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©Por Glenda Galán

La Capilla de San Pablo (St. Paul Church) de Nueva York fue el punto de encuentro con el periodista y escritor Víctor Manuel Ra- mos. Construida entre 1764 y 1766, la bella edificación, exhibe un antíguo cementerio que atravesé entre turistas y curiosos que fotografiaban el lugar. Ya en el interior, logro divisar al autor de La vida pasajera, novela ganadora del Premio de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Lo saludo y le pido posar para varias fotos, con el objetivo de usarlas en la publicación de esta entrevista.

Él sonríe para el lente de mi Canon y me cuenta algunos detalles interesantes de este histórico lugar, que se mantuvo en pie a pesar de los ataques terroristas del 911. Luego, caminamos por los alrededores, nos bebemos un café y pasamos un frío tremendo mientras conversamos sobre sus libros.

–¿Qué tiempo tienes viviendo en Estados Unidos?

–Algunos veinticinco años, entre Nueva York y La Florida. Tenía 14 años cuando vine a Nueva York, aquí me formé como periodista. En n La Florida ejercí como periodista la mayor parte de la década pasada.

–¿Qué recuerdo tienes de tus años en la Florida?

–La Florida es un lugar interesante porque era como una mezcla de la experiencia norteamericana de Estados Unidos y nuestra experiencia caribeña. Era como estar entre las dos islas que yo conocía, Santo Domingo y Manhattan. La Florida es un estado muy dinámico, con mucho crecimiento, con mucha diversidad y mucho futuro. Para un periodista la Florida es como estar en un parque de diversiones debido a la cantidad de temas para explorar y gente con posiciones muy extremas sobre estos temas, que permiten un debate muy intense.

–Me comentabas que no te gusta mucho caminar por esta zona, pues recuerdas el fatídico once de septiembre ¿Qué impacto tuvo este suceso en tu vida?

–Fue un ataque muy traumático para la ciudad, para los que vivíamos aquí. Creo que todos los neoyorquinos conocíamos a alguien que estaba en las torres ese día. En los días que siguieron al ataque yo recuerdo que la gente empezó a visitar la Zona Cero y, para mí, y muchos de los que vivíamos aquí, era una zona que no podíamos ver. Era un hoyo en la tierra con humo que salía constantemente de allí por meses y meses y, aunque era una noticia y una atracción fuera de aquí, nosotros sabíamos que se trataba de seres humanos que habían muerto aquí, que habían sacrificado sus vidas a cambio de nada. Eran las víctimas de un ataque contra un sistema globalizado que ellos no crearon, del que ellos también eran victimas. Por eso, venir por aquí todavía se siente como visitar un cementerio.

Yo llegué a ir a las torres muchas veces como periodista, como persona y conocía a gente que trabajaba ahí y, en los meses que siguieron al ataque, fui parte de un esfuerzo de documentar el desastre y entrevisté a decenas de familias afectadas. Yo voy todavía a la zona de las torres, donde está la fuente, y veo los nombres de personas que puedo reconocer, cuyas historias yo escribí. Eso es algo que uno lo siente.

Creo que ese fue el momento en que supe que ya yo era newyorkino. Después de mucho tiempo viviendo aquí uno tiene su ir y venir, sus dudas de a dónde uno pertenece y cuando te atacan te conviertes en una sola ciudad, un solo lugar.

–Tu trabajo periodístico tiene que ver mucho con las luchas y retos que enfrentan las minorías, ¿qué te ha dejado esa experiencia?

–Mucho crecimiento. Yo creo que el periodismo en general te expone a muchas personas, a muchas situaciones interesantes. A ideas a las que otras personas no quedaría expuesta tan al rojo vivo. Yo día a día hablo y entrevisto a personas de las que aprendo mucho, a veces, personas que han superado muchas dificultades y problemas y que, todavía, se enfrentan a muchas barreras históricas y personales por ser parte de grupos minoritarios y que, sin embargo, son una inspiración, porque están moviéndose hacia delante y empujándonos hacia el lado de ser cada vez más inclusivos, más diversos, más humanos.

–Desde tu óptica, ¿Qué es ser un buen periodista?

