A estos altares de la cintura, a este ombligo de papalote, razón de las agujas, lucecita en rojo, pliego para redimir mientras se devora el perdido bosque a mordiscos. A este anaquel, fiesta que besa en blando la inquietante hendidura de su vientre. Reino celestial para las orugas, pétalo desangrándose en las mil maravillas de las sales, bastión de los deseos, corola de espasmos. A esta entrega, a esta laceración en su primera noche, concierto de címbalos, tostada por la que pasa el cuchillo humedeciéndola, derrumbada almena, ecuestre desnudez indeleble, le debo el amor de las curvaturas, el resguardo pectoral, la servidumbre.
A este sentarnos, mirarnos a los ojos, cuando cruza sus piernas hasta aprisionarme…
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