Anoche llegué del trabajo y me quedé perplejo con la cena que me esperaba: ensalada de lechuga y tomate, una pechuga seca y un galón de agua. La razón de este suplicio es mi obesidad. A pesar de que trato de ir al Club de la Salud tres veces a la semana envuelto como un pastel en hoja mi barriga ha demostrado ser una arpía negada a cooperar.
Y con todos estos anuncios y películas de hombres con estómagos de atletas de Atenas mi mujer me mira y suspira. Ella parece una muchachita, cuando salimos los hombres le quieren brincar, especialmente los italianos. Ella ha parido, y sin embargo, no hay huellas de un muchacho de 9 libras y media en su vientre, ningún rastro de desastre postparto en su cadera. Todo su cuerpo es una escultura de fibras, y eso que ella come como una muerta de hambre, claro, combinando proteínas con carbohidratos y nueces. Sí, la genética fue generosa con mi princesa, conmigo no, yo miro un dulce de leche con guayaba y abracadabra aumento 5 libras en el ombligo. Esto no ha parado desde los 18 años.
A mí me gusta comer, ¿a quién no? El domingo pedimos una paella al Boga Boga. Yo estaba sentado en el trono del baño y desde allá vocié: “Extra mariscos, extra mariscos y que manden mucho pan, que manden mucho pan, que siempre mandan un chin chin de pan, que manden mucho pan, que manden mucho pan”. Ellos dicen que es para 8 personas, pero será para una Blanca Nieves anoréxica y 7 enanitos con amebas. En la noche fuimos a Adrian Tropical en la Lincoln, donde hay una gallina viva, y hasta una tarjeta de descuento me dieron porque me bajé 4 mofongos y 2 sabrocochos con 3 servicios de aguacate, ah, y 4 servicios pequeñitos de yuca frita.
Para joder más la vaina, los esposos de las amigas de mi mujer parece que son todos instructores de pilates y jugadores de basketball. Yo quisiera saber cómo diablos un carajo con dos hijos y un empleo de doce horas al día puede tener un cuerpo sin pliegues ni empellas. Cuando vamos en grupo a la playa a pasarnos el fin de semana yo soy el único enano calvo, ojú, con las piernas en parentesis y un tubo de grasa en lo que en la edad media pudo ser conocido como cintura. Definitivamente, en las palabras de Vallejo: “Yo nací un día en que Dios estaba enfermo, grave.”
Y yo haré cualquier cosa que mi Sherezade me pida, yo la amo, yo la adoro, ella es la parte tierna y bella en mi vida. Prefiero dejar de disfrutar hotdogs y patimongos y derretidos en Payán y latas de helado y jambergues con papitas fritas y apple pies y 5 sandwichs de pierna en la madrugada a perderla. Así que si ven a un hombre desmayado en la calle, gordito, envuelto en plástico como un pavo del Nacional, con unos pantalones azules de lana con rayas blancas a los lados y con un galón de agua en la mano, please help me get up.
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