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Todos tenemos un motivo para discutir a favor o en contra de algo, ya sea en el plano político, deportivo o intelectual, no importa que seamos dominicanos, venezolanos, Colombianos, y si sigo mencionando ¡lleno este escrito con el mapa mundi!

 

GG

Cuando pequeña fui testigo en múltiples ocasiones, de las discusiones entre mi papá y mis tíos por asuntos beisbolísticos, una práctica que habían iniciado cuando papi decidió ser escogidista y tio Ramón optó por ser liceista, para poder discutir con Tío Dante que era Aguilucho hasta la tambora.

– Ser del mismo equipo no tiene sentido en una casa donde hay tres amantes del baseball, decía papi cuando yo le preguntaba por aquellas diferencias deportivas.

Las tardes de pelota en casa eran una oda a la gritería, a los insultos hacia el pelotero que se ponchaba, o a los aplausos al que  sacaba la bola del play, la cosa era pelear entre ellos o burlarse del equipo del otro.

El tío que visitaba sin que su equipo jugara ese día, iba siembre a favor del equipo que le convenía que ganara para quedar en un mejor lugar en la temporada, notándosele en su cara esa tranquilidad que tienen los que están fuera del terreno de juego.

Yo, por mi parte que fui educada en el santo oficio de la pelota dominicana desde que nací, pero que no podía decir malas palabras, me dedicaba a observar el juego, a los tíos y a ampliar mi repertorio de dichos para cuando pudiera usarlos.

Lo que más me gustaba de aquellas horas de encontronazos era que a pesar de que ellos se decían de todo en medio del juego, al terminar de ver el partido, apagaban esas diferencias junto al televisor.

Este año, recordé esos tiempos cuando se enfrentaban Puerto Rico y República Dominicana en el  Clásico Mundial en Miami, cuando  puertorriqueños que se sentaron a mi lado, vitoreaban a su equipo y abucheaban a los peloteros dominicanos cuando salían a terreno.

No me hacían nada de gracia aquella situación, pero tuve que chuparme aquel desplante por la sencilla razón de que ellos, al igual que yo, eran libres de expresar su simpatía hacia su equipo y su desaprobación ante el equipo que representaba mi país.

Al terminar el juego, el cual por cierto,  ganamos con unas jugadas magistrales; uno de los puertoriqueños se cambió de mano la bandera que sostenía para poder darme unas palmadas en el hombro.

– Los dominicanos jugaron como campeones, se merecen el triunfo. Felicidades.

– Gracias! fue interesante que la competencia quedara en el Caribe, dije yo con el  afán de sacarle algo positivo a la derrota del equipo Puertoriqueño.

Todos salíamos del  play con nuestras banderas en las manos, unos ganados, otros perdidos, pero todos caminando hacia la misma puerta de salida.