Por Glenda Galán
Miami se ha vuelto casa, ese mall que me recibía con los brazos abiertos cuando solo era una turista, se ha mudado a la cotidianidad de no percibir un olor nuevo, de saber qué calles tomar para llegar temprano a una cita y de tener amigos y conocidos que van llenando mi iPhone.
Miami se ha vuelto un esposo, al que le conozco las mañas en los tapones de la mañana, en los días nublados y en el friito de enero; es esta ciudad una nueva relación con la que pongo a prueba mi astucia de supervivencia, de replantar mi mundo al de este pantano, que ya hasta extraño cuando viajo.
Miami se ha vuelto una razón para confiar en que uno se puede seguir enamorando, a pesar de estar renuente a la experiencia, de tener miedo a entregarse de nuevo, de rechazar el tener que decir adiós de nuevo.
Este punto geográfico que va conquistándome, no era querido por mi costumbre de tener la vida “resuelta”, en mi isla, pero poco a poco, ha ido mostrándome sus virtudes, me va enseñando que no solo es sol y playa, sino que también que es arte, gente muy linda, hermoso mar y sobre todo tranquilidad dentro de las prisas de la vida moderna.
Es Downtown, pero también es Doral, o Coral Gables, o Key Biscayne, o tantas cosas, que cada día Miami me va enamorando con sus detalles y sus palabras de acentos en españoles diversos.
Y aunque ya no me siento ciudadana de ningún País, creo que una larga temporada con este nuevo enamoramiento me viene bien, ahora que por fin andamos el y yo solos.
I LOVE MIAMI!
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