Hace poco publicamos la primera parte de esta entrevista al escritor y periodoista dominicano Clodomiro Moquete, dado que esta última pregunta que le formulamos recibió una extensa respuesta, la compartimos con ustedes en esta segunda entrega.
– ¿Vivir de la cultura es vivir del cuento en República Dominicana?
– Insistes en el tema y no quiero ofrecer una respuesta cortante y que parezca un «no me fuñas». Creo que hay dos figuras de ironía en la pregunta. ¡Si vivir de la cultura es vivir del cuento! ¡Por todos los dioses, no me arrincones! Francisco Comarazamy Rangasami, que fue mi profesor de periodismo en la Universidad Central del Este, dijo una tarde a los discípulos, en el aula, que en el país había libertad de prensa porque cualquier persona podía fundar un periódico. Él se quedó como si no hubiera dicho nada, con su cara arrugá y seria.
No pude contener una carcajada que contagió a otros estudiantes y el profesor Comarazamy tampoco pudo contener una sonrisa irónica. Sí ombe, cualquiera podía instalar un periódico diario, una emisora de radio, un canal de televisión. Estoy hablando de 1979. Cuando eso internet asomaba en Santo Domingo. Pero antes, entonces y luego los dueños de Listín Diario, de El Nacional, de Radio Mil, Radio Comercial, podían y pueden vivir de la cultura, ¿no?, porque en nuestro mundo eso es ‘cultura’. Pero ciertos arrastrados, que podían o pueden crear medios «alternativos», «pobres», esos vivimos del cuento.
Según eso yo vivo del cuento. Desde 1993, cuando inicié la publicación de la revista Vetas, he vivido de eso. En los últimos años no vivo del cuento sino que sobrevivo, soy un sobreviviente. Pero evidentemente eso ya terminará, abandonaré esto, o más claramente, esto me abandonará. Desde muy joven, a los 19 años de edad, comencé a padecer problemas renales y ha sido un sufrimiento constante. En 1973 fui intervenido quirúrgicamente. En 1997 descubrí que era -soy- hipertenso. En el año 2010 ya el corazón dio avisos de su cansancio. La arritmia cardíaca me agota. Los últimos dos fuetazos que me dio el corazón, en junio y en diciembre pasados, han sido demasiado fuertes.
He recibido la explicación -y la experiencia- que las arritmias son problemas de la frecuencia cardíaca o del ritmo de los latidos del corazón, y que durante una arritmia el corazón puede latir demasiado rápido, demasiado despacio o de manera irregular. Las arritmias, en sentido general, son inofensivas, pero algunas pueden ser graves e incluso poner en peligro la vida.
“Esa tarde supe qué es ser un moribundo avergonzado.”
El sistema de «seguridad social» de nuestro país no puede proteger a quien vive del cuento. Hay que saber que como yo no trabajo sino que vivo del cuento mi mujer, Virginia Silva, hubo de incluirme en su seguro, que por «buena suerte» es el SEMMA, que administra el «Hospital Docente» que ofrece servicios a los maestros. En junio pasado, afectado por una peligrosa arritmia, estuve en la sala de emergencia de ese centro de salud pero no me atendieron. Como yo sabía que podía morir decidí quedarme allí sentado, en una silla al lado de una camilla. Pero me dio vergüenza dejarme morir delante de mi hija Virginia, que me acompañaba, y tomé la decisión de ir a otro centro de salud, lo que tuve que hacer. Esa tarde supe qué es ser un moribundo avergonzado.
http://revistavetas.com/sirimba-escribe-clodomiro-moquete
El día 14 de diciembre pasado estremeció mi corazón otro episodio de arritmia. Esa vez tuve la suerte de que en la emergencia de la Clínica de los Maestros me atendieran. Esa clínica es excelente. Desde hace diez años mi esposa, Virginia Silva, padece una crónica depresión bipolar y ha recibido una atención admirable.
