En el estudio de un artista siempre aparecen tesoros escondidos, ya sea su obra, los gestos que realiza al pintar, o un rinconcito donde descansan objetos que juntos forman una instalación despierta sentidos.
Detalles que nos dan la certeza de que la belleza va más allá, de lo que como parámetro hemos aprendido. Objetos que juegan con nuestra imaginación, invitándonos a ser niños de nuevo y a ensuciarnos las rodillas mientras aterrizamos avioncitos en el piso o jugamos a garabatear paredes.
Esos momentitos en los que nuestros ojos penetran a esa belleza escondida, guardada solo para nosotros desde la eternidad, son mágicas musas que se escapan del pincel de la cotidianidad, esparciendo polvo de realidades que solo pueden ser percibidas por el alma.
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