ma1Por Néstor E. Rodríguez

A Manuel Rueda se le reconoce un sitial de preferencia en las letras dominicanas. La crítica literaria pondera especialmente su participación en el grupo de La Poesía Sorprendida en la década del 40, así como su propuesta de renovación poética lanzada en 1974 bajo el nombre de Pluralismo, acaso el más importante movimiento en la historia de la poesía dominicana. Mi comentario, sin embargo, se centrará en el texto con el que culmina la actividad literaria de Manuel Rueda, y que, muy significativamente, ha recibido escasa atención de la crítica especializada. Me refiero a Las metamorfosis de Makandal (1998), última obra publicada en vida por el escritor montecristeño.

Mi lectura de Las metamorfosis busca identificar la posición incómoda que mantiene este texto con respecto al saber que le sirve de marco. Quiero decir con esto que el proyecto estético que informa la poesía de Rueda puede analizarse en términos de su carácter subversivo con respecto al ideal de una cultura uniforme de raíz hispánica. En Las metamorfosis, el ser nacional que privilegia el etos dominicano es sustituido por un sujeto que no se aviene a la rigidez de las configuraciones. El resultado obligado de semejante propuesta es la plasmación de un espacio cultural alterno desde el cual se puede vislumbrar un sujeto dominicano afincado en la conciencia de la diversidad.

 

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Al igual que el cubano Alejo Carpentier en El reino de este mundo (1949), Rueda retoma en Las metamorfosis algunos de los aspectos legendarios de la historia de Mackandal, el notorio cimarrón de Saint Domingue en el siglo XVIII. Según refiere Alfred Métraux en el clásico Le vaudou haïtien, Mackandal fue uno de los “precursores de la independencia haitiana”, el responsable de la rebelión más importante en contra de los colonos franceses antes de 1791. Era un houngan o sacerdote vudú originario de Guinea; en 1757 escapó de la plantación en donde servía como esclavo para organizar un grupo de resistencia que conspiró contra el orden colonial. Su estrategia consistió en convencer a los esclavos de su supuesta inmortalidad y utilizar esto como el elemento principal de su liderazgo. Por un tiempo sembró el terror entre la población blanca de Saint Domingue, envenenando la comida y las reservas de agua potable de las plantaciones. Fue capturado mientras asistía a una fiesta en un barracón de esclavos y condenado a morir en la hoguera.

El texto de Rueda presenta conexiones estrechas con otro importante poema de factura épico-lírica en la historia literaria dominicana. Hablo de Yelidá, publicado en 1942 por el escritor y funcionario trujillista Tomás Hernández Franco. Yelidá y Las metamorfosis tienen en común sobre todo la idea de una identidad marcada por el signo de la mulatez, y representada en el cuerpo andrógino del protagonista poético.

Otro eco de Yelidá en el poema de Rueda es el gesto de componer el espacio donde se instala el elusivo Makandal con una combinación de puntos fluctuantes entre Haití y la República Dominicana:

Macandal. Makandal. Mackandal.

Proteico como tus sonidos. Secreto y rehecho

y revelado como las letras que te forman, nombre de los escondido y lo innombrable.

Aquí estás por fin, atrapado en mis cuadernos.

Espíritu de las dos tierras y los cuatro mares,

de los mil vientos que te llevan y te traen

de la existencia al no-ser, del fuego a los

deslumbramientos de tu nada.

En su momento, esta alusión temprana a la figura de Makandal como el “espíritu de las dos tierras” fue suficiente para activar en la crítica tradicionalista y arcaica que suele monopolizar los juicios sobre lo literario en la prensa dominicana el sempiterno horror al fantasma de la unificación política de la isla. Ese tipo de lectura reductora y por demás superficial de Las metamorfosis pierde de vista las complejidades que plantea esta obra para una discusión en torno a las tribulaciones del sujeto en la República Dominicana de hoy.

La pretensión inicial de esa voz poética que se jacta de mantener a Makandal apresado “por fin” en los linderos textuales apunta a la artificialidad inherente a la postulación de un sujeto arquetípico de la nación, puesto que en Las metamorfosis ese ser nacional alcanza concreción únicamente como forma de discursividad: “estos ‘yo’ que se intercambian/ plurales/ para que unos versos acontezcan”.

En la obra de Rueda la isla constituye la metáfora fundamental, rasgo que vincula a La metamorfosis a una tradición de larga pervivencia en la literatura antillana, y que consiste en el reclamo de la insularidad como elemento retórico primordial de cara a la articulación de un discurso de la nación. Ahora bien, en La metamorfosis la isla es una figura inestable y marcada por el signo de lo caótico: “Libro de las fronteras es éste, anverso y reverso de una geografía enloquecida”.

El motivo de la insularidad domina la primera sección de la obra; los textos que la integran representan una cosmogonía interrumpida que funciona preámbulo de la historia de Makandal poetizada en las secciones subsiguientes:

¡Oh pequeñez caída sobre un costado del planeta! Tierra tan preciada

que su misma pequeñez desconoce

¿Qué puedes tú decir

sobre estas formas que son medidas puras

de lo que no ha podido ser o fue

antes de que se impusieran a la luz?

El hecho de que la geografía insular se describa en términos de su condición topográfica fluctuante remeda el carácter irresoluto que el mito le atribuye a la figura de Makandal, de ahí que la isla llegue a identificarse con un espejismo: “¿Dónde tu cuerpo/ en este meridiano en el que te vemos/ espejear”. Asimismo, en esta serie introductoria la imagen de la isla simboliza la casa-nación en proceso de ser fundada: “¿Cómo sobrevivir entonces/ si aún no hemos nacido/ si aún somos el pretexto:/ una señal de días venideros?”.

