A través del tiempo, los escritores viven en nuestras memorias por medio de sus personajes, de sus cuentos o poemas, pero, qué escribían ellos cuando no creaban a un personaje?.
Resulta un ejercicio interesante desde el punto de vista psicológico, leerlos a ellos mismos desde sus propias historias contenidas en misivas.
Y luego de leer fragmentos de tanta carta, uno se pregunta a dónde fueron algunos de esos amores?
Fragmentos de cartas escritas por escritores.
“Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.”
De la Carta de Julio Cortázar a Alejandra Pizarnik.
«Detrás de la alegría y la risa, puede haber una naturaleza vulgar, dura e insensible. Pero detrás del sufrimiento, hay siempre sufrimiento. Al contrario que el placer, el dolor no lleva máscara.»
De la Carta de Oscar Wild a su amante Alfred Douglas.
“No hay ninguna razón por la que dejemos de ser amigos. Te debo las mejores y quizá las peores horas de mi vida, y eso es un vínculo que no puede romperse. Además, te quiero mucho. En cuanto a lo demás, me repites que puedo contar contigo. Si ello fuera obra de tu amor, sería mucho; si es un efecto de tu cortesía o de tu piedad”; y en inglés: “no puedo decentemente aceptarlo. Amar o incluso salvar a un ser humano es un trabajo de todo el tiempo, y creo que no puede ser exitoso si se realiza en momentos perdidos”. Y sigue en español: “Estela, Estela, quiero estar contigo, quiero estar contigo, quiero estar silenciosamente contigo. Ojalá no faltes hoy a Constitución”.
De la Carta de Jorge Luis Borges a Estela Canto, a quién dedicó El Aleph.
“Querida, no te ofendas por lo que escribo. Me agradeces el hermoso nombre que te di. ¡Si, querida, “mi hermosa flor silvestre de los setos” es un lindo nombre! ¡Mi flor azul oscuro, empapada por la lluvia! Como ves, tengo todavía algo de poeta. También te regalaré un hermoso libro: es el regalo del poeta para la mujer que ama. Pero, a su lado y dentro de este amor espiritual que siento por ti, hay también una bestia salvaje que explora cada parte secreta y vergonzosa de él, cada uno de sus actos y olores. Mi amor por ti me permite rogar al espíritu de la belleza eterna y a la ternura que se refleja en tus ojos o derribarte debajo de mí, sobre tus suaves senos”.
De la carta de James Joyse a su esposa Nora Barnacle.
“No hay más Principito, hoy día ni jamás. El Principito está muerto o se volvió totalmente escéptico. Un Principito escéptico no es más un Principito. Estoy resentido con usted por estropearlo”, escribió. “No habrá más cartas, teléfono ni señal. No fui prudente ni pensé que arriesgara pena, pero me lastimé en el rosal cogiendo una rosa. El rosal preguntará: ¿Qué importancia tenía para usted? Ninguna, rosal, ninguna. Nada importa en la vida. No más vida. Adiós rosal”,
De la Carta de Antoine de Saint-Exupéry a su último gran amor, una joven de 23 años, casada y embarazada, cuyo nombre fue mantenido en reserva.
“Te adoro, Manuel. Todo mi vivir se concentra en este pensamiento y en este deseo: el beso que puedo darte y recibir de ti”.
De la Carta de Gabriela Mistral al poeta chileno Manuel Magallanes Moure.
“No eran celos, amor, sino exigencia de tu plenitud, de tu totalidad. Ahora ya te he arado entera, te he sembrado entera, te he abierto y cerrado, ahora eres mía. ¡Para siempre!”.
De la Carta de Pablo Neruda a Matilde Urrutia.
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