–Un periodista es una persona que documenta los hechos, las situaciones, los dilemas que vivimos en nuestra sociedad, en el momento que van sucediendo y que, a la vez, puede poner eso en un contexto más amplio de la historia y de los movimientos sociales que existen. De mi parte, el énfasis siempre está en buscar y mostrar la historia de un ser humano, en mostrar la situación a través de una persona.

–¿Es posible la imparcialidad?

–La imparcialidad sí, la objetividad yo diría que no. Se usa este termino de “objetividad” para indicar algo que suena robótico, o sea que tú vayas, recopiles información y cuentes historias sin que te afecten y sin que tú afectes cómo se cuenta la historia. Entonces yo creo que uno puede ser imparcial y justo en cómo cuenta una historia, una situación, un debate, pero sería inhumano no identificarte con las personas que estas entrevistando, no reconocerles su humanidad y no poner algo en ese marco de referencia mayor: lo que es verdad y lo que es mentira. O sea, no reproducir simplemente lo que te dicen, sino, mostrarlo dentro del contexto que has aprendido.

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–Hablemos un poco de tu trayectoria literaria. Tu primer libro se titular Morir Soñando: Cuentos Agridulces, 1998-2005, ¿Cómo nace este título con el nombre de una bebida tan sabrosa y que nos encanta a muchos dominicanos?

–El morir soñando es una bebida dominicana deliciosa, pero es también agridulce, una mezcla de distintos sabores. Mi ficción tiene, más o menos, esa inclinación hacia lo agridulce. Las cosas no son tan simples como: dulce o agria, bueno o malo, blanco o negro. Hay muchos espacios y muchos sabores en el medio, muchas texturas que uno trata de capturar. En el fondo, al escribir literatura uno está buscando significados, ir más allá de lo que se puede hacer en el periodismo, donde uno cuenta y relata situaciones. Aquí estamos hablando de la verdad emocional y, a veces, esa verdad es agridulce.

–¿En el caso de Morirsoñando, las historias que cuentas se inclinarían más hacia lo dulce o hacia lo agrio?

–Depende el cuento, pero creo que al final, si te tomas un morir soñando, el sabor que te deja es bueno. Aunque mucho hay de agrio, mucho de enfocarse, tal vez, en parte de la realidad que a veces no queremos ver. En el fondo yo tengo una visión mayormente optimista del ser humano, no tanto del sistema en que le toca vivir.  Tengo fe en el ser humano.

–Luego de este primer libro de cuentos sale tu novela La vida pasajera que resultó ganadora del premio de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Cuéntame sobre esta experiencia.

–La novela fue premiada en el 2010, año del primer certamen que realizaron. A mí me sorprendió que ganara, pues en verdad no sabía con qué estaba compitiendo. La novela la escribí entre el 2001 y el 2005 y anduvo mudándose conmigo, de lugar en lugar, hasta que llegó este premio literario que iba a destacar literatura escrita en español en Estados Unidos. Envié la novela sin saber qué esperar. Es siempre un honor cuando a uno le reconocen el trabajo y una oportunidad para que te lean.

–No te esperabas el premio, pero enviaste la novela, o sea que pensabas que tenía la calidad para ganar.

–Sí, la envié, pero eso también es una forma de probar qué piensan otras personas. Uno escribe en la soledad. Obviamente tiene la convicción de que quiere decir algo, de que tiene la capacidad de decirlo. Y tú sabes, como alguien que escribe, que se van muchas horas en ese proceso, o sea que hay una convicción profunda. Pero uno no controla cómo otras personas leen y reciben lo que uno hace. Creía en el libro y en los personajes, pero no estaba seguro de cómo otras personas lo iban a recibir.

Me llama la atención que en los nombres de tus dos libros: Morirsoñando y La vida pasajera, mencionas las palabras vida y muerte. Háblame de estas dos palabras en tus libros.

Parece que me gustan los temas grandes, porque ahí se puede escribir de todo. Talvez es que no hay un enfoque en una trama muy específica, sino en personajes que está luchando, en el afán de la vida. Creo que en ambas obras hay situaciones o luchas en las que puede haber un afán de vida o muerte, cuando no literal, a veces, una vida o muerte interna o espiritual dependiendo del resultado de las historias.