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Conocí la figura de Juan Pablo Duarte desde que cursé la escuela primaria, pero pude conocer más a fondo detalles interesantes de su vida a través de las cátedras de Georgilio Mella Chavier, mi maesto de historia en el Colegio Dominicano De La Salle, que, en sus magistrales cátedras, nos hablaba, no solo del ideario del padre de la patria, sino que nos contaba los datos que había investigado sobre esta figura que él admiraba apasionadamente.

Las ideas del patricio sobre la unidad, la libertad, el amor son palpables en algunos de los  poemas que escribió, líneas cargadas del romanticismo que inundaba las almas de aquellos días en los que vivió y que compartimos en este mes de enero.

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Juan Pablo Duarte y Diez (1813-1876)

 

Unidad de las razas 

“Los blancos, morenos,
cobrizos, cruzados,
marchando serenos,
unidos y osados,
la patria salvemos
de viles tiranos,
y al mundo mostremos
que somos hermanos”.

 

Romance

Era la noche sombría,
de silencio y de calma;
era una noche de oprobio
para la    gente   de   Ozama.

Noche de mengua y  quebranto
para la Patria adorada.
El recordarla tan sólo
el   corazón   apesara.

Ocho los míseros eran
que mano aviesa lanzaba,
en pos  de sus compañeros
hacia la extranjera playa.

Ellos que al nombre de Dios,
Patria y Libertad se alzaran;
ellos que al pueblo le dieron
la Independencia anhelada.
Lanzados fueron del suelo
por cuya dicha lucharan;
proscritos, sí, por traidores
los que de lealtad sobraban.

Se les miró descender
a la ribera callada,
se les oyó despedirse,
y de su voz apagada
yo recogí los acentos
que por el aire vagaban.

 

SANTANA

Ingrato, Hincha es tu suelo,

Que producir no ha sabido Sino un traidor fementido.

Que habrá de serle fatal, Y tú, Prado,

que aposentas Verdugo tan inhumano, Ay!…

que por siniestra mano Sembrado te veas de sal.

 

SUPLICA

Si amorosos me vieran tus ojos

acabaran mis penas en bien,

pues quitaras así de mi sien

la corona que ciñe de abrojos.

 

Ya mi pecho volvieras la calma

que otro tiempo gozó placentero,

y hoy le niega el destino severo

insensible a las penas del alma.

 

No le imites, Señora, te ruego,

no te cause placer mi amargura,

y al mirar mi acendrada ternura

no me tomes como él el sosiego,

que no en vano se postra mi amor

a los pies de la esquiva beldad:

No me digas ¡oh no! por piedad

que me tienes también en horror,

¡Pues es tal de este amor la vehemencia,

que no obstante el rigor de mi suerte,

yo he jurado por siempre quererte…

a pesar de tu cruda inclemencia!

 

La Cartera Proscrito

Cuán triste, largo y cansado;

cuán angustioso camino,

señala el ente divino al infeliz desterrado.

Ir por el mundo perdido a merecer, su piedad,

en profunda oscuridad el horizonte sumido.

 

Que triste el verlo pasar tan apacible y sereno,

y saber que allí en su seno es la mansión del pesar.

El suelo dejar querido de nuestra infancia testigo,

sin columbrar a un amigo de quien decir me despido.

 

Pues cuando en la tempestadse ve guerrear la esperanza,

estrellase en la mudanza la nave de la amistad.

 

Y andar, andar errabundo, sin encontrar del camino

el triste fin que el destino le depare aquí en el mundo.

 

Y recordar y gemir por no mirar a su lado,

algún objeto adorado a quien; te acuerdas? decir.

Llegar a tierra extranjera sin idea alguna ilusoria,

sin porvenir y sin gloria, sin penares ni bandera.

 

DESCONSUELO

Pasaron lo días de paz y amistad,

de amor y esperanza, de fina lealtad.

Pasaron las glorias. La gala y primor;

quedaron recuerdos de amargo sabor.

 

Recuerdos que al alma del mísero amante,

la luz entristecen del sol más brillante:

Que avieso destino Siniestro, sombrío,

marmóreo, implacable, abrúmale impío.

 

Amante y amigo Mostró su nobleza:

Sus obras dejaron Lealtad y pureza,

y aleves, traidores,

llamáronle infiel,

brindándole en burla Vinagre con hiel.

Y en vano al impulso De tanta maldad,

en vano ha clamado Pidiendo equidad.

El mundo no ha oído su justo clamor,

ninguno ha escuchado Su voz de dolor.

Por eso alza la frente En altivez y en calma;

aún cuando tiene el alma de negra pena henchida,

y aun cuando mortalmente el pecho herido siente,

no exhalará un quejido, ni más dará un gemido.

Mas, tú, noche triste, que escuchas su acento,

que sabes de su alma el crudo tormento,

ocúltale al mundo su acerbo penar,

no digas a nadie Le has visto llorar,

e ignore por siempre su amado tesoro,

que siente más que ella su mengua y desdoro,

Y entienda más bien La cruel cuanto impía,

que vivo gozando de paz y alegría.

Y vivan felices, que acaso algún día.

Habrán de llorar Su negra falsía

y entonces de menos tal vez se echará,

su puro cariño…¡Más tarde será!

 

Tomados de la obra “Poesías y Canciones de la Patria” de Fiume Gómez.