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©Por Glenda Galán

Hace poco mi amigo y colaborador de Dominicana en Miami Néstor E. Rodríguez, me comentaba que el libro ganador del Premio Nacional de Cuento Dominicano 2013 se presentaría en Miami próximamente, algo que llamó mi atención, pues ya lo habían informado en una de las actividades a la que asistí en en Centro Cultural de España en la semana de la Feria Internacional del Libro de Miami.

Esta coincidencia de que en la misma semana me hablaran varias veces del libro “El arma secreta” me hizo contactar al su creador, José M. Fernández Pequeño, escritor cubano que luego de vivir por unos años en República Dominicana ahora reside en Miami y que muy amablemente respondió a todas mis preguntas, las que compartimos con nuestros lectores a solo días de su presentación el viernes 5  de diciembre en el CCE de Miami.

 

¿Qué recuerda de sus años de creación literaria en Cuba?

Mucho. Las primeras lecturas y la niñez fluyendo entre un chapuzón y otro en el río Bayamo, arrobado por la habilidad para enzarzar palabras de los despedidores de duelo en los velorios y las fascinantes mentiras del mejor profesor que he conocido en mi vida, Víctor Montero. Los maestros que enseñaban viviendo, como el crítico Ricardo Repilado y el novelista José Soler Puig, cuando me fui a Santiago de Cuba. Los iniciales y arduos intentos de escribir literatura, al tiempo que ayudaba a fundar proyectos culturales para los cuales la palabra orgullo se hace escasa y pobre de expresión. El rechazo visceral a la literatura que se escribe para apoyar una causa política o para llamar la atención haciendo crítica social. La asfixiante sensación de que ya no cabes en un espacio donde los sueños mentidos se van pudriendo en rutina…

 “La patria no es un sitio anclado en el mar, sino una parte de mí que nadie puede arrebatarme”.

Dejar su país de origen ha significado para usted…

Asumir la libertad personal como primera obligación, el placentero riesgo de ser esta voz y no tener que dar explicaciones. El maravilloso descubrimiento de que la patria no es un sitio anclado en el mar, sino una parte de mí que nadie puede arrebatarme, y menos que nadie la nostalgia. Aprender que eres más fuerte mientras más diferente eres frente a quienes te rechazan por diferente. Y, lo mejor, descubrir asombrado que la literatura es un camino, una vocación casi suicida de avanzar hacia lo desconocido, no un hedónico estado de contemplación junto al lago de la conveniencia. A medida que me alejo, voy acercando lo que queda detrás, aun aquello que todavía no ha llegado, a través de la ficción, mintiendo lo vivido o lo por vivir para que regrese más verdadero. ¿Quieres mayor satisfacción?

Dice que considera que Cuba y República Dominicana no se parecen mucho a pesar de compartir paisajes semejantes. Hábleme de las diferencias que pudo palpar en su estadía en nuestro país, sobre todo en el plano literario.

Aparte del paisaje, comparten lo que todas las culturas caribeñas: un irrefrenable amor por lo distinto y una desmesurada capacidad para apropiarse de lo ajeno y convertirlo en algo nuevo, intrínsecamente propio. Es insólito que todavía los nacionalistas cerrados entiendan esas contaminaciones como amenazas. Se diferencian en sus devenires nacionales y sobre todo en los procesos socioculturales que determinan las formas en que los individuos asumen y dialogan con la vida. En cuanto a la literatura de las últimas décadas, creo que la cubana muestra un instinto más desinhibido para lanzarse a buscar, alzada como está sobre una tradición que siempre se conectó mejor con el mundo exterior, y la dominicana una mayor serenidad para escapar a las trampas que tienden la inmediatez y la subordinación de lo estético a la circunstancia política. Claro, me refiero a la mejor literatura de ambas partes.

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“A veces estoy en algún lugar de Miami y me digo: “Si apareciera un colmado…”.

Un recuerdo de República Dominicana que le provoca alegría es…

Los colmados; el sonido de las fichas de dominó y la mirada desafiante de los tígueres en torno a la mesa; la botella de cerveza en el piso, al lado de la silla; la música que alguien pone en su carro, no sin antes gritarme: “Oye, Cuba, ¿qué te parece?” Y ahí mismo rompe Benny Moré a cantar. A veces estoy en algún lugar de Miami y me digo: “Si apareciera un colmado…”

¿Cómo ve el desarrollo de la literatura dominicana desde la óptica de quien vivió de cerca parte de ese proceso sin ser dominicano?

