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Por Jimmy Valdez

Hay muchas cosas que decir, más cuando se bebe una cerveza en ayunas y se escriben poemas póstumos e insufribles. Estoy agradecido de estos días de trabajo, mientras duren, los disfrutaré en su justa dimensión de cabalgatas y trenes repletos hasta la saciedad. Escribo sin detenerme a pensar  en la consagrada lujuria de los estilos, pienso que descanso de sombras, que estoy mejor y en verdad estoy mejor: sin dinero en los bolsillos, pero con la esperanza de algo al final de la próxima semana, suficiente para darle que comer a mis hijas, y eso es lo más importante, el resto importa poco. Cuando uno anda solo y oye por ejemplo a Sabina,  le dan esas ganas locas de amar a una chavala en la cama o en el suelo. Anoche bebí cuantas pude Milwakee’s Best Premium, 9.50 por 12 latas, aunque sea la soledad la dueña de la noche.

El domingo pasado me pasó lo que siempre me pasa a mí, esas vainas insólitas que luego escribo para el disfrute de los míos, los amados rocambolescos  de las intimidades: venia en la autopista oyendo la radio y zassss! Un carro patrulla de la policía me manda directo al hoyo que divide en direcciones las atestadas canaletas en la salida del Estado. Un policía y su mujer en el carro patrulla a 100 millas por hora metiéndome de aire y sin boleto con un empujoncito gracioso y a traición “ay coño, usted ta bien? Y yo medio soso por el golpe, aturdido, simpático como siempre, con medio brazo jodido y medio pecho respirando jondo, me salí del carro y solo pude pedir un vasito de agua para el añugo.  To tava bien, excepto el carro del policía, todo un tostón frontal. Los tiestos como el mío aguantan cajeta.

Ha pasado una semana y por fin he llevado mi carro al tiestero. Para arreglarlo necesito poner de mis bolsillos 500tossssss. En fin, que los arreglos de seguro a seguro, policía contra aseguradores, se gestan en el módico tiempo de un año.  ¡Santas sean las putas!

Hoy es sábado, mi madre me ha preparado un hígado de vaca con arrocito blanco. Recibí una foto de un amoi lejano, me hicieron licenciado en una antología, y mi hermano Keisy sigue a la espera de su primera jembrita apellido Antigua. Qué buenas saben estas Milwakee’s, son tan baratas y refrescantes, si hasta les hago el anuncio “Cervezas Milwakee’s  tan ligeras como el agua!”

Mi hermano Gustavo Consuegra, me invita a leer su novela Historias de Falacia, el problema con el asunto es que no sé cómo despegarme de ella. La voy imprimiendo capitulo a capitulo, me llevo uno en la mañana y al regresar vengo con la encomienda de hacerle al gringo de Greg, compañero de trabajo en Sotheby’s, una traducción macujeada del mismo.  Con esta novela de Gustavo me pasa lo mismo que me pasó cuando leí a Joaquín Edwards Bello  y La chica del Grillón (también me sucedió con “la muerte le sienta bien a Villalobos” y hasta con “Memorias de una Geisha” a no ser por el final de esta última, lo cual me desilusionó un poco, concluir una historia se torna difícil).

Me veo desnudo en este sillón, en calzoncillos para decir la verdad: tengo barriguita y chichos por los lados. Mi madre se ha puesto unos zancos para caminar la casa, tiene un martillo en su mano, siempre anda clavando cosas en la pared, usa un vestidito casi minifalda, le echo un “fui fuio” y ella me modela las Kekas (si esta enterita la vieja, habrá que conseguirle un novio).

En fin, que tamo bien. Que si no consigo jeva me secaré a manigazos. Que debo cobrar primero, que debo pagar a medio mundo y un chin. Ser pobre es una vaina bien…