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Golpe tras golpe vamos andando. Digo vamos y cuando utilizo el plural lo hago consciente de que cada historia es única; simplemente quisiera sentir que formo parte de un conglomerado de seres humanos con capacidad de entender en su justa medida el tituá proveniente del ir sin retorno; del trancazo que supone el madurar, de ese llegar a la mitad de algo verdaderamente importante.

Y es que así es este negocio de avanzar, de estar aquí, de levantarnos una y otra vez sin dejar que merme el amor que aún conservamos intacto en un lugar infinito que no vemos, pero que sabemos.

El espejo muestra hoy nuevas arrugas, unos ojos no tan alegres como los de aquella niña ilusionada que merodeaba a la mujer en la que me he convertido y sin embargo estoy tranquila, como si los años y el tiempo lo curaran todo, hasta esa vieja herida que partió en dos aquel latido inquieto. O tuvieran la capacidad de secar aquellos ríos por donde corría la tristeza de un rechazo y la alegría de un encuentro.

A diferencia de algunos presagios, los números marcados en el calendario no me han noqueado; son  mariposas que estrenan alas y riegan con su vuelo el camino, hasta hacerlo  florecer una y otra vez de nuevas ilusiones.

Golpe a golpe se construye un nuevo año y empieza la vida.