Por Bernardo Jurado
Esa vocación de taxista, no existe en mí. No es por imitar a Chávez, quien aduce que le gustaría vivir a orillas de un río, en un ranchito de zinc y sin luz eléctrica, créanme que no, pero me encantaría no manejar, hacer todo en bicicleta, de hecho ahora mismo es así, pero siempre se presentan situaciones y reuniones más allá de las siete millas de transpiración que me permito. Mi oficina queda en un sitio llamado Miami Lakes a unas veinte millas y no debo llegar todo lo sudado que impone la abultada humedad de la Florida, por ello voy en mi carro.
Mi hermano menor, joven de diez y siete años de edad, vino a depurar su inglés y por ello después de presentar la prueba de nivelación, comenzó un encantador curso, llevado de la mano de John.
Estudié el transporte de la ciudad y todo en la web parece bello, propio del Doral, los horarios apropiados, para llegar a tiempo a la 41 St, a esa reunión de crecimiento con John, pero en la práctica no lo es y yo he pasado la vida poniendo los puntos sobre las ies de la palabra “ineficiencia” y no quiero acostumbrarme a ella, no la acepto ni tolero bajo ninguna circunstancia, toda vez que pago los inmensos impuestos que me cobran, por vivir aquí.
Con pasmosa frecuencia, mi hermano pasaba hasta dos largas horas bajo el sol, transpirando las medidas higrométricas antes dichas y el morar en el primer mundo, nos crea anticuerpos no siempre saludables al desorden, porque debe haber un teléfono donde reclamar!, donde preguntar por el imperdonable retraso del Trolly de la bella ciudad y resulta que si existe y llamé y nadie atendió, ese día de copiosa lluvia, en el que los usuarios parecían unos pollos mojados en esa parada lindante a la 97 Ave.
Siempre con la sana intención de ser justos, me atendieron alguna vez y me informaron que ciertamente estaría retrasado en quince minutos, pero es que ya tenía veinte, para el momento de la llamada, sin razón aparente.
Me encantaría invitar, no solo a mi respetable amigo el Alcalde J.C. Bermúdez, sino también a los señores Concejales y a todos aquellos que de una u otra forma, tengan poder decisional sobre el servicio de transporte público de nuestra ciudad, a un paseo, en el que yo pague los refrigerios, pero es que me encantaría ver la cara de sorpresa del chofer, que extrañamente nunca saluda a sus pasajeros, cambiar su antipática actitud al verme acompañado de mis importantes invitados y que nos hiciera un recorrido por los bares, donde podamos todos beber licor sin riesgo de manejar, por ello les dedico esta cuartilla:
Me encantaría libar
en los bares del Doral
con poetas y escritores
usando por mi seguridad
el trolly de la ciudad.
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