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Por Juan Dicent

La mujer sólo tiene una semana como Cajera Bancaria. Todo en ella es redondo, hasta sus manos y pies. En sus gestos frente a la computadora asignada el cliente regular adivina su miedo a estar bregando con Money Orders, Official Checks, Home Loans, Credit lines, Credit Cards, Ceteris Paribus, y dólares. Cuenta el dinero una y otra vez tratando de pasar los dedos sobre la ropa del presidente muerto para sentir la porosidad de lo genuino. Tiene un miedo terrible de recibir un billete de cien falso. Tiene un miedo terrible de recibir un boche de la Supervisora por llegar tarde durante el break de comida de apenas media hora.

“Go to lunch”, ordena la Supervisora cuyo nombre rima con gillette. La Cajera Bancaria, contando los minutos, cierra la caja. Contando los minutos va al baño a lavarse las manos. Contando los minutos cruza el tráfago de Fulton Street con sus Fords federales deteniendo el tránsito para entregar o buscar a un detenido en la oficina de libertad condicional. Contando los minutos ignora el puesto de frutas del hindú, hermoso de melones, uvas, kiwis, fresas y guineos. Contando los minutos por poco la atropella una guagua que lleva a los senior citizens a pasar una tarde, tal vez la última, en la lozanía de Prospect Park. Contando los minutos entra a Burger King lamentándose al ver las filas.

En la fila elegida la Whopperette ha recibido quejas de cada cliente. Todo en ella es patético, especialmente la expresión en su rostro de me-quiero-rajar-a-dar-gritos. En sus gestos frente a la computadora asignada el cliente regular adivina su miedo a estar bregando con whoppers, angus steak, tendercrisp, bk fish, french fries, onion rings, apple pie, y dólares. Por suerte en estos negocios para pobres no se aceptan billetes de 50 para arriba, ella pasa la mano tres veces, a veces raspa con las uñas, sobre la ropa de Andrew Jackson para sentir la porosidad de lo genuino. Tiene un miedo terrible de recibir un billete de 20 falso. Su juventud, tal vez su herencia latina, hace que le importe demasiado la opinión de otros; le teme al ridículo; le avergüenza que desconocidos se den cuenta que no sabe de memoria los combos, que está aprendiendo a ser un robot, que es nueva. El desasosiego del sudor se incrementa cuando bocas cenizas empiezan a rodear a la Whopperette en clara evidencia de que eso de Fast Food en esta fila no está funcionando. Y la discusión de hambre, sobre quién va primero, de los dos hombres obesos no ayuda, y el loco tratando de conseguir unas papitas fritas gratis con una caducada calcomanía del Hombre Araña no ayuda, y el inglés indeciso de la doña china, digo, asiática, ayuda menos.

“A number 3 and a number 5 to go?”
“Wha ber ri, chickan sa?”
“What do you say?”
“I wha cha chickan sa ber ber ive or ri cris sa?”
“What do you want ma’am?”, llega la Supervisora tratando de poner en práctica sus poderes psíquicos babélicos.
“Pleeeease, make her point at whatever she wants”, sugiere un hombre cuya salivación podría ser comparada a la de Tántalo. “Lord save us.”

La Cajera Bancaria mira el reloj, los minutos son segundos, ya es tarde para cambiar de fila, el aire es una carne frita. Pero he aquí que por fin le toca a ella. “Next guest please”, dice la Whopperette. “Number 4, no cheese, coke, to stay”, ruega la Cajera Bancaria pasando los cuatro dólares exactos para evitar confusión. Oh Dios mío, ¿qué es lo que mira la Whopperette en la computadora? ¿Qué acertijo binario no puede descifrar ni recordar del entrenamiento acelerado? ¿Por qué coño la Supervisora no acaba de venir a ayudarla? Y ya sólo quedan 8 minutos.

No describiré el bulto, hasta par de empujones, que se armó cuando la Cajera Bancaria subió la voz tragándose a la Whopperette; mucho menos describiré la cara de no-sé-dónde-meterme-por-favor-que-se-abra-la-tierra-o-alguien-grite-FUEGO de la Whopperette; sólo diré que la Cajera Bancaria no tuvo tiempo de esperar su combo de grasa y engulló un saludable guineo cuando pasó por el puesto de frutas del hindú en su fracasada ruta del regreso a su infierno de cuatro mosaicos donde la esperaba la Supervisora que le dio un boche.

“May I help the next customer please”, grita la Cajera Bancaria. El señor con cara de soberbia, traje Boss, tiene prisa, qué sorpresa; es un gringo acostumbrado a escenitas de escándalo, que siempre empiezan con el odioso “I want to see the manager”, por un quítame esta paja. “Yes, I want to cash this check, and please, large bills, and please, a 500 dollars Money Order, and please, 150 dollars in Traveler’s Checks, and please, I don’t know what’s wrong with this card, it just doesn’t work, and please, I want to order new checks, and please, before I forget, do you think I can wire a money transfer to Frankfurt before the hour, how much will the fee be? YES?”