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Por Bernardo Jurado

No tenemos nieve, ni renos, ni chimeneas que calienten la casa a la vieja usanza, Santa Claus usa guayabera y come puerco asado, pero mis amigos vinieron a buscarnos en su exclusivo vehículo alemán, con techo de vidrio y con una atmosfera controlada que nos hacía pensar en el calor de afuera, con el frío del interior. Ella tenía calado un sombrero de panamá, que dejaba ver al descuido su cabello rubio y unos lentes de vidrio color ámbar que jugaban perfectamente con su perfilada nariz y su vestuario de verano en Diciembre.

La bella Miami estaba desocupada y el tráfico perfectamente fluido hasta la llegada a la exclusiva Isla unida a tierra firme por una inmensa autopista de cuatro impecables canales. En el restaurant de pescado donde me gusta comer con las manos, al mejor estilo de Puerto Cabello, Margarita y otros parajes menos glamorosos que conocí en mis años de mar en la quimera que hoy es Venezuela, su sugestivo nombre “Whiskey Joe”, me permitió combinar el escocés con la fritura, mientras abajo a unos tres metros estaba el embarcadero de lujosos yates que sacaban con un inmenso montacargas al caer la tarde, mientras un techo de tela blanca en triángulos isósceles y rectos, batallaba con la brisa.

Seguían los inmensos yates violando la gravedad con la ayuda de la grúa y la música apropiada, nos invitaba a libar aún más, pero la noche caía y la hora se convirtió en la queja de ellas, hasta la salida, cuando observamos el sky line de Brickel Avenue y sus iluminados edificios que hacía sombra a un sol a punto de morir en el oeste tras ellos.

Entre los efluvios del licor, la poesía de la tarde de grata conversación y la belleza de nuestras damas y el techo de vidrio del carro que me permitía ver una luna menguada, llegué a la conclusión que Miami me enamora y me ha sonreído desde el primer día.

Tenemos el más beneficiado clima de toda la unión americana y la cercanía a Latinoamérica que cada ano nos manda al menos doce millones de turistas a disfrutar de a ratos lo que tenemos nosotros todo el tiempo. Miami es bonita en Diciembre y los días parecen más bien una postal, donde los colores se exponencian y sus gentes son más amables y sonrientes.

 

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