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© Por Glenda Galán                                                                        ©Foto Ivan Cañas

Poco tiempo pasó desde que le conocí en una actividad cultural hasta que cayeron en mis manos unos poemas suyos. La verdad, me llamó  mucho la atención su poesía y claro está, surgió en mí el interés por entrevistarle.

Joaquín Badajoz es uno de esos seres humanos que te caen bien desde que hablas por primera vez con él  por su amabilidad y si a eso le sumas que es creador de buena poesía, pues es un privilegio tenerle con nosotros viviendo en Miami.

Su amor  y respeto por la literatura se cuela en nuestra conversación, su pasión por la lectura se evidencia en su producción literaria, que justo ahora emprende un nuevo vuelo con Passar Páxaros / Casa Obscura, aldea sumergida, el primer libro que reúne parte de su poesía y que ha acompañado con ilustraciones de Eduardo Sarmiento.

Sobre esta nueva obra y sobre temas relacionados con su trayectoria literaria conversamos con este poeta, crítico de arte, ensayista, miembro de la RAE…en fin con este interesante escritor hispanounidense.

• Cuéntame el primer recuerdo que tienes de un libro que haya caído en tus manos y que leíste con entusiasmo.

Una biografía de Johann Sebastian Bach —vuelvo a escuchar sus suites francesas del “Cuaderno de clave para Anna Magdalena Bach de 1722” para ponerle soundtrack a nuestra conversación—. Me sorprendió leer que de niño se levantaba a hurtadillas para copiar partituras mientras todos dormían: no existe talento sin esfuerzo, ni genio que no venga acompañado de una gran obsesión. No fue el primer libro, pero es el que más recuerdo, porque en esa época tendría unos 8 años y ya acostumbraba a despertarme en medio de la madrugada para leer. Luego, o antes, debo mencionar a Enid Blyton: sus episodios de The Famous Five y The Secret Seven Society, entre otras de sus famosas series, me crearon una adicción irremediable a la lectura.

“Con los años he llegado a la convicción de que al escritor le es tan necesaria la memoria como el olvido”.

• ¿Recuerdas el primer poema que escribiste?, ¿de qué se trataba y qué edad tenías? Y si no, ¿cuál es el primer poema que recuerdas haber escrito?

Nunca he podido recordar más que algún verso, una frase suelta, de lo que escribo. Me maravilla como otros pueden recitar de memoria sus poemas. Otra cosa es que, por más que me esfuerzo, no recuerdo nada anterior a la escritura… no logro rebasar ese punto en el que estoy dibujando, escribiendo o leyendo. Es una circunstancia extraña, porque significaría que no le presté demasiada atención a otras cosas antes de descubrir la lectura. Con los años he llegado a la convicción de que al escritor le es tan necesaria la memoria como el olvido. Creo que escribir, sobre todo ficción, es un pacto con la mala memoria. Entre el exilio y esa voluntad de olvidar perdí todo lo que había escrito de preadolescente. Nada valdría la pena, porque como te decía comencé temprano, como un juego, y no hay niños genios en la literatura. Dibujar y escribir me parecían los oficios más divertidos del mundo, y aún hoy, después de capear los cuarenta temporales, me lo siguen pareciendo. Nací en una casa en la que escribir poesía era lo más natural del mundo, por eso lo hago con extrema humildad. Años después, cuando adquirí consciencia de que escribir no siempre es hacer literatura —que la literatura es precisamente ese pez de medidas perfectas que no hay que devolver a las mareas—, comencé a destruirlo todo, y se despertó en mi otro desafío y otra relación agónica (en el sentido griego) con la escritura.

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 Acabas de publicar tu libro Passar Páxaros, háblame del proceso de creación de esta obra que recopila textos poéticos de 1994 y 2004.

Passar Páxaros es el resumen de dos ciclos unidos por la bisagra simbólica del exilio. Incluye los libros Casa Obscura, aldea sumergida (1994-1999) y Passar Páxaros (1998-2004), que nunca fueron pensados como antologías o recopilación sino como cuadernos autónomos, con una estructura, un recorrido —incluso arquitectónico— que el lector podrá apreciar, pero a lo largo de casi dos décadas se fueron tragando a otros libros y reacomodando. Así que es también, de algún modo, un arca que recoge esa poesía diezmada, sobreviviente.

