Por Fernanando Ureña Rib
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Los australopitecos de Bebién Gozán establecieron una estrategia efectiva para absorber la continua invasión de los Dolién Penán, que era una raza extraña de personas poco enhiestas, caderas enjutas, frente retirada y mirar sombrío. Se reunieron todos en la cueva ancestral. El brujo de Bebién, un hombre sin estirpe ni abolengo, tomó un sorbo de whiskey, lo escupió sobre una pintura rupestre y decidió integrar a los inmigrantes de Dolién a la comunidad de una manera sutil.
Es preciso destacar que mientras los varones de Dolién no tenían otras habilidades que las de arar y labrar la tierra, las mujeres eran de formas sensuales, apetitosas y alegres. Aunque toscas o ligeras en su vestir, presumían de caderas anchas, cinturas reducidas, pechos generosos y un andar que enloquecía a los australopitecos del Bebién. No ocurría lo mismo con sus propias mujeres, quienes aunque eran frías y elegantes, no se ocupaban de otra cosa que ir de tiendas y adquirir en el mercado zapatos, carteras de marca y abrigos de piel.
El caso es que los australopitecos de Bebién Gozán convocaron esa reunión con los de Dolién Penán. Los ancianos les asignaron grandes terrenos y les propusieron financiar sus viviendas y otorgarles créditos para la compra de insumos y equipos de labranza. Ellos mismos, en tanto, se ocuparían del soporte técnico y el mercadeo de los productos en los mercados internacionales. Para las labores agrícolas, los ancianos seleccionaron maquinas de fabricación japonesa sumamente eficientes.
Así fue como los australopitecos de Dolién Penán se dedicaron con obtusa pasión al cultivo de la tierra y producían abundantes cosechas que los Bebién Gozán se ocupaban en vender, tanto en sus predios como en el extranjero. Por supuesto, los agricultores no veían nunca un centavo de las exportaciones y mucho menos a sus mujeres, quienes se mantenían ocupadas en entretener a los señores, mantener limpias y ordenadas las cuevas de los propietarios, criar sus hijos y organizar las pieles y zapatos de marca de las señoras.
Con el tiempo, los australopitecos de Bebién Gozán se convirtieron en hombres ricos, elegantes y refinados. Algunos se hicieron reyes, trazaron estirpes y abolengos. Es cierto que los otros habían quedado rezagados, olvidados por siglos y dolían y penaban sumergidos en la mugre. Pero los de Bebién manejaban automóviles lujosos, bancos, yates, grandes compañías financieras y bebían y bebían, gozaban y gozaban.
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