Cuando llegué a esta ciudad era mucho lo que dejaba en casa. La familia, los amigos, la comida, la forma de hablar…
En un principio detesté este pantano, donde la cubanía se imponía gritando a los cuatro vientos “Aquí somos libres”, lo odié por el aroma a tabaco y a café tan fuerte que arropaban el salitre de ese mar que siempre me enamoró desde niña y que no lograba divisar desde este lado del mundo.
Luego choqué con la bandeja paisa colombina, los tequeños venezolanos, las caipiriñas brasileñas, el pan de muertos mexicano, los alfajores argentinos peruanos…y lo detesté aún más. No era posible que todos aquellos sabores servidos como rodeo brasileño a todos los que vivimos en este sol constante, trataran de reemplazar mi sanchochito y mi mangú.
Pasó mucho tiempo para que yo disfrutara del sabor de esta ciudad. El que se va de un lugar siempre lo lleva con él como tesoro al que se aferra por temor a quedar a la deriva, sin un lazo con quien se es cuando parte. Pero la gente, la maravillosa gente con defectos y muchas más virtudes, se logra colar en tu corazón y por más que te cierres a la idea de sentarte a su mesa, siempre termina convenciéndote para beberte un cortadito o un mojito con ellos.
He visto crecer a Miami, como él me ha visto crecer a mi, entre peleas, sinsabores y muchos sueños cumplidos, nosotros como buena pareja nos hemos respetado ese crecer, ese echar pa’lante que une todos esos aromas y sabores latinoamericanos que confluyen en este nuevo mar donde quien llega quiere ser feliz.
Una ciudad donde nos une un español que no siempre es el mismo, pero que a base de mucho esfuerzo hemos tratado de conservar y promover, los que sabemos que esa lengua es parte del legado que dejaremos a nuestros hijos bilingües. Un lugar donde empieza a gestarse una poesía propia, un decir único y maravilloso de coexistencia.
Un lugar donde puedes ir a una lectura de poesía y todos te escuchan atentos así leas en español o en inglés, pues la multiculturalidad es vista por muchos como una oportunidad de crecer y aprender.
Miami cuenta hoy con una gastronomía muy variada, heredada de todas las nacionalidades latinoamericanas que poblamos el pantano y con un mundo literario que se va cocinando lentamente con sal, ají, azúcar de caña, maíz, frijoles y todos los ingredientes que aún faltan por llegar.
Dominicana en Miami apuesta a este despertar artístico provocado por la conjunción de situaciones políticas y sociales que se vienen a drenar en esta playa; a este inicio que de seguro nos llevará a degustar un manjar cultural inolvidable.
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