h

Por Porfirio De La Reguera

Lo primero que hice  cuando supe que era casada fue bloquear mis sentimientos  a cualquier asomo de enamoramiento, no dejaría que ella con ese cuerpazo y esa bocaza se adueñara de mi voluntad, como la primera vez que me enamoré y aquella maldita mujer me dejó llorando como un niño.

A las mujeres casadas uno les anda con cuidado y las busca solo para tener sexo, ellas por su parte encuentran en uno la excusa perfecta para salir de casa a encontrar ese chin de pasión, que fue consumida en su matrimonio por el pasar de los años. ¡Si los hombres casados supieran lo fácil que es allantar a una mujer y mantenerla contenta!

La conocí en la fiesta de unos amigos. Lo que más me atrajo de Patricia fue su boca, esa fresota que se movía como si latiera en busca de que yo me la comiera. Después de conversar un rato, me di cuenta de que hasta inteligente era. Su cara perfectamente delineada por su estructura ósea y su cuerpo tan lindo, la hacían caer en la clasificación de mami y a mi me gustan las mamis; ¡esa mujer definitivamente era pa mí!

Al principio ella trató de comportarse como una mujer seria, pero ninguna mujer lo es por mucho tiempo cuando uno le da por donde sabe que cojea la cosa: la aventura, hacerla reír constantemente, decirle diez veces por segundo que es hermosa, algo que se estanca en la barriga arrocera del marido, que en vez de hacerla reír, le llena la cabeza de quejas por los gastos en que han incurrido ese mes.

Como buen seductor que soy, le recité un poema al oído y deguabiné uno de los arreglos florales de Margarita para regalarle una rosa. Total, en esa fiesta abundaba el mal gusto.

-Loco;  me dije, ¡si eta mamasota te acepta la flor, tamo adentro!

Y así fue, en menos de una semanas ya tenía a Patricia en mi apartamento pidiéndome que la desnudara. Eso es lo bueno de bregar con mujeres casadas, que no pierden el tiempo privando demasiado en pudorosas, ellas saben lo que quieren, porque lo extrañan en casa.

Por unos meses la cosa marchó bien, hasta que mi novia leyó uno de los textos que me mandaba constantemente la muy puta, esta vez acompañado de una foto suya antes de ir a bañarse. Lo que más me dolió es que Tara leyera mis textos, eso es una frescura aquí y donde quiera;  y yo no le permito a nadie que se meta en mi vida por muy novia que sea. Esa noche peleamos hasta jartarnos. Luego de recoger  la ropa que dejaba constantemente en mi apartamento y algunos  maquillajes, mi ex novia se marchó. Pero lo peor no había pasado, a parte de perder a la mujer que me lo daba cada vez que yo la llamaba, Patricia me llamó para comentarme que tenía sospechas de un embarazo. En ese momento, mientras ella hablaba de su falta de período y de sexos de bebes yo me preguntaba:

-Pero ¿será loca que está esta mujer? Cómo puede ella hablarme de embarazos si esta casada? ¿Se le ha perdido el respeto a esto de ser amante?

Es bueno señalar que una de las razones que mueven a un hombre a involucrarse con una mujer casada es precisamente que está casada, por lo que no joderá mucho y la relación se basará en sexo y muchas risas, sin el problema de estar calculando el dinero de fin de mes para pagar colegios o hacer compras de supermercados. Dicho esto yo estaba atónito, en menos de dos horas mi vida daba un giro de ciento ochenta grados, de novio de una bella peliroja, me había convertido en el padre soltero del hijo de una mujer casada. Coño, ¡que puntería!

-Mi amor, yo te apoyo en lo que hagas -mentí, mientras rezaba para que abortara.

Al cerrar el teléfono me sentí como una rata. Había roto el corazón de mi ex y Patricia ya no era mi amante, era una mujer que había empezado a hacer planes conmigo y yo ni siquiera pensaba en ella como una opción para pasar, no el resto de mi vida, no; ni siquiera los próximos meses.

Durante las tres semanas próximas me desaparecí, ganándome con razón el apodo de cabrón en el último texto que recibí de ella. Enfrentar esa situación de hijos regados por la calle, mientras extrañaba a mi ex novia era bastante complicado para alguien que le huye a los problemas. Pero el silencio de Patricia también me empezó a preocupar, no sabía si en verdad estaba preñada o si había decidido terminar ese capítulo de la forma más fácil, bueno; por lo menos para mí.

Decidí llamarla y actuar como si nada hubiera pasado; total, no teníamos ningún compromiso y ella tampoco me había buscado, entonces al escucharla tan tranquila me sentí confundido. ¿Cómo era posible que ella fuera más cabrona que yo? ¿Por qué ni siquiera me mencionaba aquel embarazo con el que me mantuvo en desvelo tanto tiempo?

Al terminar la conversación telefónica, ella ya estaba tocando a mi puerta, con un abrigo negro que  protegía su cuerpo desnudo en medio de aquel intenso invierno.

-¿Puedes quitarme el abrigo?

– Claro mi amor.

Y ahí la tenía de nuevo, con su cuerpo y  su bocota solo para mí, sin preguntas ni chequeos de teléfonos, sin enamorarnos. Bueno, eso creía yo hasta que dos años después lloré cada segundo de su ausencia, cuando por pendejo la dejé ir.