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GG

Una madre como yo no aparece fácilmente, no por mis dotes de amamantar hasta los 3 años a mis hijos o por amanecer con ellos durante 5 años corridos sin pegar un ojo. No, todo lo contrario. Cuando nació mi primer hijo algo extraño sucedió, ese “hermoso” tiempo de gestación en el que vomitaba a diario, recibía codazos de un pedacito de mí, que no era precisamente yo y sobre todo, que me hizo aumentar unas cuarenta libras, dando paso a mi parto de doce horas con una cesárea, me hicieron dudar seriamente sobre mi buen desempeño en aquella empresa maternal.

Dicho esto, mis emociones como madre eran encontradas; por un lado ver aquella personita hermosa arriba de mí mientras me cosian las entrañas, me hizo consciente de una bella forma de amar, al tiempo de que me convencía de que a partir de ese momento mi vida daba un giro total hacia algo desconocido…y así fue!  Las noches en que me convertí en biberón sin pegar un ojo y el olor corporal a vaca lechera por más que me bañara, fueron la etapa menos sexy de mi vida…si es que algún dia tuve una!

Mientras todos me decían lo maravillosa que era la maternidad, yo solo veía mis ojeras en el espejo, mi celulitis post parto y la impotencia de que alguien que yo no conocía bien, dependía totalmente de mí. ¿Cómo podía ser esto la mejor etapa de mi vida? ¿Ser madre ocuparía todo mi tiempo hasta la muerte? ¿Cuándo me dejaría dormir este niño tan lindo, pero llorón?

Si, ¡ya se!  no soy una madre común…pero hablemos de navidad….

La primera navidad de mi primogénito se desarrolló un poco más calmada que los primeros meses de su nacimiento, ya el pobre angelito había probado mi método de dejarlo llorar por ratitos en la noche para acostumbrarlo a dormir la noche entera y aunque se despertaba como un reloj suizo a las seis de la mañana a pedir su leche con exigencia de jefe, yo estaba agradecida de poder dormir varias horas corridas. Lo que de ninguna manera iba yo a permitir es que mi querubín sufriera alguna decepción en navidad con aquel cuentecito de los Reyes Magos, por lo que mi esposo propuso que cambiáramos el Oriente por el Polo Norte…¡Qué diferencia!, ¿no?

Decidimos bautizar a nuestro bello hijo esa navidad de 1997 y para el gran acontecimiento grabamos todo el evento, así como su primera navidad junto a familiares y amigos. Los regalos en el árbol de navidad, su ropita roja y sus sonrisas. Definitivamente un recuerdo que nos acompañaría durante toda la vida; a no ser por el pequeño detalle de que el 31 de diciembre en la tarde, al llegar a mi casa del salón de belleza, descubrí que un ladrón había entrado por una de las ventanas y una de las ocurrencias que tuvo, fue robarse la cámara de video con todo lo grabado, así como mi cámara Pentax con las fotos de la primera navidad de mi bebe.

¡Que maldita cuerda!

Era la primera vez que disfrutaba de jugar a las muñecas vistiendo a mi hijo y poniéndolo a posar para las cámaras y este ladrón no pudo dejarme ni el rollo ni el tape. ¡Gracias señor ladrón!

La segunda navidad de mi hijo transcurrió entre regalos de Barney y algunos juguetitos más que abrió animado con mi ayuda, un lindo recuerdo que pude fotografiar y que me serviría para recordar la última navidad que pasé con mi abuela, quién murió ese 25 de diciembre en la noche. Otro regalito de navidad que me mostraba de nuevo que la magia se iba perdiendo cada diciembre. diciembre.

Al llegar a los dos años y medio, mi hijo pidió por primera vez un regalo a Santa Claus; una casa en forma de granja y también un velocípedo. Yo decidí que debía decirle la verdad  y no hacerlo pasar por la tragedia de descubrir que no existía tal magia, pero al ver la insistencia con la que pedía esos  regalos y lo mucho que mencionaba a ese señor barrigón, algo me impidió tocar el tema y entré en ese mundo navideño e irreal en el que padres e hijos se mezclan.

