mar

Por Elidio La Torre Lagares

En cada intersticio apabullado por el deterioro se escucha la voz morir, aquella que me dijo el poema. El imago de la lejanía trama en silencio acallado por el murmullo de cotidianidad. A veces –la mayoría de las veces, últimamente– ni merece el esfuerzo pensar que el tiempo lame el espacio como un cachorro que nace siempre todos los días.

Quizá haya un modo circunspecto de batir las alas de los ojos, mientras mi hija come un chocolate sin percatarse que mis pies de degradan como la arena.

El mar se retracta. No le queda culpa. El cielo es el aliento apagado.

Todas esas sílabas que me faltan por decir me parece que ya se han muerto. Es cuestión de química. Las palabras se asfixian de tan sólo exponerse el aire.

Fumo –debí haber dejado de fumar hace dos semanas-. Pinto formas con las cenizas, el plagio de la materia. La inutilidad de la escritura cansa, pero me obligo, como masturbarse sin ganas.

Qué importa. Mi hija termina su chocolate. Yo igual ya no existo.

El imago espera.