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Por José Mora
De mañana subía unos escalones interminables, techados de caobas que dejaban caer hojas por doquier, muchas hojas, muchísimas hojas que pisaba mientras pasaba de un escalón a otro.

Unas hormigas llevaban el cadáver de una avispa, juntitas iban con su comida halada.

Cada escalón permitía un pensamiento, cosas que se piensan cuando se está solo, resolviendo los problemas del mundo, por decir algo.

En el escalón 15 pensó en la muerte, en lo definitivo de la muerte, nada vale por esos predios, ni el dinero, que vale y compra de todo; sonrisas que caen como gotas en una tormenta, voluntades que maneja como una pluma en un huracán, en fin, el dinero lo compra todo…..o casi todo.

Iba por el 20 cuando se preguntó el porqué la gente no deja los cadáveres en la calle o en las casas o donde mueran, para que el mundo los vea descomponerse lentamente, ver el trabajo de los gusanos bailando entre la carne, comiendo lo que una vez tenía tanto prestigio, si es el caso, tanto poder.

Pensó que el mundo no permanecería igual, con sólo imaginarse a un político ver el esqueleto de su madre o a un todopoderoso cenando con el de su padre. Cambiaría todo el panorama, se acabarían las guerras-imposible tantos cadáveres juntos-el mundo sería un mejor lugar para vivir.

La arrogancia del poder es un veneno, un veneno que mata y sin antídoto conocido, esa falta de humildad, de ubicarse en el lugar que le corresponde y elegirse déspota para pisar los derechos, para poder joder a los contrarios, eso es un veneno poderoso y maldito.

Esa fuerza enfermiza, patológica del poder, del dinero pretende avasallar a la dignidad, a la nobleza, no saben que a fuerza del tiempo, solo serán cuerpos inanimados, donde no existirán lugares privados para que un simple gusano se pasee cumpliendo con su deber.