El mes de diciembre es complicado en Santo Domingo, los carros salen por todas partes y hacia todas partes, las calles parecen estrecharse entre los motores que se meten con el semáforo en rojo y los vendedores de perritos de las esquinas. Los charamicos de la Churchill llenan las aceras y las plazas parecen hormigueros. Tuve que enfrentarme a todo aquello para poder cumplir con los deseos de mi hijo.

Inicié mi recorrido navideño” Santa Tour 99″ en busca del velocípedo y luego de caminar por aquellos pasillos atestados de otras madres también convertidas en Santa Claus y dispuestas a matar por el último juguete que quedaba en los estantes, por fin llegué al area de bicicletas. Allí estaba aquel velocípedo justo como lo había pedido mi niño. Lo hice envolver en papel rojo con una gran moña verde y lo escondí en el baúl, como debe hacer todo Santa que se respete.

Luego proseguí con mi carro convertido en trineo en busca de bloques para armar, un batman de goma, un Barney más grande que el primero que tuvo, unos videos infantiles. Hasta que por fin, llegué a la juguetería donde vendían la granja que tanto quería mi hijo. Divisé una caja con una hermosa granjita con caballitos pintados y una oveja junto a la vaquita blanca.

– Buenas tardes, quisiera una de esas granjas, ¿cuál es el precio?

– Esa justamente no la tenemos, pero tenemos estos otros modelos. Mire este es una casita preciosa con flores pintadas en las ventanas, y esta en forma de nave espacial se ha vendido mucho.

– No, es que usted no entiende, la que mi hijo le pidió a Santa es la granjita.

– Lamentablemente no la tenemos, se agotó.

– Ok, ¿y cuándo volvemos a tenerla por aquí?

– La pedimos hace unos días pero lo más probable es que nos llegue en Enero. Aún no estamos seguros.

– Oigame una cosa, esto es serio…Santa no puede fallarle a mi hijo. ¿Usted entiende eso?

– Si, lo entiendo, pero no puedo asegurarle que podamos tenerla para el 24.

– Mire lo que vamos a hacer… Yo se la dejo paga y rezo, usted me llama desde que llegue.

– Bueno, pongamos la orden, pero sin compromiso. Se la entregamos cuando llegue.

– Perfecto.

Salí de la juguetería sin una promesa de entrega y lo que hasta ese momento me había parecido divertido, a pesar del gentío en las calles y en las tiendas, se convirtió en un no dormir peor que el producido por mi hijo, cuando acabado de nacer exigía leche 24/7. Las pocas horas en las que lograba conciliar el sueño soñaba con caballos, vacas y ovejas. No era posible que Santa fallara con algo tan importante para mi hijo y lo peor era que no podía hacer nada, a parte de rezar para que ocurriera el milagro.

Esos días entre rezos y desveladas fuimos preparando la casa para la cena de noche Buena, el árbol lleno de luces y la música navideña como cuando yo era pequeña llenaron la casa de alegría. de vez en cuando mi hijo desprendía uno que otro adorno del árbol o bailaba al compás de la música que provenía de la sala. Todo perfecto para una navidad perfecta, excepto porque Santa no traería la granja y eso me estaba matando. No podía ser que algo material me mantuviera en estres total cuando yo nuca había sido apegada a nada. Traté de meter ese pensamiento en la cabeza, aunque en el fondo rogaba por que esa granja llegara a la tienda… algo que no sucedió.