• Eres coautor de varias publicaciones como la Enciclopedia del Español en Estados Unidos (2008), Hablando bien se entiende la gente (2010) y Diccionario de Americanismos (2010), cuéntame del momento que vives como escritor en el que publicas tu primer libro.

Mi primer libro —un cuadernito en cartoné y tripa de papel kraft— fue un ensayo sobre el pensamiento filosófico de José Martí, publicado 1996 en la colección premio Calendario. Se titula Excursión de Thor a Utgard y fue una experiencia ambigua, por usar algún eufemismo. Tuvo una pésima edición y eso marcó mi relación con el mundo editorial. Decidí que no volvería a publicar hasta que no tuviera un poco de control sobre ese proceso. De Passar Páxaros / Casa Obscura, aldea sumergida, que sería el primer libro que reúne parte de mi poesía, lo que más me ilusiona son las estupendas ilustraciones de Eduardo Sarmiento que lo acompañan, que lo convierten en una joya única. A pesar de ser un hombre de la era del papel, que disfruto olfateando el olor del engrudo y la tinta, en este mundo digital lo único que justifica la publicación impresa es la posibilidad de atesorar un libro objeto.

¿Cómo ves al Joaquín que escribió esos textos hace una década?

Todo ha pasado en un pestañazo. Si he cambiado en algo, apenas lo he notado. Como Benjamin Button intento viajar hacia atrás: hacia la inocencia que es el momento supremo de la sabiduría. Me obsesionan otros temas ahora quizás, otros desafíos y una necesidad de “closure” que responde a la “añada”, los ciclos saturnianos. Pero si he decidido publicar estos textos, cuando perfectamente podía haberlos descartado —ya que he seguido escribiendo durante todos estos años—, es porque el hombre que soy ahora ha podido leerlos sin avergonzarse. Puedo tomar distancia, mirarlos con extrañamiento, pero aún me veo reflejado en esas aguas.

• ¿Qué poetas han llamado tu atención en los últimos 5 años?

Tomas Tranströmer, Manuel Vilas, Vandela Skytte, Sophia Elisabet Brenner, Osvaldo Sauma, Kirmen Uribe, María Montero, Félix Hangelini… por citar algunos que he leído mejor o por primera vez, aunque hay más: aquellos sobre los que he escrito reseñas o presentaciones. Cuando escribo sobre un autor o un artista visual es una señal de que estoy apostando all-in por su obra, que creo en su talento. Últimamente no busco poetas sino poemas. Me conformo y me sorprendo leyendo un buen texto, sin tener que necesariamente dejarme arrastrar por la cosmogonía de su autor.

 ¿Qué libro lees en estos momentos?

Siempre varios al mismo tiempo. Acabo de terminar Kali La Oscura, de Andrés Jorge; Cuerpo a diario, de Gerardo Fernández Fe; El Aliento del dragón, de Octavio Armand; estoy leyendo The Forty Rules of Love, de Elif Şafak; releo The intelligence of evil or the lucidity pact de Jean Baudrillard y The will to power, de Nietzsche. Y siempre tengo a mano Poetry, Language, Thought, de Martin Heidegger, como acicate mental. Por estos días también (h)ojeo curioso el Diccionario del Español Dominicano, esa obra completísima de mis colegas de la Academia Dominicana de la Lengua —leer diccionarios ha sido siempre uno de mis pasatiempos favoritos, si supieras las historias que descubro entre esa retahíla de palabras—.

 “Al final, la poesía no promete otra cosa que el harakiri, la cuchillada limpia y mostrar las entrañas”.

• El texto que acompaña a tu libro en Amazon hace referencia a los libros de auto ayuda, “La poesía no es un libro de autoayuda ni un traje prêt-à-porter que se acomoda a cualquier maniquí”, ¿qué opinión te merecen los libros de autoayuda?

