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La primera vez que vi a Pamella, algo se quebró dentro de mi. Era la niña de 20 años que cargaba en sus brazos un amor insospechado, el de la tía joven que en aquellos ojitos verdes vislumbraba la esperanza de todo el universo y que dejaba de ser quien era, para convertirse en madre tía.

Pamella me enseñó a ser mamá, bañandola, dándole de comer, cambiándole el pañal, poniéndole hermosos lazos como los que mami me ponía  en mi niñez…en fin; jugando a las muñecas.

Con ella experimenté que eso de ser madre sobrepasaba el entendimiento de lo que es el amor, sus pequeñas manos se asían a mi, buscando la seguridad en quien se sabe, estará para siempre en tu vida, para sostenerte o levantarte. Sus primera sonrisa, sus primeras palabras, todo lo celebré como si se aclarara el mundo en cada una de sus nuevas gracias.

Llegado el día de ser hermana, Pamela me prestó a Diego para que aprendiera a ser madre tía de un varón, un niño muy tranquilo y con grandes buches que daban ganas de besarlo cada dos segundos. Años más tarde me tocó ser madre madre de Javier y Glenda;  y una tarde en la que jugábamos a que Pamella era la primavera y su cabellera llena de florecitas blancas daba vueltas en el jardín, le dije que sería prima. Ella se puso un poco celosa y reclamaba su espacio apegándose cada vez más a mi; hasta que entendió que eso de ser madre tía era cosa seria, que nadie podría jamás borrar el hecho de que en mi corazón su nombre estaría grabado por siempre con esa primera mirada que me dio al nacer.

Luego llegaron Isabel, Manuel, Sofía y Valeria todos con un regalo de amor para mi entre las manos. Una ternura que ahora volverá a mi vida en partida doble cuando mis nuevos sobrinos mellizos lleguen.

Ser tía es la manera muy divertida de ser madre!