Por GG

Decido dejar por unas horas la empacadera para la mudanza y me propongo ir al gimnasio para botar el golpe de tanta caja y envolvedera. Busco en vano la ropa de hacer ejercicios, todo está en una caja cerrada con tape y resellada con tape más tape (primero muerta que desacomodar lo que ya he recogido). Recolecto algunas piezas de ir al gimnasio que aún están en la última gaveta del closet y un sujetador cualquiera, lo importante es llegar a tiempo para la clase de spinning. Llego unos cinco minutos antes y solo una mujer pedalea mientras espera al entrenador. Yo la acompaño en una bicicleta cercana. ¡Por fin voy a botar este estrés de la mudanza!
-Oye, qué raro que no ha llegado nadie, me dice la extraña mientras sus fuertes piernas pedalean como si alguien la esperara del otro lado del mundo.
-Sí, que raro, respondo, pedaleando a mi paso de bolero.
-Y de donde eres tú, Venezolana?
-No, soy dominicana, le respondo con dos gotitas de sudor que afloran en mi frente.
-Ah, caribeña. Y antes de responderle, agrega: – Ustedes los caribeños no son fáciles, sobre todo los hombres. Estuve con un cubano que me hizo llorar mucho y ahora ando con un puertorriqueño que, ayer mismo, estuvo lanzándole los perros a una amiga mía por Facebook. Gracias a Dios que ella me lo dijo y lo bloqueó. El ya me había llevado a donde su mamá para que la conociera, yo creía que él iba en serio, pero no ha madurado, cómo la ves?
-Ah, y cuántos años tienen él?, pregunto sin mucho interés.
-52
-Bueno, no es por desanimarte, pero si a los 52 no ha madurado la bragueta, no creo que lo haga en los próximos 52.
-Los ecuatorianos somos más tranquilos, pero el que me gusta es él, te juro que yo creía que estaba en serio, le dije al caretuco que con esta van dos y que a la tercera va la vencida. Lo dejo porque lo dejo.
-Bueno, te llevó a donde su mamá, eso cuenta, no sé paqué, pero cuenta, imagino, le digo para darle ánimo en su batalla perdida.
-Estoy con una depresión, muchacha, a mí lo que me ha salvado es este gimnasio. Esto es como una terapia.
-Ya veo, le digo con la cabeza explotándoseme como un plástico con bolitas para envolver cristales.
El entrenador y unas ocho personas más llegan a la clase y me salvan de la consulta psiquiátrica.
-Vamos pedaleen, suban la intensidad, vamos, arriba!
Me paro en la bici como exige el ciclista y mis pechos, que no encontraron el ajustador para hacer ejercicios, salen volando. Mis miserias van de un lado hacia otro y mi estrés aumenta en cada pedaleo, con la posible escena porno.
45 minutos más tarde y un busto que, de seguro, se me cayó media pulgada, salgo del agite. La ecuatoriana me sigue hasta el parqueo para terminar de rellenarme con sus quejas amorosas, como a una caja extra large de las que me aguardan en la cocina. Yo salgo huyendo, deseosa de llegar a casa para seguir empacando.