Creo que el hombre contemporáneo sufre una angustiosa presión social. Anda a ciegas, desesperado, buscando las instrucciones que le permita alcanzar el triunfo y la retribución instantáneos. Si un libro de autoayuda se lo proporciona, perfecto. Ahora, sé demasiado bien que no hay dos biografías exactas. Nunca dos personas han transitado la misma ruta ni ocupado el mismo espacio en el tiempo. Por tanto es imposible ofrecer una llave maestra para la vida. El camino y el triunfo dependen demasiado de circunstancias y expectativas personales, de quién eres… y una vida humana es tan singular como el iris, las huellas dactilares, el timbre de la voz, la forma de besar y follar, las marcas, el color y el olor de la piel. Nos afanamos en pertenecer a la manada, en establecer filosofías, partidos, razas comunes, cuando la verdad es que no hay, ni han habido, dos seres iguales sobre la tierra. Es increíble que se sigan cometiendo crímenes sobre un supuesto tan absurdo. La poesía, y el arte en general, se dirigen por eso a la singularidad del hombre. Parten de una experiencia personalísima escrita en una clave también tan íntima que no puede satisfacer a todos. Por eso cada cual debe buscar el arte y la poesía con las que se sienta cómodo, el autor que calce su misma talla de zapatos. Al final, la poesía no promete otra cosa que el harakiri, la cuchillada limpia y mostrar las entrañas. Si el lector toma ese camino, que es también el más largo, llegará a otro lugar, en el que reconocerá al ser humano a partir de su individualidad, que es paradójicamente la esencia de su universalismo: su sensibilidad, la capacidad de salvarnos mediante reacciones bioquímicas y sentimientos intangibles. La poesía descubre misterios que no son para conquistar el mundo, para escalar por encima de la cabeza de otros, sino para subirte encima de tu propia cabeza. Es otro tipo de viaje interior que nadie debe perderse. Todos los libros de autoayuda podrían resumirse en un solo verso: Homo Gnosce te ipsum. Pero el verso más breve desborda un manual de autoayuda.

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© Foto Ulises Regueiro

¿Cómo ha sido la experiencia de vivir en Miami y de escribir desde Miami?

Miami es una extensión de Cuba, su provincia ultramarina, una réplica —en muchos casos mejorada— de Latinoamérica. Desde el punto de vista emocional y lingüístico, tan importante para la escritura, es el lugar donde un escritor cubano o hispano menos debe sacrificar. Pero, al ser una ciudad emergente, con una identidad, un carácter urbano, aún en formación, el escritor corre el riesgo de refugiarse en la memoria y la nostalgia, escribir del pasado, o lo que es peor, intentar reproducir capillas culturales en vez de mezclarse con otros autores y disfrutar el regalo de la multiculturalidad, el cosmopolitismo que ofrece la ciudad. Pero si escapas de esas trampas, es una ciudad letrada como otra cualquiera, con sus virtudes y sus vicios. Lo peor —y lo mejor— de Miami podría resumirse reelaborando la conocida frase atribuida a Porfirio Díaz: “Tan cerca de Cuba y tan lejos de los Estados Unidos”.

• ¿Cómo evalúas el ambiente literario de Miami en estos momentos?

Creo que vive un gran momento literario y artístico. Un ejemplo simple: el O, Miami  Festival, hace apenas un mes, logró reunir a Reina María Rodríguez, último Premio Nacional de Literatura de Cuba y último Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, con José Kozer, penúltimo Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, y unos de los más importantes poetas hispanoamericanos contemporáneos bajo una misma carpa, algo que ahora mismo no sucede ni en La Habana. Es sintomático creo de lo que está sucediendo en esta ciudad multicultural. Hay un talento abrumador.

Para mí la escritura es un acto de bondad infinita, como el amor, que se entrega sin exigir nada a cambio”.

• ¿Qué te mueve más a la escritura el amor o el desamor?

Seguramente el amor, aunque mi poesía no pueda clasificarse de amorosa, y evite, siempre que pueda, la escritura demasiado circunstancial. También he escrito textos movidos por la furia, pero cuando pasa la tormenta son simples “descargas”. Para mí la escritura es un acto de bondad infinita, como el amor, que se entrega sin exigir nada a cambio, lo que no quiere decir que no esté habitado —y a veces dominado— por expectativas y demonios… en eso estiba precisamente el desafío.

• Si partimos de que la palabra es la herramienta con la que trabaja el poeta, ¿cómo describirías esa que reposa en tus manos?

La palabra es un arma de doble filo: sirve para asesinar y para resucitar, empedrar paraísos y abismos. Me fascina y le temo, la puteo y la reverencio. He experimentado el sufrimiento que produce y también su poder de consolación. No hay drama humano que no calme o agite la palabra. Pero prefiero convocar su capacidad taumatúrgica y enterrar esa parte tenebrosa dentro de mi. De esa forma uno se hace daño, pero es preferible que dañar a otros. De cualquier forma escapará, porque la palabra es cimarrona, esclava de muchos amos, pero no me gusta abusar de ese lado oscuro. Me gusta perseguirla hasta su etimología, que es como chuparla hasta la semilla. Hay muchas maneras de decir y de escribir, y todas son válidas, en eso radical precisamente el estilo. A veces tenemos a la mano muchos sinónimos, pero la función del poeta es encontrar las palabras y gramáticas que mejor expresen lo que quiere decir. Me obsesiona esa precisión, pero disfruto explorando su ambigüedad.

