Por Rey Andújar
Escritor. PhD en Literatura y Filosofía del Caribe. Premio Alba Narrativa 2015
Recuerdo con emoción mis primeros encuentros con Marta Aponte Alsina: Fúgate y Vampiresas… A La casa de la loca regreso siempre y aunque la relectura tiene mucho que ver con la calidad de los relatos, lo cierto es que tengo garabateado un ensayo desde hace años sobre este texto. Antes he dicho que el libro bueno es aquel que me lleva a escribir, pero si hay excepciones a la regla en mi geografía de lector, Marta Aponte Alsina es una de ellas. Tengo ya una semana revisando mi inventario de papelitos y poniendo excusas para escribir sobre Aponte Alsina y su nueva novela La muerte feliz de William Carlos Williams. Mi imposibilidad de escribir sobresale en la relectura porque ¿qué puedo decir que arroje una luz, que invite al texto? Este es un libro de intenciones claras, se trata de la imposibilidad de la escritura, del fracaso ante la intención. Mientras más hojeo las páginas para entrarle a la nota, más me laten las palabras de Manuel Rueda, a quien le escuché repetir que “es un fiasco escribir de lo que se ama”. La misma novela de Marta es un elogio a esta imposibilidad, “Tiembla. De un puñetazo feroz, hunde las teclas de la máquina de escribir. La luz lunar rebota de un lado a otro. El ático se inunda de resplandores”. Esta es una historia de noches largas y poemas delicados, en donde la escritura viene guiada por una energía femenina y una geografía caribeña. Esta novela provee al lector de WCW con el mapa de sus mujeres y lugares, y es que por más que me repito que el poeta lo es porque relata los momentos de fuga y fricción del ahora, sería inaudito pensar a un poeta sin su lenguaje pasado y su aspiración de futuro. En este sentido, la novela de Marta dibuja la voz de Raquel, la madre del escritor, desde una juventud que mezcla Mayagüez, Puerto Plata, Estados Unidos, París… Este primer retrato establece también la cuestión de la pluralidad de colores en la sangre de WCW… colorido que saldrá a relucir más tarde en toda su obra. “Todo artista es al menos trilingüe”, expresó una vez Jean-Michel Basquiat, y la cita aquí es válida porque si algo tienen en común el trazo de WCW y la voluntad de MAA es una terrible capacidad para captar el vacío e identificar momentos luminosos, nada de melancolía, que en palabras de Mara Negrón es “la ausencia de evento, o no tener nada que decir”.
El mapa planteado por Marta Aponte arranca en las postrimerías del siglo XIX, cuando el Mayagüez de mamá Raquel es más que una colonia en desgaste. “Mayagüez, puerto de primera clase donde ancla el único vapor con que cuenta la isla, huele a brea, a borrasca […] Mayagüez es aduana de primera clase”. Es el Mayagüez que prefigura el boom financiero que hará de San Pedro de Macorís, pero sobre todo de Puerto Plata, ciudades cosmopolitas de gran avanzada cultural. A estas regiones es arrastrada Raquel, gracias a emociones, devaneos y negocios familiares. Para avanzar debo retroceder y encuentro una nota fechada en otoño del 2008: Viejo San Juan, La casa de la loca otra vez: relata historia siglo XIX, XX, cronología de personajes, personajes femeninos sobre todo, voces decimonónicas, ¿cómo escribe una mujer de finales de siglo? Se habla de liberación femenina, re-visión de la historia puertorriqueña en función de la Antillanía, y ¿qué es eso de Antillanía? ¿Puede hablarse de ello aún o es un disparate geográfico-espiritual-gramático en nuestros días? Otro set de notas: la voz de Marta Aponte superándose o mejor dicho, consolidándose en cada publicación. La mirada del otro para definir a Puerto Rico desde el Caribe and beyond. Excelente práctica de técnicas narrativas que sitúan al lector en la duda, en la incomodidad. Marta Aponte Alsina es una escritora de preguntas retóricas, he aquí un cabo del influjo poético en su narrativa.
Quienes se sumerjan en la lectura de La muerte feliz, encontrarán hacia la tercera parte de la novela la clave nostálgica (de nuevo, nada de melancolía) ya que Aponte Alsina busca alinear su propio pasado en la constelación William Carlos William y lo logra, de una manera bella y salvaje. La narradora comparte la historia de su abuela Fermina y la búsqueda de su identidad en censos de pueblo e inventarios de alquiler y propietarios de viviendas. Habla de sus recuerdos y los de su madre y los confronta con los restos de las vidas de las mujeres de WCW (Raquel sí, claro, pero sobre todo Floss, exigente compañera). Como una humilde dedicatoria, la escritora dice “Se me ocurre que esta novela ajena es el lugar donde descansarán lo que me toca de los restos de Fermina”. ¿Una novela ajena? Me pregunto también, desvelado y un poco fantasma a las cuatro y tantas de la mañana. Hay un rumor de nicotina y Pinol flotando en lo que queda del aire acondicionado en el bar del hotel. Domingo Santo en Chicago, o Easter como celebra la gringada. Escribo esta carta a Marta: los apasionados del vate de Rutherford te estaremos siempre agradecidos por regalarnos este séptimo sueño de escritura, por llevarnos al lugar primero de la imaginación, por arrojar luz a la red de palabras graves y poesía interminable que es William Carlos Williams.
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