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Por Rey Andújar

Teresa tiene catorce años cuando sonríe. Afuera, el sol plano sobre el Mediterráneo. Si la luz se esconde, la juventud se escapa con resabio dejando una vejez instalada. Quiero comerle la vida del cuerpo; ambos lo sabemos pero retrasamos el entrecruce. En el agua brillan sus ojos serios. Es el sol, regresando.

La última auditoría me llevó al norte de Italia en donde detrás de las copas de Sangiovese ella es mía, mía nunca jamás, con posibilidad otoñal de fondo. No puedo comer linguine ni espaguetti ni nada… se me escapan los fideos del tenedor. Me enamoro de ella en intervalos de cinco segundos mientras bebe, mueve las manos nerviosas que quieren fumar o cosechar jardines, para nada acariciarme; tan lejana. Hago todas las preguntas necesarias utilizando aquellas palabras, las rebuscadas para este evento. Quedo mutis y embelesado frente a la inmensa espalda que se desintegra por los escenarios, la cóncava piedad de sus piernas abarcando, dibujando jam sessions on my heart. Un contable y una bailarina o la historia que no puedo inventarme; tan cerca de la anécdota que duele. La noche esperada es asquerosamente perfecta para componer siete boleros y cuatro bachatas en su nombre pero los contables no escriben y ella no quiere escuchar de las dificultades que implica traducir hojas de balances del inglés al italiano. Dice que quiere montar una obra de Mishima para celebrar el verano. Se desenreda de mí y con un pellizco me pregunta por Puerto Rico con la dejadez de quien averigua por la suerte de un primo tercero. Al carajo los soretes que proclaman la autoconducta porque ella huele a domingo por la mañana, a caminar agarradito de Tere, los dedos que hunden la piel, la masa del pan sin sacramentar.

El vacío profundo que quema en la memoria y no me permite recuperarme del jetlag vino después del limoncello y una lírica de Paolo Conte como para caminarla definitiva en otro abrazo sin horas de oficina, en una ciudad que grita su nombre de agarre monstruoso, que rescata a los oficinistas desdichados de las pesadillas de alcohol y sustancias dudosas. Madrugada y más vino y la estaca violenta y final: los cuerpos de la nostalgia se miden en peso, rapidez y violencia; nombran el mar que se repite en los ojos de Tere; la proximidad de una caricia veneno que encuentra a los hombres en las correas aduanales sin socorro. Tere respira hondo, sonriente, enamorada de mentira y casi convencida de que esta cabeza encontrará un hombro en Business Class… Tere juega todas las cartas a morir y matar, cuando contable confieso, Todo con vos es saldar o ceder.