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Por Rey Andújar

Perdido, al fondo de la Madero, repito para mi condenación las formas del tráfico para llegar al Auditorio Nacional. Me salva un taxi. A dónde joven, pregunta el chamaco al volante y al ritmo de Rammstein arrancamos para el Bosque de Chapultepec.

Una ciudad con bosque y un taxista con Du Hast a tó jendel. Qué apero, me repito. El errante es quien le encuentra el gusto repetitivo a las ciudades; porque quien se dedica a errar afecta de inmediato el lugar de visita. Empieza por jugar con el trueque sucio de la comparación. El taxista está borracho y dolido. Insiste en que me quede en México, que me van a querer mucho, que me cuide de las taiboleras por lo chingonas aunque en general me van a querer… pero es sabido: el escritor tiene problemas con que lo quieran…“hay que entregar el corazón a quien se disponga a acariciarlo.”

El errante juega con el punto de vista y sustituye una ciudad por la propia, recordando barrios que no han existido jamás o inalcanzables ya. Estamos en México DF-Ciudad Monstro y hace un febrero de chamarra. Es domingo y ya comí huachinango a la parrilla con una salsa de nombre Sudor del Diablo, y tacos de cabeza y lengua, tacos de asadura, tequila y michelada; fumé Delicados, bebí café y mordisquié un bisque con cajeta. Me enamoré catorce veces tanto del lugar como de las camareras, que tapándose la sonrisa con una mano señalaban la historia incrustada en el techo y desde allá sacándonos la lengua: una bala que se le zafó a Zapata. Such a good time Brookie. Bueno, qué te digo: el bosque puede olerse, así decido dejar el taxi par de cuadras antes para apreciarlo. Hubo desde payasos, malabares y consortes, hasta una princesa italiana, sí, de apellido Monea… una princesa que bailaba.

En el Auditorio Nacional, en el Teatro de la Danza específicamente, di con un espectáculo en donde se bordeó el límite de la condición reflexiva del ser. Todas las bailarinas ejecutaban con el mismo vestidito, blanco, diciéndose, asegurando, Je suis unique. Desde el verano demacrante del 2009 me intereso mucho por la originalidad en cuanto al proceso creativo. Se dice autor no por autenticidad sino por autorización. A partir de sus acumulaciones, creadora o creador transmitirán su Yo mediante el lenguaje que han sufrido, crecido y mamado. Estamos hechos de repeticiones; la lindura de la diferencia existe y radica en nuestra línea activa o como diría el primo acústico Douglas Leyva, en la signatura. Sí, todos venimos del mismo sitio pero en cada quien se celebra un respirar único y bello por ende. El asunto es pues organizar esta respiración, este ritmo, para que se abra a ti, en ti, perdiéndome. Hay tantas formas cínicas para enamorarte, si lo sabré yo que creí haberlas inventado todas y sin embargo míranos temblando a tu lado, qué es este recogimiento, este pesar en la sangre, este atascamiento en las ganas dime, qué es. Pides más cerveza y hablas de viajes y danzas y becas al fomento del arte mexicano; llegan las cervezas y ahora es un invierno largo en Berlín y la mesa pregunta si hay posibilidades de regreso pero tú no, princesa, pero tú no. Te quedas en México, juras… No vas a rajarte ahora, completas con ese acento matador… y la mesa entera se cae en aplausos y risas. Se piden más cervezas y más tacos al pastor.

La noche afuera, entera, salpicada de taxis y parejas acabándose. Se nos explica que en México la cosa está dura y mucha gente está viviendo en casa de sus padres y los moteles están bien caros, así que la gente se chulea de a duro en la calle. El escritor dice que a él le parece muy bien y hace una anécdota que lo involucra a él, a una jevita y a dos policías bajo el Puente de la Bicicleta, por los lados de Barceló. Regresamos a ese cuerpo tuyo, trepidante, en la velocidad del manoseo y la promesa; sin tropezar contra la supuesta violencia de la que hay que cuidarse en el DF. Nos despedimos Delicados después sin llegar a hacernos suficiente daño. Encuentro al fin un taxi, esta vez boleros, que me lleva de regreso a la Madero. Es ya madrugada; me dejo sorprender por el Centro Histórico y la aplastante indiferencia de su vacío, de su tristeza borrachita un domingo de sangre. Exagero la confianza en mí mismo con el sabor de ese cuerpo tuyo, vacilante, todavía en el cielo de la boca, apretado de bufanda, riéndome solito.

 

Rey Andújar