Hay una camada de escritores entre los cincuenta y los veinte años que desde hace bastante van desgranando obras de calidad. Esos autores, que provienen de por lo menos dos generaciones diferentes, también hace bastante comenzaron a recibir una atención por parte de los espacios para la promoción literaria internacional que no era frecuente antes. Algunos viven en la isla, otros en la diáspora, los hay también nacidos fuera y aplatanados en el país; entre todos llevan a la literatura dominicana una diversidad y una capacidad para abordar con penetración asuntos muy complejos sin dejar de experimentar y divertirse, algo indispensable en literatura. Quizás sea así porque no se detienen cada tres líneas a preguntarse si lo que están escribiendo resulta representativo de la cultura dominicana. Mejor me reservo los nombres, y no porque sean muchos: es que si olvido alguno, después se forma la del diablo.

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Hábleme de su libro El arma secreta, ¿cómo nace esta obra y qué ha representado para usted que haya sido merecedora del Premio Nacional de Cuentos de República Dominicana en 2013?

Inmigrante braceando en la tensa realidad dominicana, al parecer hubo un momento en que comencé a hacerme algunas preguntas. Entonces no lo supe, solo escribía cuentos que me llegaban como impulsos, sin una conciencia plena de por qué ni para qué los escribía. En algún momento me pasó como a quien se inserta en una sociedad cuyo idioma no conoce y anda ahí, luchando como puede para comunicarse, hasta que un día descubre con sorpresa que entiende lo que está diciendo el locutor en el televisor. Así me sorprendí alguna vez pensando en dominicano, y casi enseguida comprendí cuál era el elemento que unía a todos aquellos cuentos hasta entonces deshilvanados: la sorpresa ante una cotidianidad aparentemente anodina que de pronto se revela poderosa, plena de significados decisivos. Reescribí todos los cuentos, los enraicé más aún en la realidad y la lengua dominicanas, y cuando terminé, claro, me quedó la duda de cuán auténtica sería la propuesta. Que tres narradores de cuyo talento y dominicanidad no puede dudarse, como Ángela Hernández, Efraim Castillo y Armando Almánzar, premiaran el libro fue una enorme alegría.

“La clave de cualquier pieza narrativa radica en la credibilidad de los personajes, y esa credibilidad solo se consigue a través del peculiar tejido del discurso (narrador-punto de vista-focalización-intencionalidad)”.

Desde su perspectiva ¿qué características debe poseer un cuento para ser considerado una buena obra? 

A ciencia cierta, eso no lo sabe nadie. Cada vez que alguien (y los ha habido brillantes, Bosch, Cortázar, etc.) dice: “Un texto es cuento cuando tiene esto”, usted puede enarbolar cien ejemplos en sentido contrario. De hecho, mucha (y también muy talentosa) gente me ha dicho que no escribo cuentos, sino relatos, y que incluso esos relatos tienen un no sé qué novelesco. La verdad es que no sé, escribo lo que me sale al encuentro y trato de hacerlo lo más profesionalmente posible. Ahora, para no dejarte colgando de la pregunta, creo que la clave de cualquier pieza narrativa radica en la credibilidad de los personajes, y esa credibilidad solo se consigue a través del peculiar tejido del discurso (narrador-punto de vista-focalización-intencionalidad).

Un lugar de República Dominicana que recuerda por su belleza es…

Ufff, son tantos. El Cibao, Jarabacoa cuando uno mira desde la casa de Papo Peña Defilló o de Margarita García, Cabarete encendido por la tarde que cae. República Dominicana es de una hermosura despampanante.

” Vivir en un espacio urbano donde no existe una cultura dominante, donde un argentino, un ecuatoriano, un salvadoreño o un haitiano no tienen que esconder las marcas de sus nacionalidades para ser aceptados, es algo impresionante”.

¿Cómo ha sido su experiencia en el corto tiempo que tiene radicando en Miami?

Como escritor, no podía ser mejor. Atestiguar las infinitas combinaciones de lo cubano en su roce con la multiplicidad cultural de la ciudad es un deslumbramiento perpetuo. Vivir en un espacio urbano donde no existe una cultura dominante, donde un argentino, un ecuatoriano, un salvadoreño o un haitiano no tienen que esconder las marcas de sus nacionalidades para ser aceptados, es algo impresionante. Me gusta levantar la mirada al cielo y ver siempre un avión que se eleva o desciende porque significa que me puedo ir cuando quiera y regresar o no regresar si así me apetece. Quizás sea por esas razones que desde el momento en que llegué, me senté a escribir y no he parado hasta hoy. Después de terminar El arma secreta, escribí un libro de cuentos titulado “Memorias del equilibrio”, un regreso literario a Cuba, a asuntos que siempre quise narrar. Y hace una semana terminé otro que, bajo el título de “Sutiles”, contiene mis primeros cuentos cuyo argumento transcurre en Miami. Así vamos.

