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Por Ramón Saba

Nació en Santo Domingo el 22 de junio de 1922 y falleció en esta misma ciudad el  10 de marzo de 1995.

Poeta, crítico literario, diplomático, educador, ensayista y filósofo. Obtuvo una licenciatura en Filosofía en nuestra universidad primada de América y posteriormente un doctorado en Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca, además de asistir a cursos de Filosofía y Estética a cargo de José Ortega y Gasset, Julián Marías, Carlos Bousoño y Dámaso Alonso.

Vivió en España alrededor de seis años donde fundó y presidió los encuentros de La Tertulia Hispanoamericana junto a prominentes intelectuales como con Luis Rosales, Rafael Alberti y algunos poetas de la generación del 27, con el patrocinio del Ministerio de Educación Nacional y el Instituto de Cultura Hispánica. Fue el primer poeta hispanoamericano que recibió el importante premio de poesía Adonais en 1952 por su libro Bajo la luz del día cuyo jurado estuvo presidido por Vicente Aleixandre. Ya de regreso a su patria, se le concedió el premio Leopoldo Panero por Diario del mundo.

Desempeñó funciones diplomáticas en países europeos e hispanoamericanos. Fue subsecretario de Educación, Bellas Artes y Cultos; Director del Museo de Arte Moderno y trabajó como crítico literario y de estética en los desaparecidos periódicos Última Hora  y La Noticia. Miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia de Ciencias y Letras de Puerto Rico. Fue Director de la Biblioteca Nacional de Santo Domingo. Merecedor del Premio Nacional de Literatura, el cual no pudo recibir ya que le fue conferido horas antes de morir.

Creó la Colección Arquero para dar a conocer a los nuevos escritores dominicanos. Publicó sus primeros versos en La Poesía Sorprendida, agrupación poética de la que fue uno de sus arquitectos la cual fundó junto con el poeta chileno Alberto Baeza Flores y el dominicano Mariano Lebrón Saviñón ,  luego estos dos últimos se incorporaron Franklin Mieses Burgos y Freddy Gatón Arce.

Antonio Fernández Spencer fue en esencia un brillante poeta y crítico culto y apasionado que daba mayor importancia a la fidelidad y transparencia de la imagen poética que a la supuesta objetividad de la labor crítica. Su obra lleva una enorme carga de grandiosidad y trascendencia. Sus poemas iniciales estuvieron enmarcados en la vanguardia y en su obra ensayística demostró su sólida formación intelectual. Polémico, vanguardista y siempre dispuesto a orientar a los jóvenes que se le acercaban a consultarlo.

Entre sus obras podemos señalar en poesía: Vendaval interior;  Bajo la luz del día; Los testigos; Noche infinita; Diario del mundo; El regreso de Ulises; Obras poéticas y Poemas sin misterio. Sobre sus ensayos más conocidos podemos mencionar: A orillas del filosofar; Ensayos literarios; Caminando por la literatura hispánica y Visión familiar de la poesía de Joaquín Balaguer.

El reconocido pintor y narrador Fernando Ureña Rib piensa que “La poesía del dominicano Antonio Fernández Spencer es, sobre todo, poderosa. Un sentido de urgencia contenida, de primorosa nostalgia y asombro permean sus poesías, hechas de la delicada y evanescente sustancia de la imagen. La voz del poeta, transparente y luminosa, se acerca al objeto del amor o del deseo con una reverencia que parece provenir de siglos de observación sobre la naturaleza, el ser y  las cosas. Y ese asombro alcanza cada verso, cada palabra que vibra en él como si fuera la nota breve y secuencial de una guitarra que aguarda en la sombra una mano diestra y entrenada.”

El laureado poeta y narrador César Zapata recuerda que “Spencer era una voz grande, que nunca cupo en la isla. Sus amigos, intelectuales españoles de la época se deslumbraron con su formación. Poeta en la más pura tradición de los románticos ingleses y alemanes, buscó, sin embargo, en la imagen surrealista, visitando sin ambages los terrenos de la poesía negra (una zona poco conocida de su producción). Él se miraba como un poeta metafísico pero su voz y formación eran plural, polidireccional. Supo siempre valorar al poeta auténtico, aún en ciernes. Me encontré entre los gallos de su traba como decía, cuando salía a defendernos de nuestra porpia “generación”. Transitaba entre Wordsworth y Keats, Holderlin hasta el Bretón de los Campos Magnéticos.

