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Por Nestor E. Rodríguez

El discurso intelectual de la postdictadura da la impresión de haber fracasado en su intento de engendrar una crítica efectiva de los modos tradicionales de pensar la cultura en República Dominicana. Sin embargo, esta incómoda limitación ha sido superada con creces desde el ámbito de lo literario, sobre todo a través del reiterado cuestionamiento de la mitología y los usos del poder que han contribuido a afincar una visión anquilosada de lo dominicano. Ciertamente, en un país en donde grandes segmentos de la población no logra reconciliarse con un pasado inmediato de dictadura, democracia, guerra civil, invasión y retorno del totalitarismo, la literatura se ha convertido en el espacio en que se complican positivamente estos procesos históricos.

Charamicos de Ángela Hernández, novela ambientada en los terriblemente represivos “doce años” de Joaquín Balaguer, es uno de esos textos que sacude los cimientos de la historia oficial dominicana al proponer una osada visión del Santo Domingo de los años setenta. En efecto, entiendo que Charamicos acaba con el mito de la modernidad democrática en República Dominicana al retratar con lujo de detalles el sempiterno legado de autoritarismo en el país.

En Charamicos, su segunda novela, Hernández no vacila en presentar a Balaguer como heredero del trujillismo, tal y como antes lo hicieran Manuel Rueda en Las metamorfosis de Makandal, Viriato Sención en Los que falsificaron la firma de Dios y el vilipendiado Mario Vargas Llosa en La Fiesta del Chivo, a quien la crítica tradicional dominicana no ha sabido o no ha querido leer, preocupada, como siempre está, por los rigores filológicos y la tantálica fijeza del dato.

Publicada en 2003, Charamicos describe con crudeza la represión de los “doce años”, en particular el asesinato de estudiantes, periodistas y todo aquel que ventilara alguna crítica contra el gobierno de Balaguer. Sin duda, el caso de represión política más sonado de entonces, cuyos ecos se extienden hasta el presente, fue el asesinato de Orlando Martínez en 1976. Martínez criticó duramente a Balaguer en sus artículos de la revista Ahora, al punto de pedirle que abandonara la presidencia y el país. Dos semanas después, el periodista era hallado asesinado.

Charamicos narra la historia de Trinidad, joven campesina del Sur del país que llega a la capital para estudiar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, emblema de la izquierda dominicana de entonces. Trinidad se vincula inmediatamente al grupo Estrella Roja y tiene como mentores a varios “cuadros” revolucionarios, entre ellos, Ercira, quien le servirá de modelo en su aprendizaje político.

La historia de Trinidad, Ercira y los demás estudiantes comprometidos con la caída de Balaguer y el establecimiento del socialismo en República Dominicana se presenta a retazos a través de la mirada de Trinidad, quien pasa de ser una joven inocente y fácilmente manipulable hasta renegar de las consignas en busca de su propia voz al final de la novela.

En la narración se incorporan varios momentos de luchas revolucionarias en la historia dominicana, como es el caso de la Revolución de Abril de 1965 y la historia de Olivorio, quien lideró un pequeño ejército que enfrentó a los marines en la primera invasión estadounidense a la República Dominicana en 1916.

Estos ejemplos de revoluciones dominicanas son el trasunto histórico de la lucha clandestina que los jóvenes universitarios emprenden contra Balaguer en la novela. Las palabras de Ercira dan la medida del compromiso de la juventud universitaria con un cambio en el orden de cosas. En las palabras de Ercira se retrata una sociedad que vive un “estado de excepción” en el sentido que le da Giorgio Agamben, una situación en la cual el individuo ha perdido su capacidad de agencia como actor social y vaga convertido en pura existencia biológica ante los ojos de la “autoridad estatal”.

Pero lo que la lectura de Charamicos parece proponer como proyecto más amplio es más bien la inminencia de lo que Enrique Dussel ha denominado “estado de rebelión”, esto es, la potencialidad de un cambio radical en el seno de la sociedad cuando el gobernante olvida su condición de delegado, de sujeto subordinado a la voluntad popular, que es al fin y al cabo donde radica el poder político de acuerdo con Dussel.

En una de las veinte tesis que conforman su último libro, el filósofo argentino explica el significado de “acción política” o “praxis” como la capacidad que tiene el “pueblo” de recuperar el poder político que le pertenece de modo inherente. En palabras de Dussel: “La acción política interviene en el campo político modificando, siempre de alguna manera, su estructura dada. Todo sujeto al transformarse en actor, más cuando es un movimiento o pueblo en acción, es el motor, la fuerza, el poder que hace historia”.

A pesar del tratamiento crítico que se le da a Balaguer a lo largo de 300 páginas en Charamicos, el final de la novela da un giro que apunta a la imposibilidad de escapatoria al sistema político imperante, y es precisamente este giro lo que hace de Charamicos, a diez años de su publicación, una novela profundamente actual.

Nestor