• Un momento inolvidable para ti como escritor… el nacimiento de mi hija. En ese momento entendí que la literatura tenía que ser otra cosa o corría el riesgo de ser una pobre imitación de la vida. Uno no puedo competir con dios.

• Ser poeta es… un título incómodo.

 Un lugar de Miami que consideras poético es… el mar, los Everglades.

• ¿Qué colores le darías a tu poesía si pudieras visualizarla en una carta de colores?

Oscuros, ocres, atravesados por furiosas pinceladas rojas o naranja cadmio, como un lienzo, una piedra de mármol o un anochecer.

• Háblame de tu experiencia como miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).

Cuando uno recibe un honor que no cree merecer lo único que puede hacer es intentar cubrir las expectativas. Llevo más de una década colaborando en proyectos de la ANLE. Cuando fui aceptado, en 2004, era dirigida por D. Odón Betanzos Palacios —poeta, novelista y crítico literario andaluz; y un gran humanista a quien le tuve gran cariño—; desde su muerte en 2007, he colaborado en su modernización y tránsito hacia el siglo XXI, bajo la dirección de D. Gerardo Piña-Rosales, escritor y profesor gaditano —a quien debo ser miembro de esta corporación y el estímulo de la escritura durante los primeros años del exilio—, que ha puesto su energía y su extraordinaria impronta creativa en esta nueva etapa. Así que he tenido la suerte de ser testigo del tránsito de una academia más modesta, a otra con mayor presencia en los medios de comunicación y más reconocimiento oficial en las instituciones del gobierno. Falta mucho por lograr, pero en la primera década del siglo la comunidad hispana en EEUU ha ganado importancia, y eso se refleja en el protagonismo de la ANLE. También he participado en proyectos capitales: La Enciclopedia del español en los Estados Unidos, el Diccionario de AmericanismosHablando (bien) se entiende la gente, y la última revisión del Diccionario de la RAE (DRAE). Ahora colaboramos en la elaboración del primer Glosario de Estadounidismos y la Norma del Español de los Estados Unidos. Este fin de semana se celebra en Washington el primer congreso y el 40 aniversario de la ANLE. Estamos viviendo momentos históricos.

(más info sobre el congreso en http://anlecongreso.wordpress.com)

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 ¿En qué trabajas ahora en el plano literario?

Editando un libro de cuentos que también cubre casi dos décadas, y que he titulado por el momento: Los cazadores de cabezas y otros cuentos. Quiero cerrar ese capítulo para dedicarme a otros proyectos más complejos que tengo inconclusos.

• ¿Qué poemas tuyos te gustaría compartir con los lectores?

 

PARA QUE CAIGA DE CANTO LA MONEDA

Mi hija es el país que tantas veces

nos hemos prometido humildemente,

la roca más audaz,

quizás el ancla o el ala que tejeré mientras espero;

pero mi hija es más que el motivo de partir

o que la piedra secular,

más que el llanto de una vagina fértil.

Ánfora que me sostiene,

en la que bebo y calmo y acaparo

el agua con que habré de inventarme alguna lluvia.

Una hija puede ser sobrada razón para quedarse;

es cierto que habrá en la raigambre de estas estaciones

intermitentes

una humedad de invierno,

sobre la mesa limpia el silencio pactará

su sonido cadencioso de agua derramada

y escaseará la leña que aprovisiona el fuego.

Del otro lado la llanura tiene peces y sombras

y el peso del azul sobre la tarde

provoca un resplandor que anonada.

Aparte de ser un obscuro habitante de las islas

llevo en mí la ebriedad con que el salvaje

adoraba la piedra,

se echaba en holocausto al mar

o la nostalgia iba apagando poco a poco

como a una estrella lejana.

A menudo la nostalgia asume la forma

de una ciudad blanca a orillas del mar,

como si en esta isla no existieran

cientos de olvidados caseríos

donde el azul es un milagro del que emigra.

Preferiría de todos modos una ciudad costera,

en la que la tarde desaparezca en los ojos de mi hija,

tarde agrietada que se prolonga

cubierta de un velo ensangrentado.

