15135609_10154717894199814_1065938857_n

El dibujo

Cuando éramos niños

el mundo era un dibujo.

Algo tan simple.

Un solo trazo que acababa

solo para empezar.

 

Estaciones o casas o ciudades

subían y bajaban

a través de la línea del grafito.

 

Tirados en la calle

su frente parecía siempre

llena de algo: pájaros

o astros o mareas incontenibles

que se estrellaban

en lo hermoso.

 

Porque entonces era todo lo hermoso.

 

Y nada parecía más grande

que sus pequeñas manos.

 

Sus ojos eran cien kilómetros de gaviotas

hacia el occidente,

y dos tormentas blancas

al cerrarse de pronto,

dos iglesias inmensas en silencio.

 

Sus brazos caían sobre mí

como una bendición.

Porque su cuerpo era un país

lleno de acantilados

y todo era caer.

 

Cuando éramos niños,

quiero decir, cuando éramos,

el mundo era un dibujo

y la noche un rumor

y nada sucedía demasiado deprisa,

salvo el invierno.

 

Su perfume de niño

era una tumba blanca,

y su voz un aliento,

un océano.

 

Cuando éramos niños,

en ese largo día único

donde aún somos nuestros.

 

El instante, la vida

He tenido una buena vida:

una guerra de diez años

y tres terremotos

que echaron abajo la ciudad

y cumplieron la profecía

de la abuela,

quien meses antes

nos había anunciado

la destrucción terrible

con una voz que era la misma

con la que nos contaba

los dulces cuentos

donde todo era del color

de las avellanas secas.

 

Pero he tenido una buena vida,

apacible, sentada

a la mesa en el patio,

o escondida

entre los sacos de maíz,

a la espera que las detonaciones

cesaran, que las voces

cesaran, en la oscuridad

donde el mosquito

era un murmullo

que me hacía dormir.

El mosquito cuya picadura

no causaba la muerte.

 

Pero he tenido una vida buena,

un amor de mil años

verdadero y brillante

como oro que ha adquirido

la forma de un broche,

un búho de grandes

ojos blancos,

prendido siempre

bajo mi blusa, y por ello

una gota de sangre

es lo que queda

del pasado, una gota

suspendida

como un planeta frío.

 

Pero he tenido una buena vida,

una vida donde la guerra

y el amor

han durado

los mismos años.

Una donde la muerte

me ha visitado poco,

y donde he visto el mundo

y he escuchado

los sonidos de las grandes

aguas y los enormes

valles, donde los cascos

del caballo criollo

y el venado me muestran

su extraña diferencia.

He visto y olvidado

lo que he visto

y vuelto a asombrarme

con lo que había sido

asombro una vez.

No me quejo.

Las aguas siguen

abrazando mis pies,

aferradas con toda su tibieza

a la brevedad que poseo.

 

La palabra precisa

He pasado los años de mi juventud

observando sobre los árboles,

empinada para ver qué llega

o qué se marcha. He querido

mirar antes que nadie la tormenta,

y la he visto acercarse como una leona sombría

cuyas fauces son la mitad del mar.

 

También la he visto derrumbarse

como un alcohólico

sobre la casa de una niña,

destruir ciudades de papel

y levantarse para pisotear lo que queda.

Estruendo es su nombre inimitable.

Luz que rasga la luz, su boca.

 

He concluido cada tarde y cada mañana.

No hay música que me defina.

Mi pasado es un destello. La punta

de un cuchillo que no corta,

que no separa lo futuro de lo presente.

Pan seco es mi lengua.

Una mancha de café

que es solo oscuridad, mi ojo abierto.

Penumbra, mi ojo cerrado.

 

En alguna habitación,

sigo siendo una niña que escucha,

en la calle, a toda hora,

aullidos de perros o de hombres,

y cierra los ojos y reza

una oración de una sola palabra

pues no conoce otra.

 

Roxana Méndez  nació en El Salvador en 1979. Es licenciada en idioma inglés con especialización en traducción y Máster en literatura española e hispanoamericana. Actualmente cursa el doctorado en filología hispánica en la Universidad de Barcelona. Es poeta, narradora y traductora. En 2012 obtuvo el Premio Alhambra de Poesía Americana para obra inédita en Granada, España. En su país obtuvo el premio Gran Maestre de Poesía en 2003, así como certámenes nacionales de Narrativa Infantil en 2011 y de Poesía Infantil en 2016. Ha publicado los libros: El cielo en la ventana (Ed. Valparaíso, España, 2012); Clara y Clarissa (Alfaguara Infantil, 2012); Mnemosine (DPI, El Salvador, 2008) y Memoria (Universidad Tecnológica, El Salvador, 2004). Ha sido incluida en diversas antologías de poesía.