Ella tiene que recibir una terapia determinada pero el seguro no la cubre porque en nuestro país el sistema de seguridad social está al servicio de los que guardan el capital. Una siquiatra que vio a mi esposa en la consulta me dijo que ella necesitaba esa terapia pero que la clínica no la podía ofrecer y me propuso que la llevara al manicomio, en el 28, donde esa señora médica trabajaba, pues allí le podían aplicar dicha terapia gratuitamente. Ese tratamiento está pendiente de aplicación desde hace varios años. Su enfermedad es terrible pero no quise someterla al escarnio de llevarla al manicomio por la sencilla razón de que mi esposa no está loca. Alguien me dijo que dicha clínica no ofrece ciertos servicios a las personas que padecen depresión bipolar debido a que esa es una enfermedad que el «seguro» considera ‘catastrófica’.
Mi enferma compañera fue la primera directora del Colegio Aníbal Ponce, de Santo Domingo, en el año 1978. Su labor fue tan eficiente en ese colegio que la Secretaría de Estado de Educación la seleccionó porque se necesitaba una educadora con la suficiente autoridad y capacidad para que pudiera rescatar la Escuela Primaria Uruguay, en la calle Caracas, que estaba en un abandono deplorable y ese centro educativo había sido una escuela modelo.
Ella fue nombrada directora de dicha escuela, retomó la disciplina, organizó la Sociedad de Padres, logró recabar la cooperación de la comunidad. Rescató una de las mejores obras de arte que tiene el sistema educativo dominicano, un extraordinario mural, que estaba abandonado y en peligro de desaparición, del gran artista Antonio Prats-Ventós, que esa gloria de la plástica ejecutó en el salón de actos de esa escuela, considerada por la crítica como una de sus mejores producciones. Esa directora, doña Virginia Silva, participó en la organización de la Asociación de Directores de Escuelas y fue su primera presidenta, en 1982.
La Secretaría de Educación quiso aprovechar la capacidad de trabajo de ella y como se consideraba que su labor en la Escuela República del Uruguay había llegado a su mejor momento entonces la nombraron como Técnico en un Distrito Escolar. Claro, el objetivo principal era debilitar y destruir la Asociación de Directores de Escuelas.
” El daño que le hizo Ligia Amada Melo a Virginia Silva, su antigua discípula en la UASD, ha sido terrible.”
Años después, en la gestión de Ligia Amada Melo como Secretaria de Estado de Educación, yo permití que se hicieran críticas y las hice yo mismo a la gestión de la señora Melo en las páginas de la Revista Vetas. Ella, la señora Melo, había sido profesora de mi compañera y profesora mía cuando fuimos estudiantes de Educación en la UASD. Pero Ligia Amada Melo no soportó la crítica que se hizo de su gestión en la Revista Vetas y se la desquitó degradando a mi compañera mediante la imposición de una pensión por debajo del nivel que a ella le correspondía, pensionándola como si ella fuera una empleada del área administrativa escolar, no con el rango que no sólo merecía sino que había alcanzado por méritos. El daño que le hizo Ligia Amada Melo a Virginia Silva, su antigua discípula en la UASD, ha sido terrible.
Muy enferma mi compañera, muy afectada, y todavía pendiente de la asistencia médica que necesitaba, tomé la decisión de solicitar ayuda al presidente de la República. La tarde del 9 de octubre de 2009 asistí al acto, en el Salón de las Cariátides del Palacio Nacional, donde se puso en circulación una edición del libro «Judas Iscariote, el Calumniado», de Juan Bosch, con prólogo del jurista español Baltazar Garzón. Al concluir el acto me coloqué en la fila de las personas que iban a saludar al presidente Leonel Fernández y al señor Garzón, con el objetivo principal de tratar muy brevemente al presidente el asunto que me motivaba.
“El señor Fernández me respondió irónicamente que mi esposa sería socorrida inmediatamente, llamó la atención del señor Baltazar Garzón, que casi escuchaba lo que yo había dicho, y le expresó al juez español, en tono burlón, «estos son los periodistas dominicanos».”
Entregué una nota escrita al mandatario en que le expresaba mi simpatía. El señor Fernández me respondió irónicamente que mi esposa sería socorrida inmediatamente, llamó la atención del señor Baltazar Garzón, que casi escuchaba lo que yo había dicho, y le expresó al juez español, en tono burlón, «estos son los periodistas dominicanos». Me quité de allí aturdido. Naturalmente que no recibí el auxilio que fui a buscar. Yo había cometido varios errores que explican la respuesta que recibí esa tarde de Leonel Fernández.
