a tomar un trago con algunos companeros, que ya se encontraban en el desvencijado, pero impecable, bar restauran “Matheus”, con ese estilo francés interesante, en esos colores pastel que solo los surenos de este país saben mezclar con maestría y que si yo les explicara que las paredes eran grises, con los dinteles en blanco, por supuesto todo en madera pintada y los pisos también del mismo material, pero aun mas rústico y de color verde militar, en mesas vestidas con manteles de al menos cuatrocientos hilos y una cubiertería de primera, platos cuadrados de unas dieciocho pulgadas de tamano, bastaría para ilustrar en sus mentes el jazz de Louisiana, que se escuchaba con el volumen correcto para la grata conversación?.

La barra era de madera cruda y tenía un borde acolchado en cuero verde y fijado con botones dorados, pero lo mas interesante es que la absolutamente americana bar tender, había aprendido a servir el escocés como lo hacen en Venezuela. Nunca pudo decirme quien había sido el bandido que la había ensenado.

Entré a Matheus y mis amigos estaban ya libando y esa vieja costumbre patológica de chequear quién se encuentra, me obligó a verla junto a una amiga y ella me vió y me hice el pendejo y me senté a su lado en la barra.

Tomaba vino tinto en ese invierno encantador y yo pedí mi whisky con el que terminé de declararme culpable de mi venezolanidad y seguía el delatador lenguaje gestual, hasta que fué interrumpido por mi desfachatez y me presenté, pero es que era bella, era rubia, olía rico y yo estaba loco y al juntar todas esas sustancias se creó una mezcla explosiva y yo solo tenía el detonador y ella la bomba atómica entre las piernas.

La conversación fue grata y se me olvidaron mis amigos, la verdad creo que no me interesaba hablarles en ese momento sublime y mi ingles se exponenció entre Edgar Allan Poe, Irwin Wallace, Byron…ya no sabía que sacar de esa biblioteca de la mente, para poder impresionarla, hasta que ella me demostró que nada mas podía hacer y me preguntó…que es lo que mas te gusta? Y yo haciendo el histriónico mutis, me quedé pensativo y por primera vez fuí sincero…sexo y golf, en ese orden y ella sonrió y yo me sentí aliviado y ya ella lo sabía, pero me puso claro que no jugaba al golf.

Hoy jugué al golf, realmente no lo juego, creo que nadie en su sano juicio puede decir que lo hace teniendo el penoso handicap que demuestra mi incapacidad, pero me acordé de ella, de su pelo rubio y su acento del sur, me acordé de su piel y del vino y creo que pude correr en el momento justo antes de que la onda explosiva de su bomba atómica me destruyera.

Mantengo mi posición. Lo que mas me gusta hacer es el sexo y el golf…en ese orden!

 

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