Por Jimmy Valdez
Le he dicho a una mujer casada, mujer bonita de delicadas manos, no tengo más señales, ni mayores tiestos en donde perder o guardar esta humana manera del antojarse. Ella por supuesto sonrió. Le dije por igual a esa mujer, mujer hermosa a la que le escribí en diez trocitos de papel y a puro miedo de mancebo, no soy celoso, mi virtud es la discreción, lo muy prematuro que me fue encantado la cocina coreana, los ojos rasgados, la piel amarilla, en fin, las patadas voladoras, el sea weed salad y las peras. Ella volvió a sonreír.
Seguí diciéndole a esa mujer, mientras buscaba pretextos para cruzármele en el camino, en la oficina, cuando subía o bajaba, y yo cambiando un bombillo, que si quería y me quedaba, que andaba de ofertas, que así coño es el amor, un animalito dulce. Y esa mujer, mujer cuya ternura siempre sospeché, me dijo de sopetón, así sin mayores gracias, que de momento no está para engaños, pero quién sabe si en un futuro, pues Dios nos va creando y al final suceden cosas…
Le he dicho a mi mujer, cuando llegué a casa, menos lastimado que ayer y con una sonrisa de oreja a oreja “he tenido un día etéreo” y se limitó a contestarme “lo mismo me pasa a mi”.
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