Por GG

Santo Domingo es una ciudad que te abraza fuerte, tanto que el latido de sus motoconchos, del blower en los salones de belleza y la bachata de la esquina penetran en ti irremediablemente. A una semana de convivir con esta ciudad la reconozco distinta, más tímida –a pesar de su grito constante–, más inquieta, más coloreada de gris cemento, elevado y túnel. Yo misma me reconozco cambiada dentro de ella como si estos doce años lejos hubieran hecho tantos estragos en m, como los primeros mandatos presidenciales del innombrable ciego, asesino de tío Mario.
Como novio que abandona y no presta la batea, el Malecón y Las Américas me seducen al punto de olvidar, en un solo trayecto, todo lo perdido o ganado con la maleta siempre latente, ola chocando en mi cabeza cuando advierto que la isla es la niñez que nunca lograré empacar.

Casos

Concierto a dos lluvias
Rayos y centellas, lluvia y lluvia. Trueno y sirena chillando, cielo negro, sueño tronchado.
Son las cuatro de la mañana, la mujer duerme abrazada a un cojín de Ikea, el hombre, por fin, ha dejado de roncar. La noche espera su turno para desaparecer, el sol no ha hecho acto de presencia.
–Luna, dime tú si quiere quedate un chin ma. Eta lluvia no e conmigo–, dice Sol.
– ¿Y e fácil? chúpate tú ese cajuilito, a mí se me ta inundando el pedazo e cielo.
El sol mira a su alrededor y no logra ver nada, entonces asegura: –Bueh, no toy en eso, no. Hoy me depierto ma tarde, a mí lo trueno me asutan.
La lluvia no ha parado de caer durante toda la noche en Santo Domingo. La ventaja de dormir sin aire acondicionado, bajo esas condiciones, es poder escuchar la sinfonía de zinc y caño, aunque eso signifique la posible inundación del barrio.

Las dos goteras de la sala son parte del concierto que, tic a tac, llenan la ponchera de suapear y una vasinilla azul que siempre sale de abajo de la cama cuando hay mal tiempo.

La mujer, preocupada por la cantidad de agua y los truenos que arrecian, ve tronchadas sus intenciones de dormir cuando, gracias al estruendo, todos los carros de la cuadra empiezan a toser alarmas.
5:30 a.m.
La lluvia arrecia y los relámpagos se esmeran en esparcir su luminosidad sobre el cielo, descubriendo a ratos la pobreza del entorno.
La mujer escucha las gotas de agua golpeando las ventanas con fuerza y una flauta unida a la interpretación desde un chin de ella que nunca cierra aunque, supuestamente, está cerrada.
Los truenos van oscilando de mayor sonoridad a menor luz, de Kaboom a Blam.
La orquesta se enriquece con más alarmas activándose y desactivándose: lluvia, luz, luz, Blum. Ford 1999, gota, gota, gota; ráfaga Kaboom. Datsun 1985, camioneta de don Papo, carro del montruo, pito desactivador.
Mujer desvelada, hombre que suda y vuelve a roncar, cañada desbordándose.

6:15 a.m.
Pensamiento al aire: “¿Porqué no salí cuando nos evacuaron?”
Lluvia, ráfaga arreciando, camioneta chillando, pito desactivándose, agua colándose por debajo de la puerta. Mujer dando codazo a Ruben, trueno y agua, agua, agua. La puerta sonando a romperse, grito de vecinos, trueno y el mundo que empezó a acabarse en esa calle.
Casa rota, mochila en espalda, rezo, lluvia y lluvia, trayecto hacia el refugio. Sol como que la cosa no es con él, cuerpos desprendidos de la tierra, gritos integrándose a la sinfonía de lodo.

Casas

Esa pared

Como en todo país donde na e na y to e to, el joven ingeniero construye el storage para oficinas al lado de un edificio residencial de cinco pisos. Cava la tierra exponiendo sus vísceras olorosas a casa hermosa derrumbada.

Cava y se lleva del gusto, porque es un gusto, para algunos, llegar hasta donde no lo han invitado. Hasta donde colindan el respeto y la profesionalidad. Cava y se detiene ante la constante lluvia que va creando una piscina de lodo justo al lado del edificio donde se acaba de mudar una familia que no sabe, aún, cuánto cambiarán sus vidas en poco tiempo.

La noche llega con más lluvia y la madrugada con el impactante ruido que despierta a un vecindario que no da crédito a lo que ve, cuando sale en pijamas y constatan que la excavación  ha hecho papilla la pared entre el edificio y el solar en construcción, llevándose de paso varias bicicletas, carros y aires acondicionados. Los residentes de la torre Luis XVI ven expuestas algunas de sus pertenencias y su inversión inmobiliaria va en declive como el muro chorreando sobre la tierra roja.

Abogados, peleas, juicios, discusión, pistola, disparo, luto. Viuda con dos hijos de cinco y ocho años viviendo donde su madre, mientras es levantada la pared entre su apartamento y el hoyo que será rellenado por otro ingeniero que no viva en la Victoria.