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Hay momentos que pasan tan rápido y que contienen un cambio tan drástico en nuestras vidas, o en el mundo como lo conocimos, que necesitamos días y aveces meses para asimilarlos. Momentos como el que te dicen que ha muerto un ser querido, que tu o uno de los tuyos está gravemente enfermo, que has sido despedido del trabajo sin justificación, que estas siendo saltado y herido, en fin, que se derrumba el mundo.

Para esos momentos no hay cura, el miedo ha llegado a nuestros oídos con palabras provenientes de médicos, jefes, asaltantes…gente que comúnmente no está involucrada en nuestras vidas y que no entiendes cómo pueden ser ellos los portadores de esas noticias que te han transformado el horizonte en una línea curva, nunca antes caminada por ti. Uno va adquiriendo entonces la consciencia de que el mundo siempre ha sido así, caprichosamente cambiante, intensamente creativo. Antes lo sabías por referencias de otros, pero nada se aprende bien sin experimentarlo.

Vas sintiendo desde ese momento, que te despegas de la seguridad que nunca existió, te vuelan los pies por todo lo andado y visualizas que nada de lo que hiciste o dejaste de hacer tiene ya sentido, porque el sentido es el ahora, no el pasado, no el futuro, no nada.