fragata
Por Bernardo Jurado

Estaban comenzando los ochentas y llegué a la Fragata Salom, con una talega marinera y un sable, a quitarle el plástico a la que sería mi cama por dos años. Era como vivir dentro de un Ferrari, era el gran sueño de cualquier oficial de la Marina, que quisiera ser Comandante, todo estaba impecable, nuevo, la alfombra de mi camarote esponjosa, olía a éxito, a operatividad, a orgullo y yo me preguntaba: quien será el Comandante de este buque?, debe ser un gran y temido líder napoleónico, debe ser imposible abordarlo y preguntar cómo llegó a ser tan importante, para optar a este cargo y estrenar esta plataforma de última tecnología, este juguete con el que todos soñamos.

A las dos horas, supe que a mi temido líder mental, le llamaban “EL flaco” y yo pensaba que era una falta de respeto inconcebible o tal vez era una falta de liderazgo del Comandante, pero era una falta en todo caso!!!. Si bien es cierto le llamaban así, todos le citaban con reverencia, el tal flaco era una suerte de Gurú, también era amigo, las caras, al citarle o referirse a él reflejaban orgullo, simpatía aprecio y esa manera extraña de no poder decir que no, porque lo mandaba el Flaco.

Pasaron dos días y yo no conocía al flaco. Los oficiales de la dotación hablaban un idioma técnico lógicamente inentendible para mí, porque apenas tenía horas de graduado y allí pude ver, que era en ese momento que empezaba la carrera y las horas de estudio. Eran unos preparados doctos, que calificarían mi actuación y recomendarían o no, a este Alférez de Navío, frente al desconocido “Flaco”.

Zarpamos hacia Puerto Rico, a esa primera operación Unitas, con la Armada Norteamericana, que luego se convertirían durante mi carrera en trece más y en el puente de mando pude ver por vez primera al Comandante, que ciertamente era flaco y también simpático. Sus apellidos me decían que al igual que yo, era descendiente de oficiales de Marina. Llamaba a los oficiales jefes de división por sus nombres propios, al Segundo en Comando le decía Julio. Hablaba del espectro electromagnético, del espacio geoestacionario, de las firmas acústicas, de efectos hidrofónicos y todos le escuchaban con pasmosa admiración, tomaba la radio y lo mismo hablaba en inglés, que en portugués con sobrado talento y yo le admiraba desde la impresión y el silencio.

El Señor Almirante Ricardo Sosa Ríos, padre del Almirante Gustavo Sosa Larrazábal (EL FLACO), marcó a toda la Armada, como lo hizo su hijo conmigo. Eran aquellos años 1962, de tumulto y de insensatez, de caudillismos y tercermundismo, cercano tal vez a lo que hoy vivimos.

Al retirarse, por sus profundas convicciones, escribió “Mar de leva”, mi amigo Gustavo, lo ha reeditado y prologado con sobrado talento, como sabe hacer las cosas y lo he leído nuevamente y he entendido, que solo la honestidad profesional y moral, hará de Venezuela el hogar que todos queremos.

Que la templanza de sus hombres, marcará el camino, alejado de la marginal trocha que ahora mismo recorre la nación en esta noche que aún no amanece. Recomiendo ampliamente la obra y felicito a ambos por ser tan buenos.

Más escritos del autor: http://escritosdebernardojurado.blogspot.com

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