Si mi casa trascendiera del acto de cubrirme,

tendría acaso la precaución de no marcharme,

de mostrar sus vigas de bronce,

el jardín que se convierte en un bosque de hojas

por donde transita mi hija desnuda

hasta que el tiempo le coloque su parra.

No es un valle sumergido entre mogotes,

ni la prisa rebelde del invierno,

que hace de la puesta del sol una alfombra dorada,

la extrema unción de los cuerpos que parten;

ciudad que no se puede abandonar

porque es tu espalda, la víscera que duele,

el pozo artesanal donde beber la furia

que se desborda por los ojos.

Tres personas son casi una ciudad,

son más que un hombre solitario contemplando una multitud,

mientras se disipa y se convierte en brumas

la ciudad que nunca fue.

Basta decir que soy un ser obscuro,

temeroso como los demás;

que alzo a mi hija para enseñar un fuego blando,

que entibia las manos y el corazón

donde otro verde convide a descargar las culpas.

¿Cuándo volveré para tomar el sitio,

para limpiar la verja y los portales?

Y el sitio tendrá otros inquilinos

a los que nada les dirá un rincón aparente,

una marca imperceptible en la pared;

los recuerdos no se quedarán fijos en la sobrevida,

son el precio a que invita el desarraigo.

Partir es una sensación,

del que se arranca una ciudad del pecho,

la lanza a las aves y vuelve a nacer.

A los veintitrés años sentí que podía volver a nacer

/pero era torpe.

Mi condición de isla y de hombre

me pudo ser regateada en el salitre.

Era huérfano.

Sabía que en los linderos del hombre

hay un temor indescriptible a estar solo,

y una hija y una mujer hermosa

eran sobrada razón para quedarse.

 

 

UN VENDAVAL: UNA VENTANA

Esta comenzando el otoño,

la ventisca que baja desde el norte

es una ventana que tira

magnética del cuerpo

para atravesar estas oscuras dimensiones.

No sé dónde estaré mañana, pero ahora

el alfeizar me oprime el estómago

y estoy colgando en vilo

como un potro sacado de un pozo.

Debe ser el derecho al pataleo de los ahorcados,

la lívida regurgitación de un hombre

que se arrima a lo desconocido.

Sólo aprendí una cosa y la comparto,

la vida hay que andarla en tenues espirales,

de otra forma si te lanzas al frente,

flecha fija en busca de la diana,

serás el asaetado, la víctima,

porque todos los finales llevan al comienzo.

Un hombre recto, un mulo terco,

que evita los caminos de arrieros,

se encontrará al final con un niño

desconocido y lejano que le recuerda

los días en que la leche caía tibia

del regazo y era tan sabio

que no podía encontrar las palabras.

 

 

PSILE ET PSOLE

Calla y canta, bebe hibisco, frambuesa, rosas;

en la casa del poeta cualquier gesto sublime

transporta al baptisterio, a los templos paganos.

El poeta y su amante tejen alfombras, luces,

escenarios magníficos, esperando la entrada

de bellos mancebos, de otros poetas tristes.

 

Yo me marcho temprano, ya me escurro querido,

para que entre la gayada, la tropa soberbia.

En este reducto de los cultos priápicos,

el poeta defiende su derecho a adorar

las más encendidas perversiones.

Dirá que insatisfecho con una costilla

quiere moldear con sus manos un ser como Dios.

Caminar entre canutillos, reflejos, escándalos.

Y ser torpe y morir y sentir que pisa los límites.

Epicúreo transita Lampsaco y Mitilene

se recoge en el jardín de las espinas,

hace un catastro ingenuo de las tierras posibles,

de las cercanas geografías.

 

Tan santo, tan demonio como yo

que tejo una selva húmeda como un pubis.

 

El poeta y su amante flotan acaso picados de rubor.

Digo el poeta y su amante, pudiera decir el poeta

y su esposa, y su esposo.

Sólo que son tan viejas estas convenciones,

tan látigo de piedra.

 

Concluyen hacendosos las faenas

y se sientan entonces a la mesa tomados de las manos

y se besan cómplices en los ojos.

Mientras los hijos vuelan,

son sombras enfebrecidas que van a un hueco ciego.

El poeta y su amante son estériles;

son sólo el amante y su sombra,

el poeta y sus posibles máscaras,

sus abandonos,

su forma de no multiplicarse.

 

Fotos cortesía Joaquín Badajoz.