fPor José Mora

 

A mi terapeuta, aunque a ella no le guste.

 

Los terapeutas son seres especiales, para que tengas una idea, imagínate que la terapia es en una playa, y que en un brake te vas a nadar y que el terapeuta se queda en la orilla tomando sol.

 

De pronto, la corriente te va arrastrando mar adentro, con pánico comienzas a nadar y a pedir auxilio, el terapeuta te oye, se levanta los lentes de sol y piensa – este tipo tiene que tomar clases de natación, si sigue así se va a ahogar -,  y sigue tomando el sol.

 

Cuado sales cansado, asustado, con la muerte colgada en la boca, gateando en la arena, el terapeuta, se levanta y sale a tu encuentro, se queda mirándote y te dice:

– Magnífico, tu reloj es aprueba de agua, a propósito, que hora es?

 

A pesar de esta observación, nunca pasó por mi mente que los terapeutas desarrollaran estilos como los pintores o los músicos, ellos  se sientan frente a ti y a ritmo de índices y golpecitos en la mesa, dibujitos en papeles amarillos  y una que otra mueca, te explican que a final de cuentas cada cual carga con sus culpas., que el pasado no sirve y que definitivamente andas por el mundo equivocado. Joder, como si uno no lo supiera!.

 

La que el destino trajo a mi vida, era extranjera, cuando hablaba se peinaba con las manos, sin el menor indicio de coquetería.

 

Dese que la conocí me quedaba mirando su naricita, y me abstraía acordándome de lo idéntica que era al conejo de Sayid, que alguien dejó en mi patio un día, y que después de pasarse un mes dando saltos en el callejón, desapareció en la cueva que el mismo hizo junto al calentador, sin que lo volviera a ver jamás.

 

Una tarde en la que el cielo amenazaba con desprenderse y el calor empezaba rostizarme,  me senté frente a ella en su oficina.

 

– He soltado mis demonios, le advertí.

 

Con su mirada azul me preguntó,

 

– Qué es lo primero que hace al levantarse?

– Hago el café. Le contesté casi con orgullo.

 

Dando unos golpecitos en la mesa con los dedos de la mano derecha y colocando los de la izquierda en su barbilla me recomendó:

 

– Cuando prepare el café de la mañana, cuente cada cucharada de azúcar que coloque en la taza, trate que no caiga un solo granito en el piso, de ser posible, las cucharadas deben ser lo más idénticas que se pueda.

Arreglándose el pelo,  prosiguió:

 

– Cuando las deposite cuente las vueltas que da al diluir el azucar y tome consciencia de la dirección  en que gira la cuchara, al sacarla, no deje que se escape ni una sola gota fuera de la taza.

 

Al terminar sus indicaciones, vio mi cara de sorpresa, aún así, levantó el indice …

 

-Debe de contar los sorbos hasta terminar la taza y luego anotar el dato.

 

Yo quería decir algo, pero se levantó, me extendió la mano.

– Nos vemos el próximo viernes, Ahh!! Se me olvidaba lo más importante, tome esta cajita.

– Que hago con esto? Pregunté.

– Cuando haga el café ábrala, no antes!

 

Ya había comenzado a llover cuando salí de la consulta, en mi mente también llovian cientos de preguntas.

Esa noche casi no pude dormir esperando a que amaneciera para prepar el café.

 

Al asomarse el sol destapé la cajita y encontré una simple cucharita plastica, una jodida cuchara plastica!.

 

Seguí las instrucciones al pie de la letra, anotando todo como me lo había sugerido la terapéuta.

Guardé la cuchara y me tomé el café día tras día pensando en ese loco proceso, el cual seguía anotando sin entender para qué rayos me pedía eso esa mujer?

 

En las noches no le prestaba atención a CSI, peor aún, no me reía con Two and a Half Men, solo pensaba en la locura  del café y en los ojos claros que me observaban mientras yo anotaba.

 

Esperé ese próximo viernes de consulta como nunca había esperado otro, y al llegar  por fín a la oficina de la terapéuta, me informaron que Miss Venezuela (la terapeuta) estaba atascada en la 27.

Me senté fingiendo estar tranquilo, mientras el reloj me hacía muecas y se reía de mí. Llegué a pensar que las agujas de ese Cínico se detenían a propósito cuando yo lo miraba.

 

-Quiere café? Preguntó la secretaria, que por lo visto no sabía  la semanita que me había bebido.

Casi le corto la cabeza con la Mirada cuando le contesté.

-No!

 

Cuando por fin hace su entrada triunfal la Miss Terapia, ya habían pasado mil horas en mi cabeza.

-Hija de puta, maldito sea Chávez-. Me dije incorporándome del sofá

Sonriente y  arreglándose el pelo con  las manos, me interrogó.
-Como está hoy?

– Quiero saber qué rayos planea usted – le dije indignado, pero con una sonrisa. No quería molestarla antes de que me confesara sus propósitos.

– Como se siente hoy?- repitió-

– Pues déjeme decirle, usted me ha dado una cuchara para que…

– No, no hablo de eso, le pregunto que como se siente hoy?

 

– Esta cabrona de mierda debe estar loca!.-Pensé.

 – Es que yo hice lo que usted me dijo y…

– Cómo se siente hoy?  Ha pensado en su problema?

Entonces recordé el porqué estaba ahí.

– No he pensado mucho en eso, por que la cuchara que usted me dio….. vaya que usted tiene ovarios, yo….

– Su problema, como se siente con el?

Se solazaba interrumpiéndome.

– Pues no sé, supongo que sigue igual, dije sin luchar y  con evidente confusión.

– Por lo que puedo ver siguió las instrucciones tal y como le dije.

Sin salida, recordé aquel dicho que mami siempre recitaba.

 

– La fiebre no está en la sábana, le dije ladrando con mi cara de Charles Bronson.

– Eso, eso es lo que usted cree.