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Por Elidio La Torre Lagares

Como extraído de la mente de Anthony Burguess, ha estado circulando por algunos años ya un extraño experimento científico que fundamenta su valor en explorar y explotar el potencial estético de la genética por medio de la poesía. Christian Bök insiste en hacer valer el aforismo de William Burroughs que expone el lenguaje como un virus cuyo único propósito es reproducirse. Las implicaciones sociológicas del experimeno, propone Bök, llevan la poesía a constituirse como una presencia física a manera de “xenotexto”, que Bok describe como “un poema bello, anómalo, cuyas palabras foráneas pueden subsistir, como un inofensivo parásito, dentro de una célula de otra forma de vida”. Es el Proyecto Xenotexto.

Ni ciencia ficción ni ficción especulativa. El experimento, más que científico, es poético; más que ficcional o especulativo, es un factual. “Me dispongo a codificar un verso corto en una secuencia de ADN con el propósito de implantarlo en una bacteria, tras la cual pienso documentar y publicar el progreso de este experimento”, dice Bök. “También pienso crear arte relacionado al experimento para realizar una exhibición subsecuente”.

Sí la bioquímica de las cosas vivientes se ha convertido en un potencial sustrato para la inscripción de información, la poesía finalmente se convierte en un organismo físico. Por supuesto, conocemos de las propiedades físicas del lenguaje, que se mueve de maneras parasitarias -a veces dominantes, a veces asintiendo a su modalidad de huésped, pero sobre todo en su condición de indestructibilidad. El lenguaje, sabemos, se crea, pero no se destruye: simplemente se transforma.

Claro, que con el experimento de Bök queda más resuelta la propuesta de Chomsky en tanto existencia de un órgano lingüístico pre-programado en el que residen las condiciones hereditarias que se inscriben de un ser humano a otro. El lenguaje se aprende, quede claro eso; nadie nace hablando. Lo que no se aprende es la parte instintiva biológica que sirve de contexto para el desarrollo de las capacidades lingüísticas y en donde se asienta lo que Chomsky cree que es una “gramática universal”, que es la donación genética heredada que hace posible que los humanos tengan habla y escritura.

Si Chomsky está en lo correcto y el experimento de Bök progresa, traerá una nueva forma de comprimir información textual por medio de la ingeniería genética, que sería la de trasplantar artificialmente cuerpos textuales directamente a las células de individuo.

Las posibilidades asustan. Espionaje militar, tráfico de información, control del conocimiento… todo resuena con un horror similar al de la posibilidad de clonar un ser humano.

En fin, no tanto el experimento conforma la poesía como un acto biológico más que como un estado del alma -acaso de inspiración-, sino que diluye al poeta de entidad enteramente cultural a un monstruo hecho de palabras, un prometeo posmoderno, o Frankenstein del siglo XXI: cuerpo infundido de energía, pero sin alma.