Al igual que la figura de Yelidá en el poema homónimo de Hernández Franco, en el poema de Rueda Makandal encarna el ideal de la perfección andrógina representado en la religión vudú por la fusión del dios Damballah-wèdo con su consorte divina Aïda-wèdo, aunque en Las metamorfosis lleva por nombre “Anaïsa,” como se le conoce en el vudú dominicano: “Yo el fuerte Makandal/ ¡soy Anaïsa!”. Y, más adelante: “Tú no eres negro ni eres blanco./ De qué color serías/ Makandal de todos los colores”. Según Métraux, en el panteón vudú, Damballah-wèdo es conocido como el “dios-serpiente” y entre sus atributos figura la capacidad de habitar en los árboles lo mismo que en los cuerpos de agua. El contrapunteo poético que se da entre la figura de Makandal y la isla en el poema acentúa la organicidad de ambos temas. Así pues, la isla, en tanto escenario que contiene a Makandal, adquiere la naturaleza anfibia, indefinida, del sujeto que la ocupa: “Tú no eres negra ni blanca/ ala de todas las costas/ de este batracio que se ha creído isla”.

Por momentos la recreación de la historia de Makandal se ve interrumpida por las intervenciones de la figuración autorial, que apela directamente al protagonista poético en busca de sosiego ante una aparente incertidumbre existencial: “Yo te rezo Makandal para que me liberes del otro/ y de mí/ para que me poseas liberándome de querer ser yo/ o ser nadie”.

Contrario al escenario antediluviano que le sirve de antesala, la representación positiva de Makandal tiene como contrapartida todo un itinerario de tipos sociales que se ven animalizados a lo largo del texto. El espacio amenazador de la ciudad es el que engloba estos opuestos. En la sección titulada “El gran desfile,” por ejemplo, la rata sirve para caracterizar con marcada ironía la estirpe del político en la historia dominicana:

La rata nacional

de pie sobre su ratonera

la rata de bicornio

la rata tartamuda

la rata epiléptica

la rata ciega.

¿Qué podemos hacer

con tantas ratas de minucioso tránsito

por los pasillos de Palacio?

Las menciones a la “rata de bicornio,” la “rata tartamuda,” la “rata ciega,” aluden, claro está, a Trujillo y a Balaguer, elementos cardinales en la articulación de la falacia del carácter nacional dominicano uniforme que todavía halla eco en ciertos sectores de la intelectualidad criolla. De hecho, las alusiones a estas figuras históricas representa una denuncia de la persistencia del poder que éstas representan y sus repercusiones en la morfología de la cultura dominicana. En la rata esa práctica de poder adquiere un rostro. Es significativo que la rata no merodee la superficie de la ciudad, sino los entresijos subterráneos de la misma, el único espacio donde la resistencia podría acusar concreción:

De noche

con las orejas pegadas a las cloacas de la urbe

podemos oír su canto

sus chillidos patrióticos que ascienden

como una ola de esperanza

al corazón de todos.

Makandal se resiste a representar el sujeto dominicano que ese espacio del control prescribe: (“¿Y a quién pertenecerle/ yo que no tengo señas de identidad…?”), vulnerando así el mito del carácter nacional y de paso desestabilizando el esquema folclórico con que tradicionalmente se aborda lo cultural dominicano. Esta actitud crítica se manifiesta igualmente en las modulaciones utópicas que informan el texto de Rueda. El signo de la utopía en Las metamorfosis no se limita a la simbología de la isla como el ámbito utópico por antonomasia, sino que comporta una significación más a tono con el planteamiento de una literatura de subversión de la pedagogía nacionalista. Hablo de la función utópica en el sentido que la entiende Bronislaw Baczko en Lumière de l’utopie, como un discurso que arranca del territorio de la ideología para desde allí articular una realidad alterna, si bien plausible únicamente en un sentido prospectivo: “El discurso utópico… se ubica en el fondo del imaginario colectivo explotando los mitos tradicionales; se instala en los dominios del saber y la ideología abriendo un espacio y un tiempo imaginarios”.

Fernando Ainsa considera esta tendencia hacia la indagación de la realidad social como una de las múltiples formas en que puede manifestarse la utopía. En el catálogo que establece el ensayista uruguayo la definición de Baczko correspondería a las “utopías de reconstrucción,” esto es, “a la crítica política y social de un orden existente, a partir de la cual se propone un modelo alternativo de sociedad.” En mi opinión, no es otro el proyecto estético de Manuel Rueda en Las metamorfosis. Así lo confirman los siguientes versos que funcionan como coda del poema, y en los que la figuración autorial toma las riendas de la diégesis poética:

Así digo tus resguardos para que te disuelvas en el aire de todas estas noches que me rozan, a mí, el desconcertado, que ha escrito este libro del comienzo y del fin para dejar un testimonio de todo lo que había de ser… y que no ha sido.

En suma, Manuel Rueda escarba en la mitología nacional haitiana y extrae de ella uno de sus mitos de fundación con la idea de problematizar la presunta naturaleza homogénea de la identidad cultural dominicana. Y es que, como destaca Ernesto Laclau, “postular una identidad separada y diferencial pura es lo mismo que afirmar que esta identidad se constituye a través del pluralismo y de la diferencia. La referencia al otro está claramente presente como constitutiva de la propia identidad.” El Makandal de Manuel Rueda dramatiza esta afirmación con su desplazamiento incesante por una isla dolorosamente irreal.

 

Nestor