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En memoria de nuestro amigo y colaborador Fernando Ureña Rib.

 

 

EL ADIÓS

 

Hoy quedó sellado nuestro adiós. Ese adiós que ninguno de los dos se atrevía a pronunciar y desde hace tiempo nos rondaba y se paseaba, latente,  o se acercaba y daba vueltas, errante,  en las penumbrosas horas de alcoba en la que duermes con él, volviéndole la espalda.

 

A veces te armabas de coraje y decías la palabra, tímidamente, como un susurro y en seguida la recogías y la guardabas, como si esa sola palabra fuera capaz de destrozar todas las esperanzas de la tierra.  O eras tú quien aguardabas a que yo la pronunciara. Era más fácil así, menos doloroso y la angustia se disiparía en el bálsamo de tu propia voz, como una caricia atardecida e invitante.

 

Y sí, finalmente ocurrió, lo dijiste, ungiéndolo con besos.  Esperada sorpresa esa de tu despedida. Aunque en el secreto mensaje de tu voz percibí que esta era otra de esas mentiras que te torturan. Que no me dejarías, que eres incapaz de romper ese cordón que ata nuestros cuerpos, nuestras almas, desde milenos anteriores a nuestra propia existencia.

 

Desde mi tren puedo ver tu pañuelo alejarse, ondeando en la distancia que crece y ahoga mi pecho de suspiros por tu ausencia anhelante. Y ahora, en la íntima soledad de mi vagón,  lo sé.  Más que nadie, más que nunca, lo sé: Jamás, podrás dejarme.

 

Fernando Ureña Rib

www.urenaribfoundation.com