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Por Juan Dicent

 Y estaba el señor Dios solo, no solamente solo, sino tremendamente aburrido, y vio que no era bueno. Y empezó el señor Dios a pensar: “Desde la rebelión de Satanás, esto está muy tranquilo. ¿Qué me invento?” Y llamó a todos los ángeles, pero sólo los madrugadores vinieron.

—Quiero proyectos— dijo enfático. Y los ángeles cantaron a coro:

“Proyectos, proyectos, el señor quiere proyectos”.

“La clonación, la clonación, el mejor proyecto, la clonación…”

Y le dieron el informe. Y el señor Dios pensó que era bueno.

Y clonó Dios al hombre. A imagen y semejanza de sus células lo clonó. Y los ángeles se divertían, haciendo animales de garabatos como el rinoceronte. Y ya no había aburrimiento en el cielo, y todo era alborozo.Y los ángeles se excedieron creando toda criatura de los campos y aves del cielo y bichos que no sirven para nada. Y los ángeles abusaban del hombre haciéndolo poner nombres a los muchos animales. Y el señor Dios vio que no era bueno. A ese paso iba a pasar su vida en eso. Y el señor Dios pensó: “No es bueno que el hombre continúe solo. El hombre solo empieza a pensar disparates, a inventar”. Y el señor dijo al hombre:

—A dormir. Cuando despiertes te tengo una sorpresita. 

Y tremenda y linda sorpresita negra. El hombre sugirió hacer otra rubia y otra peliroja, pero el señor vio que esto, aunque bueno, no era bueno.Y dijo Dios: “Esta es sangre de tu sangre, carne de tu carne. La llamarás Mujer porque no conoces la palabra Morfina. Por ella dejarás padres, madres, hermanas, hijos, sobrinos, amigos, países, te meterás a evangélico y te embriagarás y te sentirás como un perro cuando te deje.”

Ahora bien, la serpiente resultó ser la más intrigadora de los animales salvajes. No sólo intrigadora, sino llena de complejos, por alas vendía su alma al Diablo. “Un errorcito, un errorcito, la serpiente, un errorcito”corearon los ángeles en el sumario. De modo que empezó a decir a la mujer: “¿Es realmente el caso que Dios ha dicho que ustedes no deben comer del pastel en hojas?” Ante esto la mujer dijo a la serpiente: “De toda las cosa podemo comé, pero en cuanto al patel en hoja, Dio ha dicho: “No quiero velo ni a cien metro del patel, no, no deben tocalo pa que no mueran.” Y esto de morir, aunque no sabía bien lo que era, no sonaba nada nice. Ante esto la serpiente dijo a la mujer: “Positivamente no morirán. Porque Dios sabe que en el mismo día que coman de él tendrán que abrírseles los ojos y tendrán que ser como Dios, devoto de los pasteles en hojas. Y el señor Dios sabe que con sus apetitos eso no es bueno para su bolsillo.” Por consiguiente la mujer vio que el pastel era bueno para alimento, y que los ojos se querían desprender del antojo. De modo que sin mucho rodeo empezó a cortar la soguita, a descifrar la envoltura, a comérselo con los dedos . Y para terminar de meter la pata llevó sendos trozos al hombre que justamente había terminado de nombrar al último bicho: “Moquito.”

Más tarde oyeron la voz de Jehová Dios caminando a pasitos cortos en el jardín hacia la parte más fresca del día, y el hombre y la morfina, digo, mujer, procedieron a esconderse entre un pajonal lleno de hormigas y otras sabandijas. Y Jehová Dios siguió llamando al hombre y dijo:”¿Dónde estás?” Por fin él dijo: “Oí tu vo en el jardín, pero tuve miedo porque tenía migaja de patel en la uñas, y por eso me econdí.” A lo que dijo Dios: “¿Del pastel en hojas del que ordené no comieras has comido?” Y pasó el hombre a decir: “Sal de ahí mujer, que tenemo un problemita”. Y salió la mujer. Y el señor Dios vio que tenía huellas del pastelicidio hasta en las greñas. Ante eso, Jehová Dios dijo a la mujer: “¿Qué es esto que has hecho?” A lo cual respondió la mujer: “La serpiente…ella dijo, y así e que yo comí.” Y el señor Dios vio que además de gorrones eran débiles para los interrogatorios. Y Jehová Dios procedió a decir a la serpiente: “Porque has hecho esta cosa, tú eres la maldita entre todos los animales, salvajes y domésticos. Te arrastrarás y polvo será toda tu comida.” A lo que la serpiente respondió con vocecita meliflua: “Dígase algo nuevo, respetuosamente señor.” A la mujer dijo Dios: “Aumentaré en gran manera las infidelidades y borracheras del hombre, la enemistad con tu suegra, los dolores de parto y los fluidos menstruales, la necedad y los gritos y los mocos y vómitos de tus hijos, así como tu deseo por ver telenovelas venezolanas. Frustrada serás y un día una descendiente tuya tendrá sixtillizos.” Y Adán pensó que se había salvado. Y ya se estaba riendo, entretenido sacando insectos de sus oídos, cuando el señor Dios le dijo: “Hey, ¿para dónde usted va?” Y con un poco de pena sentenció: “Porque escuchaste la voz de tu esposa y te pusiste de muerto de hambre a meter los dedos donde no debías, maldito está el pastel en hojas por tu causa. Tendrás que trabajar y pagar alquiler. Se acabó la beca.” Y procedió a llamar a la policía seráfica.

De modo que expulsó Dios al hombre, a la mujer y a la serpiente, y al este del Edén apostó los guachimanes alados con su eterna canción: “No entra, no entra, el hombre aquí no entra.” Y el hombre iba recriminando a la mujer, rodeado por los apagones, a través de un camino de espinas que laceran el pie desnudo, con la vergüenza infinita de que entre sus descendientes estarían los ladrones políticos dominicanos, preocupado por aullidos de lobos, abrumado por el terrible presentimiento de que eso de trabajar no sería un paseíto a la playa.

 

Juan Dicent