En la campaña electoral de 2004 apoyé la candidatura del señor Fernández y escribí promoviéndolo dos artículos que fueron publicados en Listín Diario. El otro error, que había cometido años antes, fue escribir y publicar en la Revista Vetas un artículo en que analizaba el pensamiento político del señor Fernández, y evidentemente mi opinión le disgustó tanto que luego no perdonó, a pesar de que favorecí, como expliqué, sus aspiraciones.
” En el aparato cultural del Estado desgraciadamente la desconsideración ha sido y sigue siendo una práctica tortuosa y deplorable. La he vivido y sufrido desde antes de la creación de la Secretaría de Estado de Cultura y ahora mismo”.
También actuó «debidamente» el anterior ministro de Cultura, don José Rafael Lantigua, quien optó por la persecución y la desconsideración en contra de figuras con las que tiene diferencias personales y de otra índole ajena al buen ejercicio que debe practicar un empleado público. El pobre Lantigua, afectado de tanta dolencia en su conducta, ejecutó en sentido general una buena gestión en el ministerio, lo que siempre he reconocido, pero también hay que admitir que un administrador de ese nivel no será una monedita de oro. Referí a Lantigua la penosa situación de salud de mi esposa, solicitando el amparo del ministerio de Cultura. Si tú respondiste así respondió él. Esto aparte del tratamiento desconsiderado que ofreció este pobre hombre al director de la Revista Vetas, el que vive del cuento.
Ese hombre, que tiene una vida tan martirizada que es Lantigua, tuvo que practicar la desconsideración. Lantigua desconsideró a uno de los íconos del teatro latinoamericano, como lo es el dramaturgo Reynaldo Disla. Lo canceló sin justificación de su condición de director del Festival Internacional de Teatro, y con ello retiró al distinguido escritor y excelente ser humano que es Disla el recurso económico conque honrosamente cubría sus necesidades materiales.
Lantigua desconsideró a una amiga íntima que además, nada menos, es miembro de su familia, la distinguida dama Catana Pérez, una de las personas más sensibles y ligada con gran amor al arte, a quien atribuyó un nudo bochornoso para cancelarla como Directora Artística del Teatro Nacional Eduardo Brito. Lantigua desconsideró a una de las artistas más distinguidas de la ciudad de Santiago de los Caballeros, la exquisita pintora Gina Rodríguez, a quien le creó una historia burda y sucia de corrupción administrativa para cancelarla como Directora Artística del Gran Teatro del Cibao.
¡Ay, cuánto quisieran quienes conocen a estos verdaderos íconos de la cultura artística dominicana como lo son Reynaldo Disla, Catana Pérez y Gina Rodríguez, que la infamia no hubiera sido disparada!
En el aparato cultural del Estado desgraciadamente la desconsideración ha sido y sigue siendo una práctica tortuosa y deplorable. La he vivido y sufrido desde antes de la creación de la Secretaría de Estado de Cultura y ahora mismo.
En el mundillo culturólogo dominicano hay una tendencia perniciosa que hace un severo daño a quienes la guian y la practican. Se trata de ver, como campos diversos, adversos, el arte popular y el arte ‘clásico’. Hay unos cultores del arte popular que rechazan a los del arte ‘clásico’, a quienes consideran elitistas, sus adversarios, y a quienes tratan de manera desconsiderada.
El eminente compositor y músico Manuel Jiménez, cuando tuvo la oportunidad de hacer ese ejercicio de medianía lo practicó de manera destemplada, sin ningún pudor. En 1998 Manuel Jiménez fue designado presidente del Consejo Presidencial de Cultura e inmediatamente sobó su arma de reglamento y disparó contra varios objetivos, uno de ellos la Revista Vetas, a la que rebajó por la mitad el apoyo material que recibía por publicidad, y el otro fue el actor Ángel Mejía, quien era en ese momento un empleado de la misma entidad, del Consejo Presidencial de Cultura, pero además Mejía era y es un importante ideólogo en política cultural.Manuel Jiménez lo desconsideró, le retiró una categoría económica que Mejía había alcanzado.