Al llegar el 24 de diciembre, la casa olía a pierna asada y a pasteles en hoja, mis rezos cesaron para dar paso a la realidad de que mi hijo quedaría decepcionado a la mañana siguiente,  al descubrir que Santa no le había cumplido, pero quizás era tan pequeño que se conformaría con los otros regalos que ni tan mal estaban. !Que Santa tan Malo era yo! no pude ni siquiera completar el pedido de mi hijo. Definitivamante no continuaría con este trabajo en los próximos años. Mientras estos pensamientos de renuncia se desbordaban, me di cuenta de que la hora de mi cita en el salón de belleza estaba cerca y me encaminé a  darme blower como solo las estilistas dominicanas saben hacerlo.

Entre el lavado de pelo y el cafecito se me olvidó un poco mi problema navideño, además del chisme de la amiga  de la esposa de un amigo que le pegaba cuernos a otro que no era amigo de la clienta sentada a mi lado con rolos. También me entretuve con el chisme del horroroso vestido que usó para su boda la hija de la prima de la clienta que se teñía el bigote y el viaje a Vail que se encargó de vocear  la que se sentaba frente a mí para que todos nos enteráramos de su itinerario entre nieve. Sorpresivamente una de las clientas que se hacia un pedicure compartió su preocupación de navidad, refiriéndose a la granja que su hija de tres años había pedido y que  luego decdio cambiar por otro modelo.

– Estos muchachos de ahora ya no saben que pedir, ahora salta Nicole que ya no quiere la bendita granja que pidió, si no una casa con flores, será ir a cambiarla a la juguetería.

-Pe- perdón que las interrumpa. Usted tiene  una granja de tela amarilla de las que se arman solas? -Dije gageando.

– Si, la tengo empacada y todo, pero mi hija ya no la quiere.

– Yo la quiero, yo la quiero, no la cambie. Yo se la compro, se la alquilo, lo que usted me diga. ¡Yo necesito esa granja!

– Bueno, la tengo en el carro, se la puedo mostrar.

– No me muestre nada, así envuelta me la llevo. ¡Yo se la compro!

– Bueno, me gustaría ver primero si en la juguetería tienen la casita que ella está pidiendo.

– Perfecto, vamos juntas, yo la sigo cuando terminemos de arreglarnos.

– OK.

Recé setenta veces siete para que quedaran casitas con flores en la juguetería, mientras la salonera me daba blower y una hora espués llegamos a la juguetería. Pagué la casa de flores para que la señora no tuviera que hacer el cambio y con el dinero que no quisieron reembolsarme en la tienda hice un intercambio con la misma señora a quien le hacian falta algunos regalos por comprar. A pocas horas de la cena navideña la granja de mi hijo había aparecido como por arte de magia. Quizás fue Dios atendiendo a mis oraciones, quizás fue coincidencia, quizás yo no era tan mala como Santa Claus…¡quizas todo o anterior!

Esa noche cenamos con mis padres, mi hermana y mis sobrinos. Mi hijo se durmió temprano y a media noche el hombre del Polo Norte hizo su entrada triunfal en pijamas, desde el baúl del carro hasta el árbol de navidad. A las seis de la mañana del 25 de diciembre escuché  despertarse a mi hijo a través del radio que nos comunicaba de habitación a habitación. Lo busqué y nos paramos frente al árbol repleto de regalos. Su cara  se iluminó y sus ojo se abrieron como nunca antes, se lanzó sobre los juguetes y empiezó a abrir los empaques del batman que no soltó más, del Barney que abrazó hasta asfixiarlo, de los bloques de colores  y del velocípedo que montó sin parar, hasta que descubrió el último regalo colocado detrás del árbol.

Recordé en ese momento que no había verificado que en realidad esa caja verde contenía la granja que había pedido mi hijo y  me puse un poco nerviosa, pero confié esperando el milagro.

Al destapar la caja una granja amarilla salta sobre nosotros. Mi hijo aplaude y da brinquitos de alegría, esconde todos sus juguetes dentro de la estructura y se inserta en ella. Lo observo desde la ventanita y descubro que se revuelca de la felicidad como si fuera un cochinito, mientras yo vuelvo a creer en la magia.