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Cuando llegué a residir a Miami, la impresión que teníaea de esta ciudad era la de un mall gigante lleno de palmeras y música tropical. Todo el contacto que había tenido con estas tierras había sido saltar del avión al mall, para poder comprar cualquier cosa que no apareciera en Santo Domingo.
La verdad es que en uno de esos viajes fui capaz de traer una maleta vacía con otro bulto gigante dentro, para llevar a casa todos los regalos de navidad.
Luego me tocaría venir a vivir a la ciudad del sol…y lo odié. Durante el primer año de haberme mudado al Doral, estuve vitsitando los malls y las tiendas para comprar lo que hacía falta en la nueva casa, cargar con floreros y hasta espejos gigantes no era muy cómodo que digamos!
Luego estaban las visitas al mall de los amigos y familiares a los que había que llevar mall tras mall, tienda por tienda, aunque yo no tuviera nada que comparar; AY mis pies!
A eso de los 10 meses de estar residiendo en la 114 del Doral, una de esas visitas dejó constancia de su paso por casa, llenando el piso de la habitación que le brindamos en su estadía, con etiquetas de ropas, que había cortado de sus prendas de vestir nuevas, antes de empacarlas.
Ese detalle me hizo caér en cuenta de que ya no disfrutaba tanto el moleo, que no era ya una turista. Yo era ahora quien tenía que recoger todas esas etiquetas y seguir viviendo cerca de los malls, en espera de que otra visita ensuciara la habitación.
Desde ese día tomé consciencia que era hora de conocer Miami; el de verdad, y de mudarme en un lugar sin habitaciones de vistas, claro!
Y así decidimos movernos al Downtown, cerca de la gente que crea arte en Wynwood, del mar, de los que que trabajan y van a comer al medio día, invadiendo la zona con sus sacos y corbatas, o los que le ponen ropa de ejercitarse a las aceras cada mañana, mientras trotan.
Lo que descubrí en estos años de abstinencia molística, es un Miami factoría de arte, lleno de talentosas personas que viven día a día su pasión creativa. También conocí gente que trabaja en bancos, que corre a diario por las calles llenas de edificios, que monta bici, que pasea a sus hijos y gente que navega los fines de semana. Hablé con los homeless, con la que trabaja en el hotel que queda en la esquina de casa, con los de CNN que fueron a comer a la placita de Brickell Key, …con tantos he hablado!
Conocí un Miami muy diverso, lleno de historias y de vida, lleno de pasos culturales que poco a poco la van consolidando como una ciudad con personalidad propia, con olor a café y tabaco, que suena a olas, tambores en español e inglés.
Miami es ahora un mall que se va llenando de cultura.
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