¿Por qué un artista de la calidad de Manuel Jiménez revela esa pobreza? Lo que no esperaba Manuel Jiménez era la respuesta que le dio Ángel Mejía, quien convocó a medios de comunicación y en una rueda de prensa anunció que iniciaba una huelga de hambre frente al local del Consejo Presidencial de Cultura, en el malecón de la avenida George Washington. Y tampoco esperaba la reacción que se produjo desde el Palacio Nacional, con la orden de que resolviera ese problema porque Ángel Mejía, además de ser un consagrado actor y director teatral era -y es- un activista muy reconocido del Partido de la Liberación Dominicana.
El actual ministro de Cultura, el eminente compositor y músico José Antonio Rodríguez, suda la misma fiebre odiosa. Digo primero eminente compositor y músico, y no cualquiera, para advertir que esa es mi opinión. José Antonio Rodríguez ganó fama, resonantes éxitos, como compositor de canciones cuya calidad retumbó en festivales como el de Viña del Mar. No tengo que abundar porque todo el mundo conoce eso. Pero no se puede dejar de mencionar que José Antonio, como simplemente le dicen sus amigos, es autor de una canción que en el mercado del gusto internacional está en los primeros lugares en Hispanoamérica y permanecerá para siempre como una de las mejores composiciones. Esa canción, «La cita», es una de las piezas más singulares en la canción popular, y para que se vea hasta dónde mide es la primera o una de las primeras canciones -es decir, de mayor audiencia- en el repertorio nada menos que de Leonardo Favio.
El señor ministro tomó una medida desconsiderada contra… ¡Ángel Mejía! Lo destutanó como director del programa de Escuelas Libres, un proyecto de gran éxito bajo la gerencia del señor Mejía. No hay que abundar. La historia es reciente y se conoce bien.
El señor ministro tomó una medida desconsiderada contra un íntimo amigo suyo, y además su compadre, y más que esas dos cosas -amigo personal y compadre-, una gloria de la música dominicana de todos los tiempos, como lo es el compositor Manuel Tejada.
José Antonio Rodríguez le dio un golpe bajo y ruin a su compadre Manuel Tejada, quien tenía cinco años trabajando en un proyecto que era su principal objetivo como artista: la creación de la Orquesta Nacional. Cinco años de trabajo de un artista, músico consagrado de la categoría de Manuel Tejada. Cuando José Antonio Rodríguez llegó al ministerio de Cultura, Manuel Tejada pensó que todo el terreno estaba bien abonado para el lanzamiento de la Orquesta Nacional.
De repente, su compadre el ministro José Antonio Rodríguez decidió que el proyecto para la creación de la Orquesta Nacional fuera dirigido por el empresario Pedro Núñez del Risco. Esta situación odiosa, increíble, es uno de los episodios que dañan para siempre. Es una traición que no sólo daña una larga amistad, un compadrazgo, también daña cinco años de trabajo de una gloria de la música dominicana como la de Manuel Tejada y daña una trayectoria artística como la de José Antonio Rodríguez.
A mí también me tocó la decepción y el golpe doloroso. El señor ministro, José Antonio Rodríguez, ha negado cualquier apoyo material, económico, a la Revista Vetas y a la Agenda Cultural Diaria, a pesar de que estos medios no simplemente están al servicio del Ministerio de Cultura y del público para el que labora, sino también al servicio de la buena gestión de José Antonio Rodríguez. En este caso mi amigo José Antonio coincide con su cofrade Manuel Jiménez en su actitud enemistosa, ridícula, odiosa. Cofrade, he dicho.
José Antonio está a tiempo de arrepentirse en el caso de Manuel Tejada y la Orquesta Nacional, debe recordar que lo que ha hecho equivale a una traición y quien traiciona a un compadre está violando un sacramento.
Tengo que decir, a estos amigos que me han desconsiderado porque vivo de este cuento, que si se ha querido que el daño fuera a mi condición de editor, porque no guste lo que digo y como lo digo en la Revista Vetas y en otros medios, que no guardaré silencio, que no me callarán, que lo que dije, digo y seguiré diciendo queda guardado y me sobrevivirá.
Clodomiro Moquete, enero 2014.
• Si algunas de las personas aquí mencionadas desean aclarar o refutar algunas de estas declaraciones tienen las puertas abiertas en este medio para dar su punto de vista. glenda@dominicanaenmiami.com
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