Por Jimmy Valdez
El arlequín venido a menos inaugurará nueva casa: Había apostado a los desaciertos, a la vihuela en una taberna que celebrando el día del padre descendía con el sol casi desvistiendo desde lo más dentro el latido resquebrajado de una mujer en armas. Paraguay desayunaba un “dos cero” a favor de su selección, resultado que obliga a señalar que no se oyeron los tradicionales himnos de ovación en la atrayente cafetería de la esquina, y que su dueño, a quien creyésemos polaco, cerró su mundanal bajo un mutismo indescifrable y ese adiós sin palabras de los individuos decepcionados por alguna variedad de la suerte.
El arlequín estaba tumbado en su mueble, medio poniendo los pies en la pantalla del televisor, cuando vio cruzar a la mujer como un acido lechoso hasta la divinidad de la puerta. Ella haló de la manija, puso tres cosas a fuera, mostró con una patada en el suelo la determinación final, y como si fuese un perro cualquiera de los que viran latas y tienen el color kaki muy curtido, al manirroto cartón de huesos botó de su reducto y le invitó a jamás volver si es que tenía algún dejo de avergüenza o de respeto.
Ahora que lo pensamos, que sabemos agujereado al bufón mientras se juega Italia el segundo tiempo, y que como incógnita se aproxima un nubarrón para variar en la tarde, tendremos que buscarle el aroma amargo de un café, con todo y sus sugerencias, para que vuelva a poblársele de nidos el alma y se le ponga un techo al televisor de los mundiales.
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