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Por Elidio La Torres Lagares

 

Así, me da pánico morirme de sobra.

Betunaba mi aliento con motivos de piel y metal.

Conocía el tiempo y evitaba pensar en mi vejez a solas.

Chiste de vida que no da risa.

Es tarde, es muy tarde, dijo el conejo en ruta a la cocina.

Fricase con él, me dijo, y vacié el tiempo en una almendra.

Giraba la posibilidad de que nuestra identidad no fuera la relación entre dos objetos.

He de aceptar, por supuesto, que dos corazones no tienen las mismas relaciones cúbicas.

Imagino que la mecánica de un beso requiere tensión y torque.

Jamás había pensado que el color de sus ojos cambiaba con la totalidad de los hechos.

Kantismo llano: nada emerge sin precedentes en el mundo físico ni en el de las ideas.

Le invité a aquel lugar donde nos conocimos.

Me dijo que trabajaría hasta tarde; mañana, quizá.

No le devolví la mirada que ella evadió.

Oportunamente, el silencio asumió la posibilidad de todas las situaciones.

Pasó un avión sin dejarse ver, y parecía que era el cielo el que rugía.

Queríamos apocar la manera en que no nos hablábamos.

Removíamos el vacío y eso era todo lo que nos quedaba.

Silogizábamos la noche larga y fría de verano.

Te extraño, pienso hoy, entre memorias compuestas por pixeles lejanos.

Una vez tuvimos en las manos el fuego sagrado de los días.

Vertible tiempo sin espacio, pues hoy no puede haber espacio sin tiempo.

Whiskey amargo para adormecerme entre música de lounge.

Xerocopia de un texto sin culminar.

Yogur ácrido con fecha expirada.

Zozobramos en barro seco.