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Por Elidio La Torre Lagares
Hace poco más de dos años vengo escuchando los programas de participación del público en banda AM como experimento antropológico, quizá, inclusive, arqueológico. El moderador, generalmente, abre los micrófonos para que la gente ejerza su derecho a la libre expresión, que a muchas veces, dependiendo de la emisora y el juez del momento, son aplaudidas si el moderador está de acuerdo, o criticadas si el moderador piensa que el comentario es contrario a la naturaleza de sus ideas, sean políticas, personales o morales.

Es en una popular emisora de Puerto Rico (Notiuno 630) que a la medianoche, todas las noches, comienza un programa que se extiende por tres horas de transmisión en vivo en donde el moderador no llega con un libreto, sino que, aparte de la reflexión meditativa al inicio del programa, se dedica a tomar llamadas del público. No hay tema ni pie forzado. No hay concepto articulador que no sea la espontaneidad. El público escucha llama y habla de lo que quiera.

Interesante es que los radioescuchas tratan con familiaridad a la voz sin rostro. Le preguntan por su familia. Inquieren sobre su bienestar. Por su parte, el moderador, don Johnny, es igual de responsivo. Ya conoce los timbres, metales y tonos de los participantes asiduos. La transmisión se extiende a través de la madrugada con el dinamismo de un chat room particular.

El moderador es una conciencia. Es, más que un amigo, compañía. Ocupa el lugar de dios.

Y es sorprendente: la gente llama para cantar, para recitar poemas, para contar lo que hicieron durante el día, para expresar su desagrado con la situación del país, para recordar o celebrar algo que incide de manera contundente en sus vidas –desde aniversarios de bodas hasta alguien que una vez rezó en vivo por el alma de su madre muerta. Y el que no canta, arroja al auricular una melodía que reproduce de su radiocasetera o reproductor de discos compactos. Pienso en Eleanor Rigby: all the lonely people, where do they all come from?

Hace como un mes, llamó una mujer. Su voz no expresaba la alegría que comúnmente se escucha en los participantes. Arrastraba las palabras, o más bien, las obligaba para que salieran de su boca. El moderador lo señaló. Se siente triste, le dijo él. Es verdad, contestó. Llamo porque esta noche voy a quitarme la vida y quería hablar con alguien antes de irme de este mundo.

Parecería una ficción de Palahniuk. En mi cuento “Cenotafio”, una mujer se enamora del moderador y tiene orgasmos cósmicos al aire y en directo. En el filme The Fisher King (Jeff Bridges y Robin Williams), un radioescucha llama a un programa de radio para anunciar que va a aniquilar a los yuppies consumistas. El disc jockey le dice que es lo mejor que puede hacer, por lo que esa noche, el hombre entra en un restaurante y dispara contra los comensales.

Don Johnny entonces le aludió al por qué de tal decisión y la mujer afirmó que ya no resistía el abandono de su exmarido, quien a pesar de que la ha abandonado, todavía la visita y le exige sexo. Ella no tiene arma emocional ni defensa psicológica para repeler los asedios. Dijo que, aparte de todo, lo ama, por lo que se siente culpable. Por eso se, va a quitar la vida en este momento.

La emisora cortó repentinamente a comerciales. Al cabo de los minutos, don Johnny regresó a tomar nuevas llamadas. Sólo dijo: “Hay que tener fortaleza y fe”.

La noche transcurrió como siempre. Una señora cantaba “¿Dónde están tus ojos negros?” a capella.