Quemándome la combustionada almeja cardinal del presente. Quemándome la presunción unísona de los cálculos. Quemándome la mansalva, la quejumbre, la paz pretoriana, esa ovación bochornosa del esclavo. Me quema tanta aglomeración embarbecida, tanto ser inhóspito, tanta holganza incandescente, las ratas otoñales administrando promesas; lo cadavérico y cagado de miedo, sojuzgado a su sillón de inservibles palabras. He velado a tantos muertos, a tantos desaparecidos, a tantos muchachos yertos en la perenne desgracia del engaño, la patria es un graznido que confunde: nos llama por un número, ensoberbece, convierte en amuletos de cabezas reducidas toda memoria inexpugnable, los hombres y sus sueños en la inmensa velada del amor.
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