Por Gabriel del Gotto
La mujer quedó inmóvil, se sentó en aquella mecedora y observó hablar a la señora de la casa. Un abanico giró incorrecto desde el techo:
-Empecé a coger cuerda nomas despertar. Había llovido en la noche y se me mojó toda la ropa que dejé en el patio, el abrigo que me regaló Tatica parecía un pollito. Ademas, bien temprano me llamó una señora de la funeraria para recordarme que luego de lo de tu cuñada Marisa, habíamos acumulado puntos suficientes para que el próximo velorio nos saliese a mitad de precio. Ahora que lo pienso, me pregunto: ¿Tan mal está la cosa en este país? ¿Quien será la hija de la gran puta loca, mujer del diablo esa? ¿Una lesbiana, amante de la gasolina? ¿La reencarnación de una espartana barrigona que lucha sumo con cuanto italiano-bragueta floja de playa- se le aparece? ¿Quien coño tiene un trabajo así?
Eché la mañana resolviendo eso y ahorita, a la hora de comida, vi la historia de un hombre que después de que la mujer descubriera que le era infiel, fue y le mochó el güevo, entonces pensé en llamarte.
En fin, te seré breve: tu hijo se descarriló hace rato, Adita sigue igual, y Laurita ahora se metió a evangélica. Lo del niño, tampoco es que fue algo que no esperara, bastantes bocinas abrazabas tú en las fiestas que hacíamos en la universidad, y yo sabía que algo así le iba a pasar desde que se empezó a juntar con los amigos esos con los que trabajaba de hindú en el call center. Lo de Laurita no sé, yo era comunista y marimacho…
Ernesto, por favor, mándame cuarto. No te voy a alargar mucho esta vaina, manda cuarto y ya, si tu quieres ni llames patrá pa saber si llegó, total. Manda cuarto, manda cuarto Ernesto.
La hija voltea su cara, con gesto preocupado mira hacía la mecedora:
-Todos los días así, tía Marisa. Todos los días, de alguna forma la mata a usted, y habla con papá.
-Me imagino que es duro para ti.
-No ombe, uno se acostumbra a eso.
-¿Apagaste los viberes?
-Sí, si, yo los apagué. Eso era lo ultimo que había aquí. Ella parece que supiera la escasez que hay en esta casa. Venga, agárreme el bastón, pa llevarla pal’ cuarto.
-Ven pa ayudarte, mija.
-No, no tía, no se preocupe, yo de aquí la llevo. -Responde como toda hija resuelta, la hija.
-Bueno mi amor, allá en casa está todo igual. Ahí ando yo con tres pesitos y son pa pagarlo de deudas. Camino a donde Martin Nuñez voy después de aquí.
-Pero yo no le toy pidiendo tía, yo sé eso y se lo agradezco.
-Deja ir a servirte un par de plátanito, mija. ¿Con qué e que se lo come ella?
La mujer sale de la habitación rumbo a la cocina. Detrás suyo queda la señora de la casa y la hija.
-Mamá ¿Y este dinero, que usted tiene en la bata?
Dice extrañada la hija, quien mira a la señora de la casa con cara de quien se lleva el dedo meñique del pie con la pata de una cama.
-Tía, venga a ver esto. ¿Usted tiene su dinero ahí?
La señora de la casa la observa callada, la mira con algo de intriga y trata de quitarle el dinero de las manos.
-¿Tía? Venga acá. -Ahora grita la hija.
-¿Qué tía, mi amor?- Le responde la señora de la casa.
-Mamá, ¿Y este dinero?… ¿Tía?
-¿Que tía, mi amor?
-Tía Marisa…
-El dinero que mandó tu papá, mi amor. Acuéstate por favor, todo va a estar bien.
-¿Y tía, mamá?
-Marisa murió hace mucho, mi amor. ¿La viste otra vez?
-Ella taba ahí en la cocina, mamá, sirviéndote unos plátanos. ¿Tía?
-Ay mi amor, y tan buen mangú con queso que hacía tu tía. -Dice con ternura la señora de la casa, quien logra quitar de las manos de su hija el dinero y meterlo nuevamente en su bata.
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