La brillante poeta Camelia Michel nos informa que “Antonio Fernández Spencer no sólo fue un gran poeta, sino un excelente narrador. En los últimos años de su vida dedicaba parte de su tiempo a este quehacer, en el que obtuvo magníficos resultados. Poco antes de fallecer trabajaba intensamente en la revisión de su obra en prosa. Es preciso recordar que fue un ensayista profundo y ameno orador. Su sólida formación en filosofía se expresaba en su rigor como intelectual y pensador. Nunca olvido la montaña de libros de su escritorio, donde convivían obras de poetas y filósofos clásicos y contemporáneos. Amaba la cultura griega y admiraba al gran helenista argentino Antonio Tovar. Publicó en los últimos años de su vida el poemario Cantos a Nuris y En La Aurora, obra que recoge cuatro poemarios suyos de la década del 40. Fue un creador fecundo, prolífico y creo que es de lamentar que parte de su obra quedara sin publicar. Conocí dos romanceros de su autoría que disfruté intensamente, y que tuve el honor de leer en una simple versión mecanografiada. Nuestra amistad llegó a esos niveles. De su parte recibí un gran estímulo para mi vocación de escritora, pues era un hombre amante de los jóvenes, a quienes solía escuchar y aconsejar.

El  destacado poeta  Adrian Javier nos señala que “En su estro de autor de reconocida trascendencia epocal, convergía la energía del antólogo con la del editor; la profundidad del filósofo con la del poeta; la minuciosidad y verticalidad del crítico literario con la pericia y el entusiasmo del cronista de las artes plásticas; la prudencia del diplomático con la eficacia del cuentista a medio tiempo; la imparcialidad del analista de política internacional con la enfebrecida pasión del polemista agudo y decidido; la mesura del catedrático universitario con la sapiencia salvadora del conferencista; la aptitud diligente del genuino gestor cultural, con la envidiable virtud del buen bohemio; la humildad del hombre con la genialidad del autor consagrado; la sagacidad del político anónimo que siempre fue con la humanidad de un artista que siempre ha merecido por parte de la crítica y de nuestros historiadores literarios, mejores encabalgamientos.”

El genial poeta de la Generación de los 80 José Alejandro Peña nos cuenta que Fernández Spencer “fue un poeta de excepción dentro del panorama universal, no solamente dentro de una isla que todo lo asfixia, que todo lo corrompe; que los poetas jóvenes deberían prestarle atención a su obra, tanto como se le presta atención a Borges, a Paz, a Vallejo, a Bretón, a Cernuda, a Lorca, a Valery, a Paul Eluard, a Ungaretti, en fin, a los mejores de entre los mejores. Antonio Fernández Spencer está entre los primeros cinco grandes poetas dominicanos desde 1900, asunto que nuestros críticos no han querido ver no sé sabe si por desidia, por incomprensión, por desconocimiento, por incompetencia o por pura mezquindad general (autóctona y plural, política y social, conscientemente y a la fuerza). Su libro El regreso de Ulises es una pequeña obra maestra. El y Franklin Mieses Burgos son los dos pilares de La Poesía Sorprendida.”

Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS con un magistral soneto de Antonio Fernández Spencer:

 

ROSA TRANSITORIA

 

Todo en lúcida forma te señala:

el sufrimiento, el alma sin noticia,

y tu forma de pájaro que escala

lo puro de ese cielo que se inicia.

Remota estás-¡oh rosa!-como una ala
en la muerte de póstuma caricia;
ya subes por el tiempo que señala
lo que duerme a tu ser en la delicia. 

Todo en el orbe sin ficción te agota:
el vivo mar que todo lo fecunda
el pájaro olvidado en alta rama;

pues caes por amor en lo que anota
la soledad, que al sueño te circunda,
¡y que te nombra soledad en llama!

 

saba