¿Qué opinión le merecen los cambios que se han producido en el mundo editorial en cuanto al auge que han tomado las pequeñas editoriales que coeditan libros junto a los escritores?

A la extensión de la educación, los límites que borra la tecnología, los cambios en el paradigma de lo que hasta hace poco se consideró como erudición, y consecuentemente, la expansión de la creación literaria más allá de una elite siempre pequeña, correspondía una descentralización del hecho editorial y una mayor participación de los autores en el destino de su literatura. Todo eso es muy beneficioso. Ahora bien, la facilidad para publicar plantea también retos temibles. Enumero tres: La calidad del proceso editorial, que no debe perder su estricto profesionalismo. La calidad de la literatura que se publica, algo que no merece más aclaraciones. La calidad del contacto entre el libro publicado y el lector. Muchas de estas pequeñas editoriales no contratan a editores profesionales, publican cualquier cosa que les llega a las manos y, lo peor, tampoco aprovechan las inmensas posibilidades de promoción con que se cuenta en la actualidad. Esto puede llevar a que, una vez publicado el libro, el escritor quede aislado, inserto en un círculo vicioso que resultaría frustrante. Son tiempos nuevos y tanto esas pequeñas editoriales como los propios autores están obligados a buscar nuevas maneras en un medio con más libertad pero también con mayor saturación… y no solo en el terreno literario. Peq2

¿Cómo percibes el panorama literario de Miami?

Pujante pero atomizado. Los escritores en Miami no han conseguido poner en movimiento la transnacionalidad que la ciudad sí practica con soltura extrema y, salvo contadas excepciones, los espacios literarios que generan las diversas culturas asentadas en esta isla conectada a un continente se mantienen estancos, separados. Esto gravita sobre todas las áreas vinculadas a la creación literaria, aunque en ninguna es tan limitante como en la visualización de un público consumidor para la literatura que se produce en la ciudad. A veces, antes de ir a una actividad, puedes pronosticar a quiénes te encontrarás allí, según sea el agente convocante, y uno resiente la presencia de un público “civil”, que no pertenezca necesariamente al mundillo de los escritores, los artistas, o a esa claque que en todas partes del mundo se mueve en torno a ellos asimilando sus modos de vida y costumbres. Ese público supuestamente no iniciado tiene cosas fundamentales para decir, cosas que a veces hacen a un autor poner los pies en la tierra. Eso hizo la realdad dominicana conmigo.

Un cuento suyo que siempre recuerda de manera especial es:

El último, y el hecho de que siempre me ocurra esto, relativiza un “siempre” que puede acabarse ahorita mismo, cuando me siente a escribir una nueva historia. En este caso sería “Sutiles” que, como muchos de los textos que forman ese libro recién terminado del que te hablé, está construido sobre el principio de convergencia, desdoblamiento y fusión de los espacios y las personalidades típico de las redes sociales virtuales. Fuera de eso, quizás ese texto sería “A.M.”, el primer cuento escrito por mí que transcurre en República Dominicana y que en 2001 ganó el Concurso Iberoamericano de Casa de Teatro.

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Su libro será presentado en el Centro Cultural Español por Joaquín Badajoz, cuénteme de esa relación literaria con el también escritor cubano. ¿Cómo nace? 

 Jochy es un crítico pero también un creador. Es un académico pero con sentido del humor. Cubano, maneja bien los códigos de la literatura y el arte dominicanos. No lo conocí en Cuba. Hablamos por primera vez aquí en Miami, en una reunión donde alguien contó la historia surrealista de cómo fue perseguido tenazmente por el presunto delito de haber atropellado a una ardilla, y todavía me duele el estómago de reírme. Yo estaba atrapado en la duda de quién debía presentar El arma secreta, si un cubano o un dominicano. Cuando detecté la proximidad de Badajoz a la forma en que entiendo la condición intelectual y a la cultura dominicana, le puse una trampa. Le di mi libro y me senté a esperar que me llamara. No me llamó pero sí me escribió en Facebook para comentar sobre las maneras en que el español cubano y el dominicano se articulaban en los cuentos y ahí le pregunté: “¿Por qué no presentas el libro en Miami?” Y, para decirlo en el mejor cubano, cayó como timba en la trampa. Todo fríamente calculado, como debe de ser en esa patria sin tiranías ni traiciones que es la amistad.