Por Denisse Español
No quería hacerlo, no tenía un espacio disponible, al mismo tiempo parecía no poder detener lo que se avecinaba. Las cosas fueron surgiendo con naturalidad. La electricidad, corrientazos de miradas fijas en sus caderas. Son pocos los que se le niegan al deseo y ella, ella menos. Su cuerpo parecía querer salirse de su traje ejecutivo al verle, habían hablado pocas veces, no era necesario. Fue finalmente en el salón de reuniones cuando consumaron aquel torbellino, los papeles parecían volar a su alrededor, el silencio fue agredido por sus alientos rítmicos y por el sonido que crean los besos en el vacío.
No fueron descubiertos.
Mildred la había llamado infinitas veces esa semana. Había estado preocupada por no poder atender la llamada de su hermana, tenía tanto trabajo en la oficina que cuando salía no podía casi pensar. Llegaba a su casa y se tumbaba en el sofá. Abría los ojos horas después, en la madrugada.
Un estruendoso martilleo la despertó esa noche. No esperaba a nadie, habían pasado meses sin que alguna persona visitara su guarida. Al asomarse por el visor descubrió a Mildred, llorando en silencio del otro lado de la puerta. Abrió.
– Son la cuatro de la mañana. Fue lo único que su forma de ser le permitió decir.
Las lágrimas de Mildred parecían un rio, al verle, se desbordaba de sus cauces. Sintió la necesidad de buscar un envase, ponerlo a sus pies, para tratar de que no se inundara el diminuto apartamento.
– Randolf, tiene cinco días sin llamar. Con estas palabras Mildred se tiró al suelo. Parecía nadar en el lago de sus lágrimas.
– ¿Quién carajo es Randolf?
– ¡Tengo más de un mes sin hablarte!, no tomas mis llamadas nunca ¿cómo quieres enterarte de las cosas de mi vida?
– ¿No podemos conversar mañana? Respondió en medio de un bostezo.
Mildred se levantó con un súbito movimiento, sin decir nada más, salió del apartamento estrellando la puerta dejando un camino de gotas saladas.
Esa era la relación, necesidad y aborrecimiento en una simbiosis perfecta. Eran hermanas porque la vida las había elegido, no porque ellas hubieran deseado serlo.
Se volvió a tumbar en el sofá, pensativa miro el techo por un tiempo, no pudo volver a dormir.
Randolf se sentó sobre su escritorio. Le comentó en un susurro que el salón de reuniones estaría vacío por el día. Por un instante, quiso pensar de nuevo en la coincidencia que no le había permitido conciliar el sueño, pero estaba demasiado ocupada. Se levantó de la silla en la hora del almuerzo, dirigió sus pasos hacia el lugar de encuentro. Al verle allí, no preguntó nada. No quiso saber. Cuando él levantó su falda la imagen de un caudaloso rio se insertó en su mente, un rio de púas, la misma fue borrada por un extenso beso.
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